En la biblioteca de Alejandría, en Egipto, un escritor de fábulas iniciaba un experimento para interesar a lectores, convirtiendo en papel desechable las hojas de uno de sus escritos. Fueron 120 páginas que el fabulador cortó por la mitad con la guillotina del venerado recinto. Un lado del papel estaba en blanco y en el otro se encontraba el fragmento de una historia. Como cartas de baraja, el escritor cambió el orden de los trozos de papel, y luego organizó cuatro pilas con 60 especies de volantes. Dejó tres pilas en bibliotecas de Alejandría y una en la biblioteca pública de El Cairo. Todas las hojas fueron a dar a una bandeja que decía «papel borrador», que la gente usa para hacer anotaciones. ¿A cuántos les interesaría un texto en un papel reciclable?
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En la biblioteca de Alejandría, Cleopatra Nazari, profesora de 50 años, siempre necesitaba papel borrador, ya que, por su mala memoria, precisaba anotarlo todo. Le llamó la atención que en el lado donde había texto en el papel que sostenía se leía «Latinoamérica», en la segunda línea, y comenzó a leerlo:
De esta forma el gran jeque de Dubái respondía a una carta que le había llegado desde Latinoamérica de quienes se hacían llamar honorables congresistas. Escribió el jeque: «Estimados señores: Gracias por los elogios que hicieron acerca del emirato que lidero. Por esta misiva les extiendo una invitación a 40 de sus funcionarios, para que me visiten y tengan una experiencia de cómo administramos a Dubái. Todos los gastos corren por mi cuenta.
De inmediato, los congresistas le respondieron al jeque, diciéndole que necesitaban llevar asesores, y la lista de viajeros aumentó a ochenta. El gran jeque no tuvo reparo. Congresistas y asesores conocieron cómo se manejaba a Dubái; disfrutaron hasta más no poder, y el jeque estuvo complacido. Su generosidad era inconmensurable hasta el punto de proponerles a los visitantes que fueran ellos los que administraran a Dubái por una semana (con un billonario presupuesto) para que, según palabras del jeque, “la experiencia fuera completa”.
Cuenta esta historia que, en esa semana, el jeque y su séquito se fueron a España por un descanso. A su regreso, el gobernante, en su avión en el aeropuerto de Dubái, recibió una llamada de uno de sus secretarios:
—Su alteza —decía una voz temblorosa al otro lado de la línea—, se trata de los visitantes latinoamericanos.
—Dígame —preguntó el jeque, preocupado—. ¿Qué pasó?
—Su alteza —la voz volvió a temblar—. No sé… por dónde comenzar.
Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Cleopatra Nazari quedó intrigada acerca de lo que pudo haberles pasado a los políticos extranjeros. Quería saber el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con los papeles. Los leyó todos, pero ninguno continuaba el relato.
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Algo similar a lo de Cleopatra Nazari le sucedió a un joven tunecino llamado Samir Masmoudi, quien requería anotar información de hostales en el Cairo. Al tomar un trozo de papel borrador, le llamó la atención la primera línea de un texto, que decía:
Lo curioso era que nadie, en seis meses, había visto el rostro del vendedor de perfumes del apartamento 403. Llegaba muy tarde y salía de madrugada. Sus agradables fragancias, extraídas de plantas y frutas, irrumpían en todas las alcobas de los apartamentos del edificio Fantasía, en Manila, y traían sosiego a sus residentes. A los que sufrían de insomnio les daba sus ocho horas de sueño con un aroma de durazno; a los que estaban enemistados los amigaba con esencias de cereza. Todos coincidían en que, con la llegada del vendedor de perfumes, la vida del edificio se había transformado y que, por lo tanto, se precisaba una muestra de agradecimiento hacia el comerciante. Fue por esto que, una soleada tarde de noviembre, diez residentes fueron a visitar al escurridizo personaje. Tocaron su puerta varias veces, pero no hubo respuesta. Luego se percataron de que la puerta no tenía llave, que estaba solo ajustada. Al abrirla, quedaron deslumbrados con lo que tenían frente a sus ojos.
Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Samir Masmoudi quedó intrigado por saber lo que los vecinos habían visto. Quería conocer el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con los papeles. Los leyó todos, pero ninguno continuaba el relato.
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Como a Cleopatra y a Samir, a Carmen Inés de la Concepción, estudiante de derecho de la universidad de Alejandría, la atrapó el inicio de una narración, en uno de los papeles de borrador, que decía:
Eulogio Toledo de las Cruces, jefe de la oficina de catastro de Olviera, escuchaba por la radio en onda corta una nota editorial que en ese momento se difundía en algún lugar del mundo. Decía el hombre de la radio: «El editorial de hoy lo protagoniza la pestilente corrupción, que tiene a nuestros países sumidos en la desesperanza. Pero les aseguro, mis queridos oyentes del mundo, que a esa plaga la vamos a erradicar, y que todos los corruptos del planeta tendrán su merecido, comenzado por ti, Eulogio Toledo de las Cruces».
Eulogio saltó de su silla y pensó que se trataba de una descabellada coincidencia de identidades. «¡Ninguna coincidencia de identidades, Eulogio Toledo!», continuó el comunicador, con golpes de escritorio que se oían por los parlantes. «Me refiero a ti, por todo lo que has robado en la oficina de…».
Eulogio apagó la radio; su frente se bañaba en sudor. Unos segundos después, la prendió de nuevo, y la voz del locutor continuaba: «… Y más temprano que tarde, la justicia tocará tu puerta para hacerte pagar todo lo que te…». No había terminado el periodista la sentencia cuando se oyó que alguien tocaba la puerta de la casa de Eulogio Toledo. La garganta se le cerró, y un viento helado corrió por todo su cuerpo, mientras caminaba a ver de quién se trataba. Al abrir la puerta…
Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Carmen Inés quedó intrigada por saber quién había tocado la puerta de Eulogio Toledo. Corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de los papeles. Los leyó todos, pero ninguno continuaba el relato.
Las ansias por saber lo que había pasado en las historias ahora los carcomía a los tres. Cleopatra, Samir y Carmen Inés decidieron entonces poner en todos los periódicos un aviso que decía: «Se busca la continuación de una historia…».
Para desazón de todos, nadie respondió el mensaje. Los relatos pasaron desapercibidos por otros que usaron el papel borrador, con el resto de las historias. Por el aviso, colocado también en muchas bibliotecas en todo Egipto, nuevos fragmentos salieron a la luz, y eran igual de intrigantes e inconclusos; sin salida.
Se supo que la hoja con el título y el nombre del autor nunca la cortaron, y que apareció años después. Decía:
«Título: Treinta relatos viajeros. Autor: Yosri Abassi».
Fue este el experimento literario de Yosri Abassi quien, desde el rincón de una biblioteca, fue un silencioso observador de las carreras que daban los lectores hacia la bandeja de papeles. Esas escenas fueron su satisfacción y lo único que buscaba. Del enigmático fabulador nunca se supo más nada. La biblioteca de Alejandría convirtió lo sucedido en un singular ejercicio de escritura, que llamó «Relatos sin salida, encuéntrela usted».
Fragmentos de los relatos de Yosri Abassi descansan sobre diferentes mesas, y el usuario escribe la continuación de la historia o el relato completo: la salida. El ejercicio está siempre disponible y la biblioteca invita a sus asiduos a aceptar el reto. Buen ejercicio para esta larga cuarentena.
¿Qué les pasó a los políticos latinoamericanos?
¿Qué vieron los vecinos del edificio Fantasía?
¿Quién tocó la puerta de Eulogio Toledo?
Marcelino Torrecilla N
Abu Dhabi, Emiratos Árabes
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Este sí es un artículo que vale el esfuerzo de leer. Porque hay unos blogs en EL TIEMPO que francamente dan grima.
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Gracias por las historias que escribe, son un oásis para este país perdido en la corrupción y la mediocridad.
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