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René Magritte “La Traición de la Imágenes”

En 1929, René Magritte pinta La traición de las imágenes. Una imagen simple, de una pipa, con una leyenda escrita abajo que decía “esta no es una pipa”. Al verla uno no puede dejar de sonreír medio burlonamente, sabiendo que la intención es generar  una disonancia cognitiva que nos descoloque por unos segundos, hasta que la conciencia se reponga y se diga a sí misma “obviamente que es una pipa”.

El miércoles 6 en la capital estadounidense se vivió un espectáculo propio de fin de época. Una turba leal a Trump tomó por asalto el Capitolio convencida de que hubo un fraude masivo. Querían escribir en los certificados electorales de cada uno de los Estados de la Unión  “esta no es una elección”. El público televidente vivió una disonancia cognitiva masiva. Cómo es que un proceso certificado, auditado, pasado a juicio, no podría significar que el presidente electo es Joseph Biden. Aquella sonrisa burlona en los pasillos del museo dio paso a la ansiedad. La imagen de masas viviendo realidades alternativas y actuando acorde tuvo uno de sus momentos más aterradores.

Con la entrada de la turba al Capitolio termina una presidencia que sistemáticamente ha forzado los límites de lo razonable, de la representación correcta de los hechos, de lo que separa lo real de lo irreal, lo objetivo de lo subjetivo. Quería demostrar que, eventualmente, la verdad puede quedar invalidada, sustituida. Que los hechos pueden ceder el paso a la creencia en la toma de decisiones. Y que el poder tiene la capacidad de crear realidades alternativas que movilizan y generan violencia.

Por cuatro años esta aberración ha estado minando las bases de la convivencia política y social del país, con graves consecuencias a la hora de enfrentar la pandemia y el cambio climático, entre otras realidades. El impacto masivo que ha tenido esta cultura de la “post-verdad” cuenta con sus factores habilitantes, sin duda. Uno esencial ha sido la falta de talante moral del liderazgo. Todos estamos conscientes que las fronteras que dividen lo verdadero de lo falso a veces son difíciles de marcar, pero hay un aspecto central en el manejo de esas ambigüedades, el criterio y la responsabilidad en el uso del mismo. ¿Qué puedo decir con seguridad, a pesar de los vacíos en la información? ¿Cuáles son los límites de lo razonable? Esa base moral se perdió con Trump.

Sin embargo, la brújula moral del líder no se deteriora de tal modo si no fuese por la obsecuencia de sus seguidores. Durante los cuatro años de la presidencia de Trump vimos cómo el Partido Republicano fue cediendo al culto a la personalidad, con sus notables dispuestos a avalar triquiñuelas e ineptitudes. Actitudes tan cercanas al famoso cuento folklórico de Hans Christian Andersen en el que nadie se animaba a decir que el emperador no estaba arropado. Tampoco se puede uno olvidar de la obsecuencia de los “aparatos ideológicos” que lo apoyaban, la cadena FOX y tantos otros medios que se dedicaron a ampliar el imaginario trumpiano. Hoy, ante el hundimiento del barco, muchos de los obsecuentes abandonan la nave con la excusa de que la toma del Capitolio fue la gota que hizo rebasar el vaso. La perfecta excusa para intentar aminorar sus pérdidas.

Todo esto ocurría en el nuevo mundo feliz amparado por las redes sociales, donde cada uno encuentra su momento de gloria y fama, donde todos reafirman sus ilusiones y nadie edita los contenidos. El twitter de “realDonaldTrump” creaba y recreaba realidades, mientras un mosaico de extraños subgrupos las retocaba con su propio sello supremacista, evangélico, antivacuna, natalista, antiinmigrante, miliciano. Arrogantes blandiendo armas, pidiendo que se construya el muro, llenándose la boca de MAGA, mientras los grandes capitales de la industria fósil, los fondos de inversión sin escrúpulos, el complejo militar industrial, y otros recogían las ganancias.

El miércoles 6 la manipulación de la verdad perdió una batalla, pero la guerra continúa. Los cuatro años de asedio no pudieron derribar las instituciones. Funcionarios, profesionales, periodistas, ciudadanos, gente de ciencia, individuos con criterio y fortaleza moral pudieron más. La pregunta es si esto fue el principio del fin, o si es un momento de repliegue del monstruo.

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PERFIL
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Politólogo. Profesor de Politica Social en FLACSO-Paraguay. Consultor en planificación estratégica. Exdirector regional para América Latina y el Caribe del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA). Magister de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), México. . Correo caballerocarrizosa@gmail.com

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Me encantan, estos avances. Me encantan.

The interpreter (para nosotros, La intérprete, y como cosa rara, el título en español significa lo mismo que en el idioma original) es un filme dirigido por el estadounidense Sydney Pollack, estrenado en cines en dos mil cinco. El guión condujo a Pollack a grabar en las propias instalaciones de la ONU (localizadas en territorio internacional dentro de Nueva York), una historia con tintes políticos que recuerdan la situación más o menos reciente del actual presidente de Zimbabwe.

Estaba viendo hace unas horas cierta película francesa realizada exclusivamente para televisión hace unos años, no muy conocida por cierto, y me asaltó una duda que tenía desde hace un tiempo y que se avivó luego de ver La intérprete. La duda es la siguiente:

Lo más seguro es que todos conozcamos el aviso que aparece, usualmente escondido al final de los créditos de algunas películas, que dice lo siguiente, palabras más, palabras menos: "Los hechos relatados en esta película son puramente ficticios y no deben relacionarse con eventos pasados, actuales o futuros. (...) Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia."
Yo me pregunto: luego de ver una película que parece un documental acerca de una situación actual, ya sea ésta una realidad o no, ¿qué sentido tiene recurrir a este mensaje, si de cualquier manera los espectadores van a hacer la relación?

Es claro, hay que decir, que no todo el mundo tiene por qué captar estos parecidos. Pero los que sí los captan, lo comunican a los demás, y al final la película pasa a verse como lo que realmente es: una crítica por parte del realizador hacia una situación en particular. Punto. No importa qué tan imparcial se pretenda ser, haciendo uso del mencionado avisito.

En fin, no entiendo esta actitud, si de verdad algunos pretenden protegerse bajo dicho mensaje. Quisiera creer que lo colocan no porque no pretendan dar la cara luego de dar la opinión, sino porque es una especie de requisito, un asunto legal de obligatoria aparición al final de todos los créditos de todas las películas de todos los géneros. Aunque al final, sólo quien tuvo la idea de escribir la historia como quedó escrita es quien sabe qué opinión tiene.

Él y sólo él.

-

Sobre la película, hay un dato lingüístico interesante; se creó un lenguaje nuevo (lo llamaron "Ku"), con sus propias palabras, conjugaciones, reglas... es decir, un lenguaje aparte, sostenible por sí solo, basado en lenguajes existentes en el sur de África, pero que "aunque sería reconocido por habitantes de la zona (...), los confundiría", debido a su estructura gramatical, leo por aquí. En todas partes encuentro que el creador de este lenguaje es Said el-Gheithy, director del Centre for African Language Learning en Londres. En general, no encuentro muchas críticas positivas para la película, pero a mí me gustó.

Me encanta leer la columna Contravía, escrita por Eduardo Escobar. Y la de hoy termina con una reflexión que encuentro parecida a cierto diálogo de La intérprete. Aquí va el diálogo, para terminar y dejar de ocupar su tiempo, estimado lector. Lo traduzco burdamente, pero espero que se mantenga la idea.

Silvia Broome: (...) Siempre que alguien pierde a un ser querido, quiere vengarse de alguien más, o de Dios, a falta de alguien. Pero en África, en Matobo, los Ku creen que la única manera de poner fin al dolor es salvando una vida. Si alguien es asesinado, luego de un año de duelo se realiza un ritual llamado "la fiesta del ahogado". Se hace una fiesta durante toda la noche, junto al río. Al amanecer, el asesino es montado en un bote. Se lleva al agua y se le tira allí, amarrado, para que no pueda nadar. Entonces la familia doliente debe tomar una decisión; pueden dejar que se ahogue, o pueden lanzarse a salvarlo. Los Ku creen que si la familia deja que el asesino se ahogue, se hará justicia, pero pasarán el resto de sus vidas de duelo. Pero si lo salvan, entonces admitirán que la vida no siempre es es justa, y a cambio ese acto los liberará del dolor.


dancastell89@gmail.com

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5 Comentarios
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  1. elizabethacos0518

    Lamentablemente Biden es un incompetente y su vice es una radical reconocida. Esto no traera nada bueno a USA, ni a Latinoamerica. La corrupcion de la familia Biden, desconocida por la media izquierdista ABC, CBS, NBC, CNN, fue abrumadora enemiga del gobierno. estaban realmente vendidos a Soros, Clinton, Obama, Bush, Chenney.

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