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Yo estaba nervioso, eran como las 2 a.m. y nuestras ganas de tomar vodka nos había llevado a enfrentar la noche para ir a comprar más a falta de domicilios y de teléfonos, ambos sin red.

Estábamos en un pueblito colombiano muy turístico en pleno puente y su calle principal era un río de ebrios del que mi amiga y yo hacíamos parte mientras caminábamos bajo el sonido ambiente de nuestras chancletas.

En ese pueblito turístico todo sucede cada festivo, porque estoy seguro de que no es así normalmente, y es que cuando llegamos los citadinos, algunos con malas mañas, la cosa se complica.

Es ahí cuando todo se volvió muy negro y donde verdaderamente comienza está historia.

Sentada en un andén, en medio de borrachos de los que hablan peleando, descamisados y descalzos entre vidrio y babas de escupitajos está María; tiene un vestido azul claro, la cara mira al suelo y los borrachos la ignoran. En ese momento mi amiga y yo tomados de la mano, nos hacemos delgados al caminar para pasar mirando a otro lado y no estorbar evitando el conflicto a toda costa.

En ese proceso de paciencia tuvimos que pasar al lado de María, primero pasó mi amiga y después pasé yo, y en ese momento, María hace un movimiento y me toma del pie haciendo que se caiga mi chancleta, pensé que era un accidente por la incomodidad de la acera y me devolví un paso para recuperarla, de repente María levanta la cara y me dice en un tono desesperado pero disimulado la palabra «Ayúdeme».

Tenía la cara destruída, los ojos pequeños por la inflamación y los hematomas, y el labio superior abierto como una salchicha cuando se corta a un lado para fritarla.

¡Me asusté! Eran muchos y estaban agresivos, suelo reaccionar rápido pero gracias a mi ángel guardián, que nunca me falla, me hice el completo inocente y seguí caminando mientras un borracho, el más agresivo y con cara de maldad me decía «Ábrase gomelo sapo»… Mi amiga notó eso y me apretó la mano, le hice un ademán de seguir y así lo hicimos.

No podía olvidar la imagen de María y tampoco le quería comentar a mi amiga lo sucedido, no quería asustarla, así que seguí con el plan.

En ese momento suena mi celular, justo cuando estaba pagando el vodka. (En esa parte sí hay datos) y era mi amigo y su novia, quienes al caer en cuenta de lo peligrosa que es esa calle, habían decidido sacar el carro para ir a recogernos.

Nos quedamos en la tienda y ellos llegaron, nos subimos al carro aliviados y arrancamos hacia la finca a seguir con nuestra fiesta y el camino de vuelta nos dejó en frente de María.

Y en ese momento y aún no sé por qué, yo me bajé del carro tomé a María de la mano y la subí. Cerré la puerta y solo dije ¡ARRANQUE!

Dios es muy grande y nos abrió el camino, mi amigo arrancó sin dudar y nuestras amigas comenzaron a gritar desesperadas.

Nunca vi la reacción de los borrachos, jamás miré atrás…

Tomó tiempo, pero cuando logré explicar la situación y ellas vieron a María la cosa se calmó y logramos llegar a la finca seguros, ya que es un condominio privado.

Tengo que ser descriptivo en aras de dejar el mensaje que pretendo. María estaba muy golpeada, su cara era una masa morada y verde y su boca llena de sangre convertida en costra no le permitía hablar.

Ella simplemente se dejaba llevar, entramos en la casa y mis amigas la llevaron a limpiarla y ayudarla. Miren, María había sido pateada, golpeada, estrellada y hasta mordida, nunca vi algo así y solo recordarlo me causa impotencia y ganas de llorar como esa noche espantosa.

Mis amigas hicieron lo que pudieron, la metieron en la tina y le pusieron compresas para bajar la hinchazón, nos preocupaba la herida en la boca y la inflamación pero cuando hablamos de llamar policía y médico, María sin poder hablar adoptaba la posición de rezar y se negaba suplicándonos que no lo hiciéramos. Nos partió el alma ver sus lágrimas al mirarse en el espejo… La violencia en todo su esplendor.

Pasamos toda el resto de noche cuidándola, de a pocos la hinchazón fue bajando y ella trataba de hablar, pero no la dejábamos porque nos daba miedo que se abriera la herida. Así que a punta de notas nos comunicamos con ella.

Nos contó todo, la forma en la que era maltratada, los abusos que sufría, las cosas que tenía que vivir cada día… Le insistimos que denunciara, que la ayudaríamos por medio de una fundación, le dimos todas las opciones y ella siempre se negó.

El miedo a las consecuencias le impedía dejarse ayudar.

A las 8 de la mañana dejamos a María en la puerta de un balneario de poca monta en el pueblo ya en calma… El llanto de mis amigas y las súplicas para que no volviera no sirvieron de nada.

Nunca la volvimos a ver… Aún tengo la duda si lo que hicimos estuvo bien, o si debimos retenerla…

Solo puedo decir que si usted está siendo golpeada o maltratada de cualquier forma, le suplico que se llene de valor y ¡denuncie! Que no considere el perdón como opción, que entienda que si lo permite una vez, seguirá pasando más fuerte y más seguido… Que usted no merece eso, porque usted es importante y valiosa… Que no le pase lo que le pasó a María.

Espero que este mensaje sirva de algo.

Muchas gracias

Por

Diego Pineda.

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