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Sergio Urrego se tiró para acabar con su tormento. Sergio Urrego descansó, pero destapó la cloaca que puede ser Colombia como sociedad. Sergio Urrego no debió ser señalado. Sergio Urrego nos mostró los alcances de la discriminación.

No me importa que por el título de esta reflexión me digan “marica”, “gay”, “loca”. Además, ¿Por qué tendría que publicar mi orientación sexual aclarando si lo soy o no? ¿Acaso sería distinto si no amara a mi mujer por esposa sino a un hombre por esposo? ¿Eso me haría peor o mejor profesional, padre o amigo? Nadie, absolutamente nadie, debería exponer, como si fuera un ítem más de su hoja de vida, si gusta de personas de su mismo sexo o del sexo opuesto.

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Casos como el de las ministras de Comercio y Educación teniendo que salir a defenderse en los medios por su relación son, más que indignantes, tristes. ¿De cuándo acá a un funcionario público se le ha de juzgar por con quién comparte su cama y no por sus obras u omisiones? ¿Cómo afecta esto el actuar de uno ante la sociedad?

Muchos autoproclamados defensores de la familia no han entendido que los homosexuales nacen, por cuestiones fisiológicas, de relaciones heterosexuales. Conozco casos de familias de papá, mamá y hermanos con un miembro gay, a quien han aceptado como lo que es, alguien normal, y han recibido con cariño a sus parejas. ¿Dejarían de querer a su hijo o su hermano por algo de lo cual no es culpable pues no hay nada de malo en él?

No han entendido estos defensores que muchas familias “normales” no son garantía de respeto; que existe la violencia intrafamiliar; que así como hay padres amorosos que respetan a sus esposas también los hay maltratadores. No han entendido que un niño debe recibir afecto, bienestar y apoyo y que en muchas ocasiones dos papás o dos mamás podrían dárselo. Pero no. Ellos prefieren verlos sufrir, esperando ser amados, a que dos personas del mismo sexo puedan brindarles un hogar, “porque uno debe velar por los derechos de los niños y no los puede exponer a esas aberraciones”, sin siquiera darles la oportunidad a los pequeños de tener un hogar.

Eso somos: un país que prefiere seguir preceptos religiosos antes que respetar las libertades. Inquisidores del género desconocido. Aplastamos los sueños de los otros que son diferentes. Y esto lo hace la derecha y la izquierda. El religioso y el ateo. Lo hemos hecho todos –me incluyo. Y me duele–. Y hemos creado, gracias a nuestra estupidez, muchos Sergios Urregos.

Somos tan machistas que titulé amor de hombre porque, como diría un Senador, para muchos el sexo entre dos mujeres es “inane” y entre dos hombres “excremental”. Hasta en eso no avanzamos.

No voy a cambiar a nadie su punto de vista, ni es la intención de esta reflexión. Pero sí siento que debemos dejar de joderle la vida al otro, más cuando no nos está haciendo ningún daño. El amor de hombre (o de mujer) a hombre (o a mujer), también es amor.

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