Hay dos premisas desde las cuales me gusta observar a la gente.
La primera, es que todos estamos en busca de algo, todos vamos para algún lugar y la segunda, es que todos hacemos lo mejor que podemos.
Esto me remonta a mi vida de estudiante de MBA en Buenos Aires. Allí en la ciudad del tango no se necesitaba tener auto, así que para ir a la universidad tomaba el colectivo que me llevaba desde Recoleta hasta Puerto Madero. A lo largo del recorrido me encantaba mirar por la ventana, ver a la gente caminando en la calle, ver el verde de los árboles y algunas jacarandas en la Av. Del libertador. También, en ese recorrido me encantaba observar lo que pasaba adentro del colectivo. No podía evitar hacer una analogía de la vida y las elecciones que hacemos a diario sin darnos cuenta en ese proceso de ir hacia donde queremos llegar.
El colectivo se convirtió de repente en la vida misma. Todo lo que pasaba en él representaba las eventualidades que aparecen en el día a día, y el actuar de la gente representaba cómo reaccionamos a eso que no podemos controlar, a lo inesperado, al destino, al azar.
Uno nunca sabe con qué se va a encontrar cuando se sube a un colectivo. Es posible que el amor de tu vida se suba en la misma parada y te acompañe por el resto del camino. Tal vez hablen y se rían sin importar el trancón y hagan de ese tiempo juntos lo mejor posible. Puede ser también que ese amor que no fue lo hayas visto solo por unos minutos antes de llegar a su parada final y abandonara tu recorrido para siempre.
Existe la posibilidad de que te subas, te roben todas tus pertenencias y al no poder superar la pérdida, llores todo el camino desconsoladamente y las lágrimas no te permitan ver o disfrutar ni un poco del camino. Puede que elijas ir sentado en la ventana y sonrías agradecido por la comodidad de la silla mientras disfrutas el paisaje citadino. Tal vez te quedes dormido, no veas nada y nunca llegues a tu destino final. Simplemente llegues a la última parada del colectivo.
En mis días de universitaria vi mucha gente irse de pie así hubiera sillas vacías, parecía que el tiempo de recorrido era tan corto que un poco de comodidad no era necesaria. Recuerdo a otros subir al colectivo y ver su cara de decepción cuando no encontraban donde sentarse, parecía que esto era lo único que deseaban y el viaje se tornaba en una pequeña tortura que amargaba el resto de su recorrido. Otros, queriendo dar todo desinteresadamente, ofrecían su silla a los que venían cargados de cosas en las manos, pues era evidente su dificultad. También era fascinante ver a otros, que a pesar de su cansancio y no querer abandonar su silla, ofrecían cargar cosas en sus piernas para solidariamente hacer el recorrido más ameno, pues era evidente que compartir la carga de alguien más pudiera darle propósito a ese camino hacia su rumbo final.
Como decía, todos vamos para algún lugar, todos hacemos lo mejor que podemos. No importa si vas sentado, parado, adelante o atrás. Todos estamos en un colectivo, vamos a diferentes lugares y en algún momento nos tendremos que bajar. Solamente asegúrate de darte cuenta cuál es tu papel, mira alrededor y elige cómo quieres viajar en ese colectivo.
Que buena narrativa sobre algo que muchos hemos logrado vivir en diferentes ciudades a lo largo de nuestras vidas. Una vida que sin duda vale la pena disfrutarla a plenitud a pesar de muchas adversidades, pero que a través de su recorrido nos brinda tantas y maravillosas enseñanzas.
Califica:
Gracias Diego por leer y dejar tu comentario.
Asi es, la vida a través de las adversidades nos deja muchas enseñanzas. Diría que casi todas las veces, no se trata de lo que nos pasa, si no de nuestra actitud y cómo respondemos ante estas circunstancias.
Califica: