Es normal que la crisis económica y sanitaria perjudique al fútbol, pero la gestión de la Dimayor y de varios dirigentes de los clubes deja mucho que desear.
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Durante la pandemia, el fútbol colombiano se lleva un premio gordo a la mala gestión. La situación en la Dimayor no es nueva. Lleva varios años de escándalos, pobres negocios con los derechos televisivos y decidió no acogerse a la petición de los futbolistas de regular la profesión. Ahora que llega la mala hora y el agua toca el cuello, la organización y algunos dirigentes de los equipos quedan en ridículo por su incapacidad de reacción y por sus decisiones egoístas.
El negocio del fútbol en este país despegó mal. Entre 1970 y 2000, cuando el deporte despegó como espectáculo de televisión, las mafias colombianas no dudaron en meter sus sucias manos. Perdimos la oportunidad de montar un buen sistema para jugadores, equipos, seguidores, medios y canteras de talentos. No sorprende que, salvo Mario Yepes, la Colombia campeona de la Copa América 2001 no fuera luego a un Mundial.
Durante este siglo, los únicos cambios importantes en nuestro fútbol llegaron con el Mundial Sub 20 de 2011, que sirvió para remodelar muchos estadios e impulsar una buena camada de jugadores, y la llegada de José Pékerman a la Selección en 2012. El argentino enfocó las concentraciones en el fútbol y no en el negocio, borró roscas y marginó periodistas que gozaban de puestos VIP en las concentraciones. Gracias a eso llegamos a dos mundiales y ganamos los grupos.
Adentro, todavía tenemos un despelote. La Dimayor es dirigida desde 2018 por Jorge Enrique Vélez, un señor que pasó con más pena que gloria por la política y que ha demostrado poco interés por el factor deportivo del negocio. Como han denunciado algunos dirigentes de los clubes, el sistema de derechos televisivos está mal montado y el dinero no llega. Para colmo de males, sin solucionar ese problema, este año el fútbol colombiano se transmite en su mayoría por un canal premium, como si este fuera un país en el que la gente pudiera gastar 30.000 pesos al mes por un pasatiempo.
Y en ese contexto llegó la pandemia. No ayuda la actitud de algunos dirigentes, como los de Jaguares y Once Caldas, que como primera medida suspendieron contratos laborales de jugadores en vez de buscar un acuerdo con ellos. Como usted y yo, los futbolistas necesitan ingresos para vivir y tienen derechos como trabajadores. El Cúcuta, incluso, ya tenía problemas para pagar el salario de sus jugadores antes de la pandemia. Las jugadoras llevan la peor porción, pues la mala, desinteresada y machista gestión de la Dimayor frente al torneo femenino, las pone siempre en segundo lugar. Son pocos los clubes interesados en buscar acuerdos y proteger a sus trabajadores.
La solución que propone la Dimayor al Ministerio del Deporte no deja de ser maltratadora: jugar en mitad de la crisis a puerta cerrada. Impresiona que en un sector como el fútbol, en donde se mueve tanto dinero, la única solución sea exponer la salud de los trabajadores, bien sea por falta de pago o por exposición al virus. Afortunadamente, el presidente Iván Duque no ve con buenos ojos la propuesta. En todo caso, los partidos irían por el canal premium, que hoy debe ser menos atractivo que nunca.
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