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Esa fue mi primera navidad y año nuevo fuera de Colombia, ya llevaba casi seis meses en Londres y recuerdo lo melancólica que esta fecha me hizo sentir. Antes de eso, ¡Diciembre literalmente llegaba con su alegría!

Desde el primer día del mes, mis papás nos despertaban con música navideña muy temprano en la mañana, y en los días correspondientes a la novena, casi que de madrugada, una bandeja con cinco copas de vino y galletas, marcaban el camino para que todos, somnolientos, nos reuniéramos en familia sobre alguna de las camas.

Cada día, le correspondía a alguno de nosotros su turno para brindar, el objetivo era agradecer por lo que el año había traído, y verbalizar lo que deseábamos para esa navidad, nada material pero si espiritual. Siempre me gusto esa tradición, aún prevalece, y cada uno de nosotros se ha encargado de reproducirla en cada una de nuestras familias.

Ese Diciembre, a pesar de hacer mi brindis en la distancia, no lograba conectarme con esa alegría, tal vez el frío del invierno tampoco ayudaba. Llegó navidad y muy triste, desperté con el objetivo de comprar una natilla, tomé el bus que me llevó al barrio en donde vendían gran variedad de productos latinos ¡sabía que allí la podía encontrar! Decidí caminar un rato más buscando algo de consuelo en alguno de esos locales, en los que sonaba bajito uno que otro villancico y la gente estaba emocionada celebrando desde temprano la navidad.

Llegué a la tienda donde vendían avena cubana y de repente sentí que eso podía hacerme sentir mejor. Pedí una y me senté para saborearla y sentirme más cerca de casa, ¡por fin había llegado mi momento de felicidad! aunque con tan mala suerte, que, en uno de los últimos sorbos, sentí que además del líquido había en mi boca algo más… Si, ¡era un ciempiés, el pobre había llegado al final de su vida nadando en mi avena y yo ahí me lo vine yo a encontrar! Recuerdo esto con mucho humor, pero nunca olvidaré esa sensación de asco y frustración, que, sin duda, acabaron con cualquier esperanza de felicidad. ¡Ahí tuve un motivo más para llorar esa navidad!

Y a ti, ¿Con qué historias te conecta esta época?

¿Sabías que la población de colombianos viviendo en el exterior, según el Ministerio de Relaciones Exteriores es de alrededor de 4.7 millones? Si lo miras bien, es un número enorme de historias por contar. Muy probablemente mientras lees, te estás dando cuenta de que haces parte de esta estadística, o tal vez, alguien de tu grupo familiar o amigos, se aventuró a la conquista de nuevas tierras un tiempo atrás.

Siempre se habla de la nostalgia, y de todo lo que se deja cuando uno se va, del sentimiento de no sentirse ni de aquí, ni de allá. De lo desafiante que es tener que empezar de cero y construir una nueva realidad. De esos recuerdos que traen esas fechas especiales, y que inevitablemente dan ganas de llorar, acompañado por supuesto de unas ganas enormes de volverse a ver, volverse a abrazar.

Hoy, quiero hacer un homenaje a lo que también se gana cuando uno se va. A los buenos amigos que se convierten en familia y que son como ese tesoro escondido al final del arcoíris, a las puertas que se abren, a los desafíos, logros y miedos que una vez confrontamos no vuelven más, pero sobre todo a la oportunidad de poderse reinventar.

También se merecen un homenaje todos los que se quedaron. Esos que desde el primer momento apoyaron nuestro proyecto con un “yo creo en ti”, “todo va a salir bien” y sin saberlo, nos dieron el combustible necesario para llenar el tanque de la esperanza, esa tan necesaria cuando salimos a perseguir nuestros sueños. Ellos, los que, a pesar del tiempo y la distancia, prevalecen fuertes en su amor, se alegran con nuestras conquistas y lloran con nosotros en momentos de desesperanza.

Todos tenemos el corazón dividido, los que nos fuimos y los que se quedaron. Este mes brindare por ustedes, por los buenos recuerdos, por los días difíciles que después de un tiempo nos hacen reír, pero, sobre todo, por la existencia de ese lazo mágico he invisible, que nos mantiene unidos siempre sin importar a donde decidamos ir.

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PERFIL
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Caro Monroy es empresaria, migrante, psicóloga y coach. Colombiana con experiencias de vida en diversos países, incluidos Australia, Argentina, Colombia e Inglaterra. Ha experimentado de primera mano los desafíos, incertidumbre, la presión, los logros, la alegría, el crecimiento y todas las demás emociones posibles, que experimentan los migrantes al embarcarse en la aventura de descubrir y conquistar nuevos mundos. Es Psicóloga, completó un MBA, está certificada en Programación Neuro Lingüística y actualmente está terminando una especialización en Counselling.

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