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Han pasado varias semanas desde la última vez que escribí para este blog, y hoy lo hago desde la imponente Ciudad de México. Estoy sentada en una terraza a la altura del piso 24, desde donde puedo observar maravillada la inmensidad de esta ciudad.

¡Siempre tuve la sensación de pertenecer a este país, aunque nunca lo había visitado! La música, los colores, Frida, Diego, Siqueiros, la vecindad del Chavo, los mariachis, siempre rondaron por mi cabeza, acapararon mi atención, he hicieron de este destino un territorio infaltable por recorrer.

Todo empezó hace más de veinte años, cuando en Bogotá me invitaron a cantar en un evento de caridad junto a un grupo de mariachis. Entre esas canciones estaba “La calandria”, de Pedro Infante, y “Se me olvidó otra vez”, de Juan Gabriel. ¡Qué buenos recuerdos! Aun hoy recuerdo esa sensación de plenitud, la energía y la alegría, que se siente cuando se canta en un escenario a todo pulmón.

Pero volvamos al presente, ¿porque estoy en México? ¡Porque estoy celebrando la vida!, la mía y la de mi familia.

Justo llegué para la celebración del día de muertos, confieso que mis expectativas eran muy altas, sobre todo después de haber visto la película Coco mas de cinco veces, sin embargo, debo decir, que nada se compara con el privilegio de encontrarse con esta celebración cara a cara. Nunca había presenciado una tradición tan colorida, y tan mágica en la que se honra la memoria de los muertos, ¡todo a mi alrededor estimulaba mis sentidos, me sentí más viva que nunca!

Creo que los más significativo de esta fecha, fue observar cómo colectivamente se privilegia el recuerdo sobre el olvido. Está presente la alegría, la nostalgia, y sobre todo el agradecimiento por las memorias que hacen eternos en nuestros corazones a los que ya partieron. Es hermoso ver en casas y en locales comerciales, los altares decorados con flores de cempasúchil, papel picado, calaveritas de azúcar, pan de muerto, entre otras cosas, y las ofrendas, que al final, son la materialización de ese vínculo irrompible que llevamos con ellos.

Me tomó dos días y tres aviones atravesar medio mundo para reencontrarme con mi mamá y mis hermanos después de doce años de no estar los cinco juntos, ¿cinco?, todo bien, no es que haya echo mal la cuenta, es que mi papá también estuvo presente, su foto la pusimos en el altar de muertos.

¿Recuerdas que unos párrafos atrás, mencioné que vine a México a celebrar la vida?, dos años de fronteras Australianas cerradas, la incertidumbre que trajo consigo el covid y la lejanía, fueron factores suficientes para recalibrar prioridades y ganar perspectiva, ¡seguramente a ti también te paso!

Hoy estoy acá con el corazón rebozado de amor por este tiempo en familia, enamorada de México y llena de agradecimiento por estar viva, pues sobrevivir a una pandemia, no es algo menor. ¡Tú también que estas leyendo estas notas sigues vivo y, sin duda, es un motivo de celebración!

Recuerda que tener presente nuestra propia mortalidad, puede ser un buen ejercicio para elegir con más claridad el rumbo que queremos darle a nuestra vida, tomar decisiones, observar los pasos que vamos dando por el mundo y las huellas que, a su vez, vamos dejando en la arena.

Continuaré un par de semanas más descubriendo este hermoso lugar, por lo pronto, me despido con esta frase de mi querida y admirada Frida Khalo, “Por eso la muerte es tan magnífica. Porque no existe, porque sólo muere aquel que no vivió. Porque sigue viviendo quién, después de muerto, produce en los que le continúan, sensaciones nuevas, anhelos y deseos…”

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