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La situación actual del Atlético Junior es preocupante. El equipo, que hace año y medio ganaba la Copa Colombia, está hoy en el puesto 18 de la Liga Águila, sin opciones claras de entrar en los ocho primeros. Sus estadísticas tampoco son dignas de un equipo con historia: apenas 2 victorias y una diferencia de gol de -5. Pero, como si esto fuera poco, la llegada de Julio Comesaña no generó confianza en el hincha tiburón. Con el técnico uruguayo llegando a la ciudad curramba por séptima vez, el Junior parece entrar en el eterno retorno del filósofo Friedrich Nietzsche.
Más que un símil, es una realidad futbolística. En el fútbol es válido que un técnico tenga dos, incluso tres, ciclos en un mismo club y en alguno tenga éxito. Alexis Mendoza, también en el Junior, tuvo una tercera campaña con los tiburones que fue bastante buena, trajo un título a las vitrinas de la sede Adelita de Char y dejo una buena estructura de juego. Es muy diferente la situación cuando aquel que vuelve lo hace por séptima vez y con apenas un título distante, de otro fútbol, que lo valide. Traer un técnico tantas veces no genera ningún buen pensamiento en cuanto al juego, que es finalmente lo que importa.
Primero, los entrenadores exitosos suelen tener una trayectoria larga (de tres o cuatro años) en los equipos que dirigen, por lo que no suelen representar a muchos equipos. Aquel que alcanza a tener siete ciclos en un solo equipo ha viajado mucho y ha tenido proyectos cortos, efímeros. Las estadísticas no invitan a creer que Comesaña sea el técnico que traiga una paz estable y duradera en la cancha del Metropolitano.
En segundo lugar, el mejor Junior del uruguayo existió en 1993. Para esa época, el fútbol era diferente, las finales se definían por gol de oro y se acababa de reglamentar la devolución del balón a las manos del arquero compañero. No solo preocupa que la esperanza del tiburón esté en un técnico que no les da un título desde hace dos décadas y media, sino que juega como hace dos décadas y media. Sus equipos, como los de varios veteranos, son lentos y mal acostumbrados a las exigencias físicas de la segunda década del siglo XXI. El Junior que perdió contra el Deportivo Cali lo hizo por “ingenuo”, como lo reconoce el propio Comesaña. En Palmaseca, el conjunto tiburón tenía las líneas tan separadas que había tres equipos, los delanteros, los medios y los defensas, y ninguno jugaba bien. Los goles del equipo verde llegaron porque los de Barranquilla parecían jugar a dos velocidades menos que su rival. Una táctica de otro fútbol no siempre es mala, pero este no es el caso.
Lo que más duele es que el Junior no tiene mala plantilla, como lo demostró ayer en el partido contra Nacional. Con menos nómina, el Independiente Medellín se llevó una estrella a casa hace poco. El tema es que un buen plantel no es suficiente para que las victorias lleguen. Cada uno tiene su rol: el técnico es responsable de idear un sistema que funcione, mientras que el jugador debe entenderlo y aplicarlo. Los tiburones venían de tener una buena iniciativa de renovación con Giovanni Hernández y Alberto Gamero, pero (como puede pasar) no tuvieron suertre suerte con ellos, ya fuera por algún hueco táctico o por problemas de empatía con los jugadores. Aun así, para mejorar toca arriesgar. Con Comesaña, el Junior no arriesga y queda condenado al juego arcaico que ya le hemos visto en los anteriores ciclos. Este tiburón se ve muy viejo.