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Adela, sentada en un taburete miraba la taza humeante de café sobre la mesita, era la tarde del 24 de diciembre y prepararía la nochebuena para sus siete hijos.  En la mañana, Pedro, su marido, le había dicho que no se preocupara, que él conseguiría la cena y los “traídos” de Navidad.  Angustiado, acababa de llamarla para decirle que “no había conseguido ni un céntimo, que seguiría buscando, que no lo esperaran esa noche”; últimamente, acostumbraba esfumarse por varios días. Se sobrecogió y pensó preocupada —Justo hoy, que no nos ha caído ni un solo trabajito de costura —.  La despensa prácticamente estaba vacía, sobre el fogón permanecían una olla grande con aguapanela y un perol con café recién hecho.  Llamó a su hijo mayor, de unos trece años, para contarle lo que pasaba; al final, lo miró fijamente, con serenidad le dijo:

Nacho, alguna cosa se nos ocurrirá.  ¡Dios proveerá! —en ese momento se le hizo un nudo en la garganta, se le estrujó el corazón al escuchar a sus hijos jugar felices en el patio; no sospechaban la angustia que sufría su madre.

Imagen 1. Ollas en el fogón. Tomada de Lucas Wendt en PixabayImagen 1. Ollas en el fogón.  Tomada de Lucas Wendt en Pixabay

Una ocurrencia

Adela, luego de un rato, fue a su cuarto y apareció con dos jarrones de cobre, apreciados recuerdos de su matrimonio —Cristi, quédese cuidando a sus hermanitos. Nacho venga conmigo —. Salieron y se encaminaron hacia la prendería, escucharon una oferta, luego, pasaron al depósito de materiales y optaron por esta última propuesta, allí se los compraron por lo que pesaban, “kiliados”.  Le dieron algunos pesos, sabía que valían más, pero por lo menos ya tenía con qué comprar la cena del 24 y la comida para otro par de días.  Más aliviados, llegaron hasta la carnicería, pidieron carne de cerdo, los demás alimentos los adquirieron en la tienda de al lado.

En casa se pusieron a preparar la comida.  Adela tomó los vueltos, de lo poco que quedaba sacó unos cuantos pesos y llamó a solas a Nacho:

—Mijo, vaya al Gran Almacén, junto a la iglesia, y compre unos juguetes para los chiquitos, lo que alcance con esto —le dijo entregándole el dinero —al llegar, trate de que no lo vean, para que sea una sorpresa.  Llévese las llaves de la casa —le dijo en voz baja, luego gritó —¡Tere!  ¡Acompañe a tu hermano!

Camino por el parque

Su casa quedaba cerca del parque principal, se escuchaba la pólvora, el bullicio de la gente, la música decembrina, todo estaba iluminado.  Nacho caminaba por la calle y su hermana por la acera, giró en la esquina al llegar al parque; estaba feliz porque iba a comprar los regalitos, aunque también intranquilo porque no alcanzaban para todos. Imaginándose ser un hábil futbolista pateó una piedra que chocó con otra dejando al descubierto un sucio papel medio doblado, ágilmente lo recogió y lo metió en el bolsillo de su pantalón, también vio algo brillante y lo tomó.

—¡Eh pelao! Eso es mío —le gritó un adulto desde la entrada de un billar.

Entonces abrió su mano y le mostro dos tapas aplanadas de gaseosa que relucían con las luces.  El otro rio e ingresó al local.

Imagen 2. Alumbrados decembrinos. Foto cortesía de Carlos MonroyImagen 2. Alumbrados decembrinos.  Foto cortesía de Carlos Monroy

En el almacén

Palpó su bolsillo —¿Qué tal que este papel sea un billetico? ¡Uy, ojalá! —pensó.  Su corazón se aceleró, se puso nervioso —Tere, apúrate que van a cerrar —exclamó. Percibió que alguien los seguía, apresuró el paso, se adelantó e ingresó al almacén.  Le tocaron el hombro y un frío le corrió desde la coronilla hasta la punta del pie, estaba pálido —Oh, es el dueño del papel —se dijo, cerró los ojos y respiró profundamente —Nacho, los juguetes están por allá —escuchó decir a Tere detrás suyo, le volvió el alma al cuerpo.

Le pidió a ella que mirara los juguetes mientras él iba a la sección de papelería.  Era una zona apartada y prácticamente vacía esa noche, entonces sacó el envoltorio sucio y enlodado, con el pañuelo empezó a limpiarlo; aparecieron unas letras en el papel, al parecer era un volante publicitario. Sintió que alguien lo miraba, levantó la vista, efectivamente, con paso firme un caballero se dirigía directamente hacia él, Nacho llevó sus manos a la espalda, no se movió.  El individuo llegó, lo miró de frente y le dijo:

—¡Hola!  Vengo por el papel… el papel de regalo que está detrás de ti.  Me das un permisito, por favor — Nacho suspiró y dio un paso a un costado, separándose de la estantería.

Con disimulo, terminó de limpiar el envoltorio, lentamente lo desenvolvió, efectivamente era un volante, sus esperanzas se desvanecían… un momento, parecía que contenía otros papeles ajados, con manos temblorosas lo desenrolló por completo, miraba incrédulo, su corazón se le quería salir, respiraba aceleradamente, la emoción era total. No lo podía creer ¡eran dos maltratados billeticos de cincuenta pesos! ¡Dos! Inmediatamente los guardó, uno con el volante en el bolsillo izquierdo y el otro en el derecho —Si se me pierde, que no sean los dos a vez.  ¿A quién se le habrán caído? — y salió corriendo, buscando a Tere.

Las compras

Compró regalos para todos, también dulces y galletas, completó con otros víveres y para conservar la tradición, llevó ingredientes para los buñuelos y la natilla, gastó solo lo justo. Entraron sigilosamente a la casa evitando ser vistos por sus hermanitos; sonriendo llevó a su mamá al cuarto donde había guardado las compras, ella quedó asombrada al verlas.

—Nacho ¿Qué es todo eso?  —dijo sorprendida llevándose las manos a sus mejillas —Ay, no me digas. No me digas… ¡Ya sé, ya sé!  Su papá nos mandó todo esto.  Yo lo sabía, lo sabía, Pedro no nos podía fallar en estos momentos —decía entre risas emocionada.

Nacho la miró, no sabía qué contestarle, su sonrisa fue desapareciendo, ella lo miraba esperanzada, él movió la cabeza negándolo.

—Mamá, creo que tenemos un ángel que nos cuida desde el cielo.  O una estrella que ilumina todas sus plegarias.

Y le contó lo sucedido, luego le entregó el billete envuelto en el volante y la devuelta del otro.   Adela lo abrazó tiernamente mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Mamá, no llore —le dijo

—Hijo, ¡es de felicidad! —y lo apretó fuertemente.

Entonces reconfortados, fueron a preparar algunas delicias navideñas, entre ellas la natilla y los buñuelos que a todos les encantaba, entre tanto, los más chicos se divertían jugando y cantando villancicos alrededor del pesebre.  Adela observó el rostro feliz del más pequeño de sus hijos, verlo así valía todo en la vida, su corazón se llenó de alegría, por un momento se olvidó de todas sus penas. Esa noche, en su hogar había bienestar y tranquilidad gracias a una mágica e inesperada nochebuena.

Imagen 3. Regalos navideños. Tomada de Monicore en PixabayImagen 3. Regalos navideños. Tomada de Monicore en Pixabay

 

Relato anterior.

Goles son amores y de Esqueleto sus sabores

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Me gusta disfrutar en familia y con amigos. Me fascina escribir relatos y anécdotas de la vida cotidiana. Soy Ingeniero de Sistemas, crecí en Medellín, viví en Bogotá, Guayaquil y Cali. Gracias por sus lecturas y comentarios.

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