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Según mis investigaciones en la web pude definir la anorexia como una enfermedad mental ocasionada por la presión social desde los cánones de belleza; lo que implica que cualquier joven puede padecerla. Los estereotipos de delgadez extrema son bombardeados desde todos los medios de comunicación, apabullando a quien no pueda cumplir con las reglas que nos han impuesto. Es tan fuerte el ataque mediático que el afectado comienza a rechazar la comida en busca de cumplir los estándares sociales, al punto de provocar en ocasiones la muerte. Pero ¿Qué pasa en la cabeza de una persona con anorexia? ¿Cómo comienza todo? ¿Cómo logra recuperarse? Mi historia tratará de responder a estas cuestiones, esperando dar un salto hacia la paz conmigo misma.

Si mal no recuerdo era muy inocente cuando empecé a navegar por internet, encontré muchas imágenes alarmantes y no sabía su significado aunque pronto lo entendería. La sociedad, mi familia y mis amigos habían hecho de mí una persona poco más que insegura, llevándome a querer suicidarme. En la adolescencia es muy común la depresión; la mía iba más allá y se sumaba a los testimonios de otros adolescentes en la red, quienes atentaban contra sí mismos lastimando sus brazos, piernas y demás partes del cuerpo, activando en mí un deseo por hacer lo mismo. Siempre pensaba en que quizás, si cortaba mis brazos, encontraría otro tipo de salida y podría parar de llorar; así que empecé a cortarme hasta que mi mamá se dio cuenta de lo que hacía, lo que nos llevó a algo parecido a la tercera guerra mundial; dejé de cortarme pero la depresión no se iba, al contrario, iba en aumento.

En diciembre de ese año decidimos ir a comprar ropa para Navidad, para entonces tenía unos cuantos kilos de más pero moría por lucir uno de esos vestidos de baño de dos piezas o una ombliguera, aun así mi autoestima no me lo permitía y la frustración aumentaba rápidamente mis problemas de depresión, era como si la vida se redujera a sensaciones negativas, como si yo no fuera apta para el mundo. Fuimos al médico por algunos exámenes para el colegio y entonces todo empeoró cuando escuché las palabras de una de las doctoras: “ya no puedes subir más de peso, ese es tu límite”. Quería morir, cortarme hasta morir. Llegué a la casa llorando como nunca antes y decidí tomar cartas en el asunto, al fin y al cabo era cuestión de controlar mi peso, nada del otro mundo, pensé.

Todo iba viento en popa, con el ejercicio y comiendo un poco menos podía llegar al peso ideal, aun así una idea había sido sembrada en mi interior y crecía desmesuradamente con el paso del tiempo: “PIERDE PESO”. Lo que comenzó como un cambio de rutinas y hábitos se convirtió en una obsesión: ya no podía comer un pedazo de empanada sin pensar en cuantos abdominales debía hacer, miraba los helados como amenazas, cada carbohidrato era mi enemigo, la comida se convirtió en un monstruo al que debía atacar. A mediados de abril de 2013 pesaba un poco menos y me sentía más segura, así que hice una promesa: “PARA FIN DE AÑO, ESTE PANTALÓN TALLA 4 DEBERÁ QUEDARME MÁS QUE PERFECTO”. La talla 4 se adelantó unos seis meses ¿Y cómo lo hice? Mis padres me enviaban la comida al colegio, hicimos varias dietas pero nada era suficiente. No había carbohidratos, no había dulces, ni nada de esas cosas que pensamos que tanto nos engordan; en conclusión, no había comida, solo un poco de desayuno en las mañanas y una hora y media diaria de ejercicio. En dos meses conseguí lo que quería, claro, lloré demasiado; muchas veces me pregunté ¿Cuándo debo parar? ¿Cuándo podré volver a comer pan?

El lio era que yo no quería parar, me gustaba lo que veía, me gustaban los huesos, me gustaba como se me caían los pantalones talla diez y ante todo, me encantaba escuchar a la gente recordándome lo delgada que estaba. Una mañana mi mama decidió llevarme al psicólogo y se confirmó que sufría de anorexia nerviosa. No sabía si sentirme feliz por la palabra que escuchaba o estar mal porque sabía que era una enfermedad; algo estaba claro: todo iba a terminar.

El miedo por engordar como antes estaba más presente que nunca y sabía que no quería y no podía dejar de comer; antes de entrar al colegio de vacaciones tuvieron que hospitalizarme por una infección gastrointestinal debido al desorden de comidas que tenía; fue una semana desastrosa. Después de un tiempo apareció la famosa Mia (bulimia), haciendo de mis días un infierno, quería atiborrarme de comida para luego ir a vomitarlo solo por el miedo de subir algunos gramos. Los días se convirtieron en semanas y luego meses, no dejaba de ejecutar las mismas acciones, la carga sicológica era terrible, sentía culpa y satisfacción, una contradicción insoportable.

Mantuve la fachada todo lo que pude hasta que mi papá se dio cuenta, se armó un escándanlo que nos llevó a la conclusión de que debíamos superarlo juntos, poco a poco, con paciencia. Y precisamente de esa manera lo logré, pude detener gran parte de la ansiedad y empecé a bajar de peso comiendo un poco menos en las noches. Después de Navidad, al entrar a estudiar, empecé a subir de peso porque había dejado de comer carbohidratos y mi cuerpo apenas empezaba a asimilarlos de nuevo, haciendo aumentar mi peso. Finalmente, en septiembre del año pasado, tuve un viaje importante a Canadá donde estaría a prueba mi autonomía y voluntad, las dos se mantuvieron inamovibles, ya había pasado lo más difícil y con ello, di por terminada esa etapa de mi vida.

Han pasado dos años desde que todo comenzó, miro hacia atrás y me sorprende todo lo que me precede, esa construcción de lo que soy ahora se lo debo a lo que fui ayer, pero lo dejo ir sin desconocerlo, sin reproches y sin culpa, me he liberado de una carga que no le deseo a nadie; como diría Gabo: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”, ese es mi consejo, hagan de su vida un recuerdo grato, tanto para ustedes como para los demás.

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La desilusión viene luego de haber dado el beneficio de la duda a una humanidad con capacidad de ser mejor pero que irremediablemente se rinde ante la vanidad y el ego que les da el poder. Mientras, sigo creyendo que vale la pena decirlo para los que hacen la diferencia y para aquellos que nos dan el beneficio de la duda.

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