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Todos somos iguales. Nadie es más ni menos que nadie. Estas
frases retumban en la sociedad y se podría pensar que son ciertas en algún
mundo paralelo, pero no en la realidad.

Hace algunos días asesinaron a un ciudadano en Bogotá. Y
aunque la cifra de homicidios se ha reducido, siguen matando gente. Por 200
pesos, por un teléfono celular, por intolerancia, etc. Esta vez la víctima cayó
en manos de una de las tantas bandas que se dedican al paseo millonario.

El caso pasaría a ser uno de los cientos que suceden en
Bogotá y que están archivados en largos expedientes a la espera de resultados. Muchos
han quedado en la impunidad para siempre.  Esta vez no fue así. Era un caso especial y tenía
una gran ‘doble ventaja’. La víctima era estadounidense y trabajaba para la
DEA: James Terry Watson.

Debo aclarar que rechazo todo tipo de violencia contra cualquier
persona que viva o esté de paso por este país. Y hago esto porque con nuestro
nivel de comprensión de lectura tan paupérrimo hay quienes piensan que me alegro
porque el muerto fue un estadounidense y no un colombiano.

 

Por ser ciudadano estadounidense, inmediatamente el gobierno
colombiano dispuso toda su maquinaria de inteligencia para dar con los
responsables. Que los hayan capturado en menos de una semana habla muy bien de
nuestras autoridades. Aunque al mismo tiempo habla muy mal.

Aquí es donde el colombiano promedio se pregunta ¿Por qué no
son tan rápidos y efectivos cuando la víctima es un colombiano? ¿Qué pasa con
la justicia en el caso de las víctimas colombianas  y sus familiares? ¿Por qué el presidente
Santos saca pecho felicitando a sus súbditos por los resultados  frente al crimen del estadounidense, pero
calla impunemente frente a muchos casos donde nada se sabe, donde nada pasa,
donde nada pasará?

Que la víctima hubiera sido un agente estadounidense de la
DEA fue como si le hubieran pegado en el colegio al hijo del rector, o le desaparecieran
dinero de la cuenta de ahorros al dueño del banco, o si le cuestionaran
negocios a hijos de presidentes.

Aquí todos tenemos un precio. Todos. Sólo hay que ver el
tema de recompensas. Desde un millón de pesos por información sobre la hija
violada de un campesino hasta  100, 500
millones o más por alguien ‘importante’.
El precio varía según la nacionalidad y el cargo.

Estados Unidos protege a sus ciudadanos  como ningún otro país lo hace. Aunque cuando
se va contra uno de ellos es también el peor enemigo que alguien puede tener. Y
un ejemplo de esto es el señor Edward Snowden.

Y seguramente el gobierno estadounidense quiso resultados
inmediatos. Ellos no esperan respuestas a medias y presionan de todas las
formas posibles. Desde una advertencia a sus nacionales para que no visiten
este país, hasta una cancelación de ayudas o tratados comerciales.  Así son. El bullying también se da entre
países. Generalmente el país grande obliga al pequeño a hacer cosas. Jamás pasa
al revés.

¿O imaginan a un comandante de una estación de policía
respondiéndole al embajador de Estados Unidos como le responde en ocasiones a
un colombiano promedio?

-¿Para qué dio papaya el gringo?
-¡Estamos investigando!
– Su caso ahí va. Venga en un año.
-Su caso se archivó por falta de pruebas.

Estas son las respuestas que generalmente se escuchan de las
autoridades en casos que llevan años sin resolverse. Tanto así que la resignación
se nos volvió paisaje.

Pareciera que el objetivo es quedar bien con los de afuera,
menos con nosotros mismos. Pretender que aquí todo funciona. Que nadie escapa a
la justicia. Que todo fluye.

¿Y los demás, qué?

¿Muertos en el Catatumbo? Que esperen
¿Otro colombiano víctima de paseo millonario? Que espere.
¿Ataques con ácido contra mujeres? Que esperen.

Y siguen los casos.

Posiblemente los responsables de este asesinato irán
extraditados a Estados Unidos. Algunos se alegran porque allá sí pagarán su
crimen. Otros dicen que el delito se debe pagar aquí. Pero el gobierno no
querrá poner de mal genio a sus amigos estadounidenses ¿O sí?

Hablando de delitos, recuerdo el caso en 2011 de un funcionario
estadounidense de la embajada, Clifford Neal, que atropelló, presuntamente en
estado de alicoramiento, a una ciudadana colombiana. Y digo presuntamente  porque con el nuevo sistema de espionaje PRISM
Obama puede estar leyendo esto y hasta me pide en extradición.  Aquí la noticia completa:
http://www.elespectador.com/impreso/nacional/articulo-314752-inmunidad-no-puede-significar-impunidad

Obviamente el gobierno estadounidense se amparó en la
inmunidad diplomática de su funcionario, y a pesar de las denuncias, demandas,
intentos de conciliación para que por lo menos se respondiera por los daños,
nada pasó. Nada.

El Gobierno Nacional se hizo el ciego y el implicado nunca
dio la cara, ni fue requerido por alguna autoridad colombiana. ¡Qué falta de
respeto con el funcionario estadounidense!, pensaría el Gobierno Nacional.  No se debe molestar a los amigos poderosos.
Porque cuando es un crimen contra un estadounidense, ¡Caerá todo el peso de la
ley y no habrá lugar donde se escondan. Allá los encontraremos!

Pero si el crimen lo comete un estadounidense en alguna
república bananera, las palabras inmunidad e impunidad se mezclarán en una
sola.

Muy de malas personajes como Jaime Garzón que ni era
estadounidense ni trabajaba para la DEA.

¡Qué lejos estamos!

Sobre el autor de este blog:

LuisÉ Quintero
En Twitter @donluiseduardo 
En Facebook http://www.facebook.com/luiseduardoquintero

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