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Hace ya varios años que los fichajes y negocios en el fútbol buscan intereses muy lejanos a aquello que sucede dentro del campo.
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En este parón, es momento para que la Fifa ponga límites al mercado de fichajes, a los contratos de los jugadores y a varios aspectos que tienen al fútbol volando en fajos de billetes de tamaño absurdo. Quizá así veamos más equipos enfocados en desarrollar un buen juego y en optimizar sus recursos y menos industrias que compran derechos deportivos al por mayor como si los jugadores fueran cartas coleccionables.
Todas las teorías tienen su punto débil y el mercado libre no es la excepción. Apostar por negociaciones a la voluntad y poder de los clubes estuvo bien hace unos años, cuando el fútbol no era una industria tan atractiva para el empresario. En ese entonces había un sentido de justicia básico: el que mejor resultados lograba en la temporada recibía el premio económico más grande y podía armar su plantilla con más recursos.
En pocas palabras, era posible ver al Deportivo la Coruña ganar la liga española o al Nottingham Forest levantar una Champions. Los fichajes, sobre todo, eran apuestas deportivas para llenar deficiencias del equipo y no de la administración. Como mucho, la compra de un jugador buscaba atraer con espectáculo y fútbol atractivo a los aficionados. Lo importante era que en el campo sucediera algo bueno.
El fútbol es hoy, para muchos empresarios, una oportunidad perfecta para ganar imagen. Pocos aficionados del Manchester City se atreverían a ver con malos ojos al jeque y dueño, Mansour bin Zayed Al-Nahyan, integrante de la casta gobernantes de Emiratos Árabes Unidos y empresario petrolero. Desde su llegada en 2008, el club lleva cuatro ligas inglesas ganadas. También debe ser muy popular Florentino Pérez, que entre sus dos presidencias consiguió que el Real Madrid levantara cinco Champions.
El Al-Nahyan es dueño también de otros equipos como New York City y Montevideo City, puertos en los que tiene negocios extradeportivos. Pérez compró a James Rodríguez el mismo año en el que invirtió con su empresa constructora en Colombia. El fútbol, en vez de ser protagonista, se volvió excusa y puente. No son los únicos ni los más poderosos. Al Khelafi en el PSG, Peter Lim en el Valencia, Abramovich en el Chelsea y muchos otros encontraron en el fútbol la manera de potenciar su negocio y, sobre todo, de hacer imagen y potenciar sus relaciones públicas.
Tenemos equipos con recursos infinitos que en cuestión de una década inflaron los precios de los jugadores y las ofertas salariales. Los otros clubes, muy lejos de esa capacidad, se deben conformar con participar. Hazañas como la Premier del Leicester City son anomalías. Por fortuna el fútbol guarda mucho de su esencia en el campo y la Champions no la gana el más rico, pero nunca se abre el espacio para que un equipo humilde levante la copa.
¿Es malo todo esto? No necesariamente. El fútbol creció mucho con las inversiones de estos empresarios. No hace falta sacarlos del deporte, pero sí ponerles más reglas. Las ligas NFL, NBA, MLB y NHL llevan varios años regulando el precio de los fichajes y los contratos de deportistas con topes numéricos. En el fútbol hay pocas regulaciones, pero eso no impide que clubes como el Manchester City acaben sancionados por inyectar dinero incumpliendo las normas. Es necesario que la Fifa meta mano para que la competencia en el fútbol no se adultere por intereses extradeportivos que sacrifiquen el juego. Ojalá el deporte no se vuelva un peón idiota.