La paz nos aterra
La paz, esa palabra proveniente del latín pax, referida a los periodos de estabilidad (sin guerra entre las naciones en la época) a muchos nos alegra pero a otros los asusta e inclusive, perturba. Es comprensible que a varios les parezca extraño hablar de esto pues para los colombianos un estado de tranquilidad y estabilidad es totalmente desconocido. Llevamos toda nuestra historia luchando por encontrar la anhelada paz pero solo la buscamos a través de la guerra, cosa que nos ha imposibilitado llegar a ella.
El lunes 27 de agosto de 2012, una noticia estremeció los cimientos de una sociedad acostumbrada a bañarse con sangre todos los días: el gobierno había iniciado oficialmente los acercamientos para llevar a cabo un proceso de paz que llevara al fin de un conflicto armado de más de 50 años.
En los medios nacionales hubo consenso: no hay otra fórmula distinta para alcanzar esa anhelada estabilidad distinta a sentarse a negociar con los actores en conflicto. En la edición dominical de EL TIEMPO, el editorial recogió magistralmente un sentir y destacó que, si bien la vía armada ha sido fundamental para «modificar el balance estratégico» esta «es más un escalón que la puerta hacia la solución definitiva».
Pero aunque muchos, en los cuales me incluyo, estamos con una ilusión gigantesca y una fe que nos hace sentir parte de un momento histórico, otros liderados por extremas llenas de odio, rencor y que viven del lucrativo negocio de la guerra, se rasgan las vestiduras y probablemente intentarán entorpecer a toda costa la oportunidad de poder poner fin a un conflicto que lleva décadas e intentar vivir en paz.
Los escépticos, con razón, recuerdan con resentimiento esa oscura época del Caguán donde el acelere, la ingenuidad y la poca voluntad de los violentos nos llevó a vivir días negros y ver sillas vacías que desde un primer momento mataron la esperanza. Claro, esos diálogos que iniciaron en 1999 fueron un mal necesario, una parte del proceso y una lección que hará que lo que se intente ahora, esté pensado meticulosamente, sea concreto y no caiga en los mismos errores del pasado.
Una noticia como la del lunes debería causar euforia. No se trata de la inclinación política acá. No es ser de derecha o izquierda. Rojo, azul, amarillo, naranja o verde. Es tratar de darnos la oportunidad de encontrar esa «estabilidad», pero no. A muchos esto no les suena.
Liderados por el expresidente Álvaro Uribe, quien día a día pareciera ser el más acérrimo defensor de la continuación de la guerra en el país, muchos colombianos intentarán entorpecer y acabar con un proceso que busca una salida distinta a un conflicto armado con una guerrilla que no han podido acabar en casi 50 años y pareciera no tener fin.
Para lograr la paz hay que tragarse muchos sapos. Y créanme, YO también me he tragado sapos por parte de esa guerrilla, y sapos muy feos. Pero quiero que esos hijos que algún día llegarán para mí no vivan en un país como el que me tocó en la niñez, lleno de guerra y terror. Nos acostumbramos a que un infante vea normal un ambiente así cuando debería hacernos retorcer esa realidad.
Démosle la oportunidad a la paz. Apoyemos a quienes la buscan. Aprendamos a perdonar y perdonar implica aguantarse cosas horribles y no de los amigos precisamente.
@riverasoyyo
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