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Para Rusia y Venezuela los ejercicios militares y el despliegue de fuerzas rusas en el territorio Venezolano puede ser un “ejercicio de rutina”, pero para el resto del mundo, y especialmente los vecinos y los Estados Unidos, es un movimiento, por decir lo menos, provocador. Internacionalmente esto se ve como la respuesta de una Rusia envalentonada y deseosa de mostrar su interés de convertirse nuevamente en esa potencia antagónica del poder norteamericano, a los movimientos de los americanos para apoyar la reconstrucción de Georgia después de la invasión rusa. Para Colombia y Latinoamérica en general, significa un alineamiento del régimen Venezolano con Rusia, bajo el pretexto de obtener protección frente a la amenaza invasora del “imperio”; un alineamiento que desestabiliza el balance de poder regional, algunos analistas incluso hablando del peligro de traer una nueva guerra fría a territorio Latinoamericano, como casi ocurre con la crisis de los misiles en los años 60, y como todos sabemos, las guerras de las grandes potencias se pelean en naciones y regiones satélites del mundo, no en sus propios territorios. Sin embargo, las posibilidades del retorno a las tensiones de la guerra fría son lejanas, aunque no imposibles, y dichas especulaciones son más producto del sorpresivo movimiento ruso y sus políticas internacionales en los últimos meses que han llevado a un nuevo nivel de tensiones entre los poderes mundiales.
Pero lo que nos atañe aquí es lo que este movimiento político y militar indica en la estrategia del líder venezolano. Confunde, por decir lo menos, la estrategia de Chávez cuando su bandera política ha sido la lucha contra el “Imperio” y la hegemonía del terror a través del poderío militar. Acaso Rusia, si llegase a retomar su papel de potencia militar de hace algunos años, no se convertiría en un Imperio, que de hecho históricamente fue más “Imperial” que lo que la hegemonía de los americanos ha representado. Estados Unidos nunca invadió países para mantenerlos bajo un régimen político controlado directamente por Washington, sin democracia, sin oportunidad de desarrollo económico diferente al autorizado por el gobierno central de la superpotencia, y sin casi ninguna libertad individual, como si lo hizo la Unión Soviética con Europa Oriental y algunas regiones en Asia. No está acaso la Rusia de hoy extorsionando a toda Europa con el petróleo y el gas que produce, usándolo como herramienta de control y subyugación para las naciones vecinas que dependen totalmente de esos recursos, y como instrumento de control y presión para el resto de la unión Europea?, No es acaso la invasión de Rusia a Georgia una acción encaminada a demostrar su control sobre su área de influencia e imponer su visión geopolítica del mundo y la región a la fuerza? No es todo esto parte del “Imperialismo” contra el que Chávez despotrica cada vez que puede en escenarios locales e internacionales?
La realidad es que este hecho demuestra dos cosas. Primero, Chávez se opone a esa versión del imperialismo en la que él y su proyecto político, que es imperialista en sí mismo, no es posible. El imperialismo norteamericano en Latinoamérica es un imperialismo orientado a mantener un control mínimo pero suficiente sobre la región con el objeto de proteger su área de influencia, pero lo hace basado en la promoción de los valores democráticos, el libre mercado y el desarrollo de relaciones bilaterales, donde aunque es inevitable la ventaja americana, hay posibilidades de negociación y acuerdos. Un imperialismo “light” donde la influencia política, económica y social es inevitable, pero mantiene como principio la autodeterminación del los pueblos en su rumbo y sus opciones económicas y políticas, siempre y cuando ello no atente contra la seguridad nacional Americana. Al fin y al cabo es una superpotencia y su interés es seguirlo siendo. Este estilo de imperialismo es detestable para Chávez porque no permite que su propio proyecto imperialista en Latinoamérica progrese. Su identificación con el proyecto Ruso es a veces impactante. Chávez ha intentado desarrollar el marco institucional regional necesario para controlar la región con su gran recurso natural: El Petróleo. Lo ha logrado con las naciones que siguen sus indicaciones al pie de la letra, pero ha encontrado dos grandes obstáculos en la región: Brasil, que se considera el líder natural de la región y no piensa cederle esa posición a Venezuela, y Colombia, que se ha alineado con los Estados Unidos de una manera estrecha. Debido a ello, El proyecto de Chávez no ha progresado como él lo esperaría.  De ahí sus recurrentes patadas de ahogado en asuntos internos de otras naciones en los que él no tiene nada que ver
El segundo elemento aquí es la obsesión de Chávez con la supuesta intención americana de derrocarlo e invadir a Venezuela para “robarse el petróleo”. Con su nueva alianza Chávez está tratando de convertir a Rusia en su punto de apoyo en caso de que alguno de esos supuesto planes del “imperio” fuera a ser ejecutado, y también para mostrarle a su vecino, Colombia, que tampoco está solo en el concierto internacional. Es aquí donde los análisis de una guerra fría entre las potencias, llevándose a cabo en el territorio latinoamericano, a través de una guerra entre Colombia y Venezuela no suenan tan descabellados. La historia está llena de ejemplos de este tipo y en esta región están en juego la estabilidad política de un área con recursos energéticos casi tan grandes como los de muchos países del medio Oriente.
El nuevo Juego político de Chávez puede traer inesperadas consecuencias. Colombia y la región deben observar estos movimientos con prudencia y cautela. Lo paradójico de todo esto es que Chávez, el líder del anti-imperialismo mundial, está ayudando a reconstruir uno de los imperios más controversiales y destructivos de la historia humana.

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