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Recibí un video que me envió un amigo por WhatsApp y me dejó como aburrido. No sé si pensativo, nostálgico o con ganas de salir corriendo a hacer muchas cosas para aprovechar mejor el día, como el carpe diem de La Sociedad de los poetas muertos.

Empieza con la nada alentadora frase de “los que fueron mis guías están ahora jubilados y se vuelven canosos, como yo”. Y agrega que nuestros amigos se mueven más lento, eran jóvenes y vibrantes, pero ahora la edad se les empieza a notar y son las personas mayores que nunca pensaron en ser algún día.

Para colmo de males, no había pasado una semana desde cuando me dio por fijarme muy bien en el espejo y me di cuenta de que ya tenía más color gris que negro en mi escaso cabello.

Y ni se diga cuando el hombre del video dice que entró en esa etapa sin preparación para los achaques, que de pronto habrá arrepentimientos por haber hecho cosas que no quería hacer o no haber hecho otras que sí debía hacer y que el otoño vendrá más rápido de lo que se piensa.

Lo bueno del asunto es que termina de manera positiva, llamando a vivir la vida, a gozar los días, a hacer cosas agradables, a ser feliz y a cuidar la salud. Pero se queda uno como con un sinsabor.

El hecho es que amanecí un día con las ganas de levantarme una hora más tarde de lo habitual y así lo hice. Cero estrés, me dije. Ya en mi puesto de teletrabajo, lo primero que hice fue ver una foto de paisaje finquero que publicó mi sobrino y seguí pasando publicaciones hasta que llegué a la de un joven artista cantando magistralmente uno de los temas de Ghost. Di clic para degustar toda la canción y aplaudí al unísono con quienes lo rodeaban.

¿Por qué es eso diferente? Porque no suelo escuchar música. Solo noticias todo el día, por cuestiones de trabajo. Pero ahora me doy cuenta de que me hace falta ese alimento del alma.

Como me quedó sonando aquello de los arrepentimientos por no haber hecho algo, cogí el teléfono e hice las llamadas necesarias para buscar las fotos del verdadero nacimiento de la Constitución, un momento histórico que vivimos un poco más de 20 personas hace 30 años, y que en su momento no atiné a guardar. ¿Por qué no hice una copia de ellas en su momento? “Es que en esa época uno no hacía eso”, me dijo el fotógrafo que las tomó. El hecho es que, si las encuentran, tendré un arrepentimiento menos en mi vida.

Y de la misma manera le seguiré aconsejando a todo el mundo que mire el día de hoy pensando en una o dos décadas después, y que si ve que ese algo de hoy es importante, lo haga, lo viva en plenitud, actúe de tal manera que en los años de otoño mire hacia atrás y diga: misión cumplida.

No sé cuándo se puede declarar que alguien es viejo. Pero lo que si sé es que con el paso de los años uno se va volviendo más reflexivo, más trascendental, más analítico. Y suele poner el espejo retrovisor para juzgarse por lo que hizo y por lo que dejó de hacer.

Ese espejo retrovisor es un sube y baja de ánimo. Recuerda uno algo y se pregunta: ¿por qué no hice ese día tal cosa? Y se juzga uno, se arrepiente, se sigue estresando por ello. Y si lo que hizo estuvo muy bien, viene el orgullo, la tranquilidad de haber dejado una huella, de haber hecho lo correcto y será eso lo que les contará a sus nietos.

Cuando uno está por los sesenta años, aunque aún no está viejo, se da cuenta de lo bueno que vivía uno con sus compañeros de trabajo o de clase y se pregunta por qué no nos dábamos cuenta de ello en ese momento. Tienen que pasar los años para saberse feliz por lo que uno hizo en una época.

A lo que nos lleva esto es a que cuando estemos jóvenes, valoremos el momento. Entendamos que podemos estar viviendo una época muy linda para nosotros por los amigos que tenemos, por lo que estamos haciendo, de tal manera que cuando ponga el retrovisor en sus años dorados no solo diga ‘qué buena época esa’, sino que se sienta pleno de haberlo entendido y vivido así desde un principio.

Twitter @VargasGalvis

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