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Para que una unión de naciones como la que se ha planteado en Suramérica sea posible, necesita dos condiciones fundamentales: Que exista una necesidad primaria que convoque los estados miembros a comprometer parte de su soberanía a un ente supranacional, y que exista la clara voluntad política, nacional y regional, para dar tal paso y construir valores comunitarios.
Lamentablemente en Suramérica ambos elementos, aunque existentes, han sido tergiversados y convertidos en plataformas de lanzamiento de políticas populistas, antiimperialistas y antiglobalizadoras que hace de la unión sudamericana algo, en el mejor de los casos, puramente simbólico.
Los objetivos de la unión Europea cuando nació eran bastante definidos: (1) la integración económica de los miembros para lograr la estabilidad y la paz en el continente, haciendo que las dependencias entre sus países fueran tan profundas que una guerra entre ellos seria dañina para toda la región; (2) La recuperación y consolidación económica de la región para crear un mercado globalizado, competitivo y que actuara como un bloque ante el mundo; y (3) eventualmente lograr una unidad política que sometiera algunos de los poderes soberanos de los estados a una organización supranacional que promueva la creación de políticas comunitarias comunes para el bienestar de todos sus pueblos. Los objetivos de la unión sudamericana, inspirados en dichos valores, se ven distorsionados por la demagogia antiimperialista con las que algunos líderes han inundado la creación de la organización, que de hecho ya la deja mal parada. Adicionalmente, las propuestas para manejar de manera comunitaria temas tan delicados como la defensa y las relaciones económicas de sus miembros con el mundo, en una organización que ni siquiera ha comenzado a actuar, demuestran la falta de claridad sobre lo que se puede y se quiere hacer. Ni Europa después de más de 50 años de unión ha sido capaz de llegar a acuerdos sobre Defensa, inmigración o seguridad social, temas todos que aun atañen a lo más intrincado de la soberanía de los estados miembros.
La unión Sudamericana es una propuesta no solo importante sino necesaria. Pero para que funcione tienen que cambiar muchas actitudes y paradigmas. El intenso nacionalismo criollo tiene que dar paso a un nacionalismo más orientado a la región, a la preservación de nuestros valores y la internacionalización de nuestra sociedad. La demagogia de los lideres y las constantes referencias a “lacayos del imperio”, “traidores de la causa bolivariana”, entre otros adefesios, realmente hacen poco para poder llegar a pensar en la consolidación de una unión entre nuestras naciones. El respeto a las políticas, valores e institucionalidades de cada país es el valor máximo de la unión, y la necesidad de relaciones fuertes, respetuosas y constantes es condición mínima para lograr avances en un proceso de esta naturaleza. Los ingleses y los franceses no son precisamente los pueblos de mayor aprecio mutuo en Europa, pero en casos como la guerra de Irak donde las diferencias fueron evidentes, el respeto a la posición de cada uno, aunque diferente, fue fundamental para que ese hecho no perjudicara de ninguna manera la legitimidad de la unión europea. Solo cuando las acciones de un estado miembro lesionan la unión y sus principios es cuando la unión, no otros estados individualmente, puede actuar. Es la unión el mecanismo conglomerador y de solución de conflictos, no es propio de un país miembro tomar acciones unilaterales contra otro pues se estaría lesionando el principio mismo de la unidad.
Frente a los hechos de los últimos meses en la región, pareciera que aun no estamos listos para lograr una unión valida y duradera. El liderazgo de algunas naciones ha usado como pretexto la unión para promulgar su revolución, y para condenar a aquellos países que quieren la unión, pero bajo términos y políticas diferentes: Una unión más abierta al mundo, consolidada como un organismo regional, con la garantía de la libertad y la democracia como sus valores últimos, libre de la intervención indebida del estado y el respeto a la economía de mercado, con una fuerte orientación de protección de los derechos sociales y el bienestar general. A diferencia de estos valores, la intención detrás de esta propuesta en algunos líderes de la región es la de blindar Suramérica frente a los “excesos imperialistas”, de promover la creación de un mercado local de recursos y economías cerradas al resto del mundo con alta intervención estatal , con el pretexto de estar distribuyendo la riqueza de una manera más justa (por eso toda la riqueza se tiene que generar y quedar aquí), de oponerse a la globalización de Suramérica como región que nos daría un peso mucho más importante a nivel mundial, entre otros aspectos, demuestran la corta visión con la que se ha concebido este organismo. Si a esto se le adiciona el  hecho de que internamente haya tan poca estabilidad en algunos de los países miembros la situación es aún más complicada.
Los valores de la democracia y la libertad son elementos primarios para el éxito de la unión, no solo para los pueblos, sino para los Estados miembros, comprometiéndose con objetivos comunitarios. Es claro que habrán sacrificios, pero estos deben claramente representar a la larga beneficios para los pueblos que componen la unión, de otra manera, el apoyo popular, fundamental para que el ente regional tenga legitimidad y validez, será mínimo. Cuando la demagogia y el concepto parroquial de unión expresado por algunos líderes de paso a una visión global de región, que debe unirse para convertirse en un ente más competitivo, creador de riqueza y bienestar, comprometido con el desarrollo de sus pueblos y una interacción mas activa que nunca con el mundo, entonces la unión sudamericana no solo será posible, sino lo mejor que le pudo haber pasado a una región que parece aferrarse a un pasado nacionalista, populista y de espaldas a las nuevas realidades mundiales.

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