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Otro asesino más al volante. Sí, las cosas por su nombre.
Estrelló y asesinó con su lujoso auto a dos jóvenes ingenieras de 25 y 26 años.

Ahora comenzará la pelea jurídica para definir este tipo de
delito. Habrá discusiones para tipificarlo como
homicidio culposo, o doloso, o que lo uno, o que lo otro, y demás.  Pero para la mente de millones y en especial
para la del involucrado esto fue un asesinato. A sangre fría y gasolina
caliente.

Cada trago de licor ingerido antes de tomar un auto es una
bala que se carga en el cilindro de un revólver. La diferencia es que aquí el
arma es el vehículo. Y puede dispararse accidentalmente.

¿Que no tuvo la intención? ¿Que no quería hacer daño?  Sí. Cualquier persona mayor de edad, incluso
algunos adolescentes, en algún momento de su vida habrán escuchado sobre el
peligro de combinar licor y conducción de vehículos.  Sumen, además, las campañas para prevenir
estas acciones.  La empresa privada y
entidades del Estado insisten con estrategias pedagógicas y de prevención. Pero
los muertos siguen y, peor aún, el olor a impunidad se mantiene vivo, como un
guayabo luego de la peor de las borracheras.

A pesar de todo, este personaje decidió conducir, con un
alto estado de embriaguez, su auto. Al parecer un Audi Q7. Una supermáquina
alemana de más de 100 millones de pesos. Con toda la tecnología disponible para
brindar seguridad y confort a sus ocupantes. Pero que se convierte en una
máquina asesina cuando es conducida por alguien embriagado. Terminó estrellado a
casi 160 kilómetros por hora contra un pequeño taxi sin mucha tecnología en términos
de seguridad contra accidentes, ocupado por tres personas. Dos mujeres murieron
fulminantemente por el impacto. Uno más quedó gravemente herido y su pronóstico
es reservado.

El conductor mató no solo a dos mujeres. Mató sus sueños y
sus generaciones. Seguramente  ellas
anhelaban, como la gran mayoría de mujeres, casarse y ser madres. Tener una
familia y comprar un perro.  Trabajar y
ser felices. Eso querían hasta esa fatal noche en que apareció el asesino del
Audi. Y además, mató en vida a sus familias. A sus padres, a sus hermanos,  a sus parejas. Las condenó a vivir por siempre
con esa trágica pérdida de un ser amado en un accidente de tránsito. Ellos
tuvieron que recibir la llamada que nadie quiere recibir de las autoridades. La
de la media noche o de la madrugada. La que dice que sus seres queridos yacen
muertos entre latas retorcidas, por culpa de alguien que decidió manejar
borracho.

Si quien las mató tuvo un cuadro de estrés agudo y debió ser
recluido en un hospital (Razón por la cual no se ha podido judicializar) ¿qué
le dará a los familiares de las víctimas?

Otra tragedia más. Y vendrán las autoridades a decir que se
necesitan más campañas, más conciencia, más penas, más todo.  Nuestro masoquismo nos lleva a matarnos para
aprender.

Este accidente revive un tema doloroso: Las tasas de
personas alcoholizadas que conducen autos en Colombia es preocupante. Y sigue
en aumento. Se ha hecho de todo: Campañas, controles de autoridades y pareciera
que nada funciona. Lo único que nunca se ha hecho es aumentar las penas. Hoy un
asesino de estos puede estar tranquilamente en su casa pagando la pena.
Mientras las familias de la víctima, lloran con impotencia a sus muertos y a la
injusticia. Y este dolor no se ahoga ni con el mejor de los licores, ni con el
tiempo, ni con la justicia. Es un dolor eterno, punzante y que carcome el alma.

Seguirán pasando estos accidentes porque ¿qué podemos
esperar de un país donde ‘tomarse unos traguitos’ y conducir son socialmente
aceptados? Escuche la entrevista al autor de este artículo en W Radio. Haga clic aquí

Yo hace más de 10 años renuncié al licor  y cuando en algunas reuniones sociales a las
que asisto  digo ‘No, gracias. No tomo
licor’ cuando me lo ofrecen, muchos me miran extrañados:

¿Y eso por qué tan aburrido?
-Tómate uno que no hace daño
-¡Ay no, no eres de ambiente!
-¡Qué amargado!

Como si no se pudiera estar en una buena fiesta o reunión
social sin licor. Y cuando veo personas que toman y van a manejar, y les sugiero
amablemente que no lo hagan, que tomen un taxi, dejen el carro o que alguien
las lleve, vienen los reclamos y las excusas:

-Siempre he manejado así y nunca me ha pasado nada.
-Pero si fueron sólo dos vinitos.
-¡Ay tan buen ciudadano! Deje de actuar como mi papá


Es tan socialmente aceptado, que amigos o familiares del
conductor embriagado no hacen nada para disuadirlo. Es más, se suben al auto
con él. Vemos como pasajeros a esposas, esposos, niños pequeños y otros
familiares. Familias enteras en riesgo por un conductor alicorado.

También somos insensibles frente a los demás casos. Como
nunca algún familiar o amigo cercano ha sido víctima de este flagelo, seguimos
tomando y manejando.

¡Brindemos que la vida es una sola y prenda el carro hp!

La labor de las autoridades no basta. Cientos de conductores
ebrios de todos los estratos transitan a altas velocidades en las noches sin
ley, como en una ruleta de la muerte a ver qué víctima inocente matan.

Ahora no sólo hay que cuidarse de la inseguridad que cobija
las ciudades en las noches, sino que debe rogar para no caer asesinado por
alguno de estos matones sobre ruedas.

Y ni hablar de la justicia en estos casos. Rara vez un
conductor involucrado en estos delitos paga su condena en una cárcel. Porque la
legislación es tan laxa y el sistema tan corrupto que el condenado termina
pagando su condena en la casa, o peor aún, libre. Sin mencionar que cuando hay
dinero de por medio, se le pone precio al muerto y sigue la vida como si nada.

Como nos importan poco los demás, la muerte de alguien desconocido
es como tomarse un trago ya estando bien alicorado. No sabe a nada.

¡Qué lejos estamos!

Escuche la entrevista al autor de este artículo en W Radio. Haga clic aquí

Sobre el autor de este blog:

LuisÉ Quintero
En Twitter @donluiseduardo 
En Facebook http://www.facebook.com/luiseduardoquintero

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