Hace unas semanas, hubo una noche en particular en la cual no logré conciliar el sueño. Para ser honesta, esto ya había pasado un par de veces más. Literalmente, no pude desconectar mi cerebro de la cantidad de ideas y pensamientos alrededor de tantas cosas que quiero hacer realidad. La incomodidad de no llevar a cabo múltiples iniciativas a la acción me hacía sentir incómoda, ¿te ha pasado?
Después de dar muchas vueltas en la cama, y hacer todo lo posible por dormir, incluidas algunas poses de yoga para relajarme, noté, entre risa y frustración, que esto no estaba funcionando. Me puse de pie en medio de la oscuridad de la habitación, eso sí, con mucho cuidado de no pisar a mi perro, quien duerme pegado al borde de mi cama, y despacito, en medio del silencio, asegurándome de no despertar a mi esposo, tomé la pequeña libreta que guardo en la mesita de noche y anoté las ideas que no paraban de titilar en mi cabeza, como si fueran luces de neón en la calle principal de Las Vegas.
Un poco más liviana de carga, logré dormir un par de horas, y así llegó un nuevo día de aventuras, retos, y reflexiones. Me costó trabajo reconocer que el estrés estaba comunicándose conmigo a través de ese evento, ¡el cuerpo siempre nos está hablando, pero muchas veces cuesta escucharlo!
Por un lado, el estrés positivo puede ser un verdadero regalo, nos estimula, aumenta nuestra productividad y eficiencia. En general, nos ayuda a responder de forma eficaz ante situaciones desafiantes, pero, por otro lado, mal manejado, puede paralizarnos y ser el detonante de muchas otras afecciones físicas y mentales que pueden ponernos en riesgo.
¿Cómo están tus niveles de estrés por estos días?, ¿te está ayudando a estar a la altura de algún desafío?, ¿te está diciendo que pidas ayuda?, o, tal vez ¿te está diciendo que disminuyas la velocidad y hagas un balance de lo que está dentro de tu control y posibilidades?
¡Toda esta situación me hizo pensar en las langostas, y quiero ser cada vez más como ellas! ¿Conoces la analogía?, sigue leyendo y te la cuento.
La langosta tiene un cuerpo suave dentro de un caparazón duro, a medida que la langosta va creciendo se vuelve más incómodo para ella habitar en el espacio limitado de su rígido caparazón, pues pone mucha presión en su cuerpo. Ese es el momento en que decide buscar un lugar seguro dentro de las rocas, y así protegida, deshacerse del viejo caparazón y producir uno nuevo. Su transformación empieza con la sensación de incomodidad y esto lo repite varias veces a lo largo de su vida. ¡El estímulo para que su crecimiento sea posible es la incomodidad!
Seguramente ya te has dado cuenta de que el cambio es inevitable, y que, de la mano, siempre vendrán episodios de estrés que nos recuerdan, que estamos en una constante evaluación de las capacidades que tenemos para hacerle frente a esos desafíos.
¡Resistirnos a cambiar de caparazón solamente nos pone bajo más presión!
Cuando reconocemos que estamos pasando por un episodio de estrés, nos estamos dando permiso de observarnos en cámara lenta y, en ese cambio de foco, es donde empieza el ciclo virtuoso de aprender a estar cómodos con lo incómodo. Lo que podría ser útil en un momento de estos, es aceptar que sentirse estresado es normal, ¡no tienes que saberlo todo o hacerlo todo! La aceptación de esa realidad conduce a un estado mental de tranquilidad y ese, es un buen inicio para el siguiente paso que decidas dar.
Yo seguiré aquí, cambiando de caparazón cuantas veces sea necesario, y aceptando esa incomodidad como un regalo que transforma. De esta manera, estoy segura de que no me faltara el sueño.
Comentarios