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Este domingo Colombia perdió una oportunidad inmensa de transformación política y social. Las opciones estaban entre extremos ideológicos, política tradicional y una nueva forma de hacer política, una renovación. Los colombianos decidimos irnos por los extremos, en unas elecciones que se caracterizaron por la paz y el orden, la inmensa participación, y la cantidad y calidad de opciones que tuvimos en nuestro proceso democrático. Lo que se viene, la segunda vuelta, será una de las elecciones más cruciales de nuestra historia.

Esta primera vuelta tiene elementos muy importantes que rescatar. El más importante de todos fue que hubo quienes demostraron que para hacer política no se necesita ser corrupto, ni comprar votos, ni utilizar maquinarias, ni jugar sucio. La candidatura de Sergio Fajardo revolcó el establecimiento político y abre las puertas a un voto de opinión, a conciencia y sobretodo de protesta contra la clase política actual, que alcanzo casi 5 millones de personas. Una fuerza que solo puede crecer y que da un mensaje muy claro para esa política tradicional: Qué el cambio va a llegar, y llegará de las manos de una nueva generación de votantes hastiados con los extremos, la corrupción y la falta de compromiso con la honestidad y el País

El segundo elemento es que ha sido el proceso electoral más tranquilo de la historia. Las insinuaciones de fraude de Gustavo Petro antes de las elecciones se vieron ahogadas en la transparencia y la participación masiva de la gente, y el acuerdo de paz no pudo haber encontrado mayor justificación y demostración de sus beneficios. La noticia a nivel mundial, además de quienes pasaron a segunda vuelta, fue que Colombia vivió por primera vez unas elecciones presidenciales en paz. Que esto sirva para que todos aquellos detractores del proceso y de los logros de este Gobierno en esta materia finalmente reconozcan que, aunque imperfecto, el acuerdo de paz trae beneficios mucho más grandes, tangibles y humanitarios que los riesgos que pueda representar. La defensa de su principal gestor y excelente candidato presidencial, Humberto de la Calle, fue y será fundamental para que este proceso, gane quien gane la presidencia, continúe su camino hacia la consolidación de esa paz estable y duradera que los colombianos hoy agradecemos

Finalmente, el tercer gran hecho es la polarización del país. Los candidatos que avanzan a la segunda vuelta no pueden ser más diferentes en sus ideologías y propuestas. Las campañas, los padrinos políticos y los medios de comunicación de ambos bandos, usaron la intimidación y la calumnia para representarse mutuamente, dejando entrever en cada una de sus propuestas, el riesgo que corre el país si apoya las del contrario. Hoy luego de los resultados, ya algunas de las ideas programáticas más extremistas se están maquillando, transformando para poder cautivar ese inmenso centro electoral que apareció el domingo, y que está logrando el cambio esperado. Si, los extremos han ganado, pero para poder ganar la presidencia, tendrán que dejar de ser extremos, o estas serán posiblemente las últimas elecciones donde su modo de hacer política tenga posibilidad de triunfo en Colombia.

Ahora el país tiene que escoger el mejor camino entre dos ideologías, porque hay que escoger, y escoger bien. El candidato que gane se enfrentará a una nueva nación, tendrá que gobernar con un congreso muy diverso, que no representa una mayoría para ninguno de ellos y con el peso de millones de colombianos que no están dispuestos a nada menos que un cambio, y que, gracias a esa paz que cada vez nos envuelve un poco más, podrán usar la herramienta más poderosa que una sociedad libre, pacífica y democrática tiene para exigir ese cambio: el Voto. Ya se demostró este domingo, y eso ya no va a cambiar.

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