*Este artículo fue construido en colaboración con Esteban Morales
Hoy en día—y en especial, en época de elecciones—es fácil llegar a la conclusión que nuestras redes sociales son extremadamente violentas. Artistas con influencia en ecosistemas digitales hacen comparaciones haciendo alusión al color de piel y los usuarios reaccionan insultándola por su aspecto físico. A quienes tienen preferencia por Gustavo Petro los llaman #Petristes y a Rodolfo Hernández le hacen memes sin parar, extrayendo episodios de su vida donde la rabia es protagonista. A eso nos hemos visto expuestos en mayor medida desde la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia.
Las formas y los formatos son similares y generan altas reacciones y por ende interacciones en digital, sobre todo cuando validan nuestro sesgo de confirmación respecto a los pensamientos que nos produce un candidato u otro, basados en estímulos producidos por experiencias propias o por lo que otros nos han contado de ellos y que hacen que tengamos en nuestro cerebro una construcción propia de ese personaje.
Es claro que los formatos y contenidos usados en esta vía generan risa y parecen graciosos, tanto así que se viralizan rápidamente. Pero esta forma de violencia —con gran alcance y velocidad— tiene efectos profundos en nuestras identidades como colombianos, en cómo nos relacionamos con nuestras comunidades e incluso en la forma en la que entendemos que debe funcionar una democracia. La violencia en redes sociales no es un asunto superficial y sin importancia.
Ciertamente, es importante resaltar que esto no es un fenómeno local. En el 2017, el Consejo de Europa publicó un reporte donde enfatiza que la violencia puede ocurrir fácilmente en nuestros ecosistemas digitales. En el 2021, el Pew Research Centre de Estados Unidos divulgó un reporte donde explica que no solo hay más violencia en las redes sociales, sino que también estas manifestaciones de violencia son cada vez más complejas y difíciles de solucionar. Y no hay que leer reportes de centros de investigación y hacedores de política para entender que es un fenómeno global: lo vemos con el frente de ciberguerra y desinformación en la guerra de Rusia y Ucrania y lo vimos en las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos, por dar solo dos ejemplos.
La violencia en redes sociales hace que desdibujemos al otro
Pero en Colombia esta violencia tiene un efecto particular. Y es que, en medio de profundas cicatrices de un conflicto armado y civil que aún no terminamos de curar y se siguen reabriendo, la violencia en redes sociales hace que desdibujemos al otro y lo reduzcamos a una caricatura de su ideología, raza o género. Lo volvemos alguien que no merece nuestra empatía ni nuestro respeto — alguien que a duras penas merece vivir en el país. Esto, inevitablemente, nos aleja de la posibilidad de reconciliarnos con la diferencia y crecer como país.
Un primer paso en responder a esta creciente manifestación de violencia es reconocerla y llamarla por lo que es: violencia. Y hay prácticas violentas que podemos identificar fácilmente: los insultos al que piensa diferente, los videos de robos o asesinatos en las calles, los mensajes por privado que buscan silenciar o intimidar. Todas estas manifestaciones de violencia que vemos y experimentamos en nuestras redes sociales transforman nuestra experiencia del otro, y rompen espacios de diálogo y encuentro.
Pero hay otras manifestaciones de violencia que se disfrazan con facilidad, como aquella que se disfraza de humor. Sí, memes, chistes y parodias son el principal vehículo de violencia en redes sociales en esta época de elecciones. Este humor hace que el odio y el acoso pase desapercibido para todos, menos para el que está dirigido. Como dice la académica Emma Jane, solo porque algo divierta a los incitadores de violencia (e incluso a académicos y periodistas) no las convierte en algo inocuo.
Hay otras manifestaciones de violencia que se disfrazan con facilidad, como aquella que se disfraza de humor.
Las redes sociales tienen un gran poder transformador en las sociedades. Pero, cuando la base de nuestros ecosistemas digitales es la violencia —como se evidencia hoy en día en el país— este poder se vuelve altamente destructivo. No podemos entender al otro, no podemos encontrar puentes para dialogar con él, no podemos imaginar un futuro donde el otro exista, y (por supuesto), no podemos construir una mejor Colombia donde todas nuestras visiones coexistan. Y todos, independientemente del partido político al que pertenezcan, necesitamos poder construir esa Colombia donde podamos conversar.
Lo más preocupante de esto es que las conversaciones violentas no surgen sólo desde la espontaneidad y emocionalidad de cada ciudadano, o de su interés particular por cambiar un pensamiento frente a uno u otro candidato, también hay evidencias de que esto se realiza de forma organizada. Un ejemplo de ello fue lo evidenciado por la investigación realizada por El Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) y La Silla Vacía antes de la primera vuelta presidencial, donde encontraron que diez páginas de Facebook, coordinadas entre sí, le pagaron a esa red social más de 309 millones de pesos para difundir publicidad negativa, noticias falsas y contenidos incitando al odio, principalmente contra los candidatos Sergio Fajardo y Gustavo Petro.
Y la responsabilidad es compartida, no es solo de los usuarios, si no también de los mismos candidatos en muchas ocasiones no entienden la gran responsabilidad que tienen con la democracia, pero principalmente con sus audiencias. Ellos son legitimadores de todo el contenido que publican, sea real o falso, o sea positivo o incite a la violencia. Incluso los ataques o contenidos negativos ya han trascendido a la ciudadanía y han llegado a ser contra los medios de comunicación o periodistas en particular, como ocurrió en su momento cuando Gustavo Petro tuiteó sobre los ‘Neonazis en RCN’, o el caso de Rodolfo Hernández hablando de ‘periodistas petristas y de ‘realizar preguntas estúpidas‘. Yo lo mencionó la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) en su pronunciamiento del 27 de mayo “El 2022 es el periodo electoral más violento para la prensa en la última década”.
Los candidatos en muchas ocasiones no entienden la gran responsabilidad que tienen con la democracia, pero principalmente con sus audiencias.
Aunque varios candidatos firmaron el Pacto por una Campaña Política Pacífica, incluyente y sin discriminación, promovido por la Misión de Observación Electoral (MOE), la violencia en redes sociales no cesa. Continuamos viendo comentarios explícitos e implícitos desde diferentes actores asociados a la campaña electoral. Acciones que, aunque quienes las realizan creen que solo afectan a sus contrincantes, realmente están afectando a la democracia, incluso y en muchas ocasiones, hasta a la salud mental de quienes leen este contenido en digital.
*Esteban Morales es un candidato a doctorado de la Universidad de British Columbia. Su investigación se centra en la violencia en redes sociales en Colombia y sus implicaciones para el aprendizaje, el ejercicio de la ciudadanía, y la formación de identidad, entre otros.
El artículo es muy interesante. Sin embargo, en estos tiempos hay un elemento que ha contribuído a exacerbar dicho lenguaje y a echarle más leña al fuego y es la voz de muchos periodistas que, irresponsablemente, se han puesto de lado de las campañas afectas al gobierno. La Flip debiera tener en cuenta estas situaciones cuando se embarca en la defensa de estos pseudoperiodistas.
Califica: