Cuando era niño siempre me imaginaba el futuro. Pensaba en naves espaciales al estilo Buck Rogers y Galactica con robots que harían más fáciles nuestras tareas y visitas al espacio, como cualquier viaje turístico.
Imaginaba computadoras enormes, oprimir botones para realizar alguna labor e, incluso, llegué a imaginar armas láser y trajes espaciales para volar. Crecí en un barrio de clase media y uno de mis juegos favoritos era armar naves espaciales en la sala, en mi cuarto y de verdad me dejaba llevar tanto que creaba en mi mente con la ayuda de cobijas y tablas pintadas de botones y pantallas, verdaderas películas en planetas y batallas interestelares.
Sin embargo, cuando veía series como ‘V la batalla final’ y sus seres que debajo de la piel humana escondían lagartos que tragaban ratones, mi mente hacía un proceso diferente y entendía que eso no sería posible; que eso sí era parte de una enorme fantasía y nunca tomé en serio esas escenas como sí tomaba el futuro con botones luminosos.
Al pasar el tiempo el mundo comenzó a avanzar con la edad y la tecnología trajo a mi adolescencia verdaderos avances que aunque no entendía muy bien, lograban impresionar mi mente y hacerme sentir en el futuro, como aquel día en el que por primera vez jugué «Espace Invaders» en un Atari 2600. Ese día me emocioné tanto que mientras jugaba me preocupaba que no me dejaran jugar más, y una vez que me sacaron soñé que jugaba esa noche.
Desafortunadamente nunca tuve uno, era impagable para mi familia y aunque siempre lo deseé la vida no me dio esa posibilidad. Con la llegada de la adolescencia, la calle y la vida del conjunto y la cuadra me sumergieron en los amigos creando recuerdos imborrables de tiempos mejores donde la música cambió mi vida, el cassette y el disco de acetato, que eran artículos de toda la vida dentro de nuestra modernidad, se vieron desplazados por la llegada del CD para cambiar el sonido de nuestros artistas para siempre.
El Betamax y el VHS nos dieron la oportunidad grandiosa de grabar en un cassette el canal que estábamos viendo y trajeron a nuestras casas el cine por medio de alquiler, uno de los planes más recordados de todos los tiempos: reunirse a ver una película.
Muchas cosas más fueron apareciendo para cambiar nuestras vidas; los computadores de hogar aparecieron para realizar múltiples tareas y es ahí con la llegada del internet donde todo se revolucionó conectando al mundo y dejando al gran Buck Rogers en el pasado.
Desde ahí todo se movió a gran velocidad, las comunicaciones se volvieron el rey y la necesidad de estar conectados se convirtió en una ley que dejaron a la enorme antena parabólica de Chocontá obsoleta gracias a la fibra óptica y la televisión por cable. Apareció la magia de llevar un teléfono en el bolsillo lo cuál fue una revolución, para luego evolucionar en una cámara con muchas funciones, entre ellas teléfono, que se convirtió en prácticamente una extensión de nuestro cerebro.
Luego vinieron las transmisiones en vivo, el big data, las redes sociales, el tener la información al alcance de nuestros bolsillos para enterarnos del mundo y sus situaciones buenas o malas, la libertad de expresión, el matoneo, el odio sistemático, YouTube como canal del mundo, Netflix como el nuevo Betatonio, y muchas otras cosas que me tardaría horas en mencionar.
Y es hoy, en medio de esta pandemia que nos encierra, desde mi portátil conectado a internet, donde recuerdo esos viejos buenos tiempos cuando veía esperanzado las series futuristas, y pienso que nada de esto lo vi venir, ni siquiera pasó por mi mente. Estoy seguro que ni Buck Rogers lo vio venir…
En cuanto al futuro a partir de hoy… No trato de pensar cómo será, solo me dejaré sorprender esta vez.
Gracias por leer.
Por:
Diego Mauricio Pineda.
www.laesquinademicuadra.com
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