Fue un recorrido de tres horas en bus por una carretera llena de curvas que me hizo dudar del plan que teníamos. La idea de visitar Taghazout surgió después de pasear por las calles de Essaouira y darnos cuenta que cinco días allí, sin ganas de surfear o hacer deportes en el agua, serían mucho tiempo. Ya nos habían recomendado este pequeño pueblo costero y decidimos seguir el recorrido hacia este lugar idílico en la costa atlántica marroquí.
Aunque para la mayoría de turistas está fuera del radar, este pueblo pesquero es bien conocido por surfistas de todo el mundo como el hogar de unas de las mejores olas en Marruecos. Hay niveles para disfrutar de este deporte, pero no es la única razón para visitar Taghazout. Su clima, la atmosfera amigable y precios muy cómodos son motivos suficientes para dedicarle mínimo dos días a este lugar.
Se nota que es uno de los mejores destinos para hacer surf en África porque vemos y escuchamos gente de todas las latitudes en nuestro escaso tiempo caminando por su playa. Escuchamos que una de las mejores razones para llegar acá es que hay puntos y olas accesibles para principiantes y profesionales. Hay tiendas especializadas por toda la calle principal y se siente en el ambiente esa vibra que solo sabe dar el mar.
Una de las mañanas de nuestro viaje, vemos una clase de yoga en la playa. Teniendo en cuenta que el control de la respiración y la habilidad de estar concentrado en situaciones estresantes es de vital importancia para los surfistas, no es de locos pensar que clases como ésta se llevan a cabo en todo el litoral y en más de uno de los alojamientos que ofrece el pueblo.
Pero si tú, como nosotras, no practicas surf ni te animas a hacer una clase, te puedes quedar en alguna de sus playas para admirar a los valientes en el mar o el lindo escenario que crean las casas y los botes azules parqueados lejos del mar. Arena dorada, agua clara, mucho sol y un clima fresco se convierten en una mezcla perfecta para pasar días maravillosos en un sitio que parece salido de una película. Una de sus playas principales es popular entre familias, que se relajan mientras ven pasar caballos y dromedarios al borde del agua. Al mismo tiempo, pudimos apreciar el espectáculo que forman los pescadores al correr detrás de los botes de madera, que son llevados hasta el mar por un camión con un mecanismo de grúa.
Fue una coincidencia bonita encontrar a otro colombiano en nuestro alojamiento. Él nos recomendó subir hasta el parque de skate para ver el atardecer y sí que agradecimos esa idea. Esta pista de patinaje fue construida por voluntarios que llegaron desde varias partes del mundo para levantar un parque con rampas y obstáculos que cumpliera con todos los estándares internacionales. Al estar ubicada sobre la cima de la montaña, la vista desde allí es privilegiada: mar, playa y el pequeño pueblo se extienden bajo la mirada y es un gran punto para terminar el día.
Llegamos al hostal con ganas de descansar y, como parte de la sorpresa que nos regala Taghazout, escuchamos unos tambores en la playa. Mientras locales o turistas cantan y bailan al lado del mar, nosotras nos dejamos deleitar por el sonido de percusión mezclado con el arrullo de las olas del mar. Qué bonito es encontrar pueblos costeros en países alejados de tu hogar que te hacen sentir en casa y te mandan a la cama con una sonrisa que ocupa todo tu rostro. ¡Que bonito!
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