“Que los quiero mucho. Que Dios los bendiga y que se cuiden mucho”, les dijo, antes de romper en llanto, una niña de unos 10 añitos, a esos 33 angelitos que se fueron a dormir a los brazos de Dios en uno de los más horrendos pasajes de la vida nacional.
Estaba en Ciénaga, y salió a la carretera, a blandir una bandera blanca, como sus compañeritas, varias de las cuales tampoco pudieron aguantar el llanto al paso del cortejo fúnebre que nunca debió existir, que nunca debió pasar.
“Qué dolor tan grande siento en mi alma”, dijo una señora en Barranquilla, mientras al fondo se escuchaban los aplausos con los que centenares de personas despedían a esos chiquillos que iban a su última morada en Fundación.
Un periodista le preguntó a otra niña qué les decía y ella respondió “que se vayan con Dios”, y las lágrimas no la dejaron continuar.
Ayer, desde La Guajira hasta el Amazonas, desde Los Llanos hasta el Pacífico, el corazón de los colombianos estaba de luto. Y no es exageración.
Una patria grande, golpeada por tanta violencia, ayer tuvo el alma arrugada, como tal vez nunca la tuvo por unos pequeñines que nos tocaron hasta el fondo de nuestras almas.
“Es como si nos hubiera pasado a nosotros también. Es algo que no se puede explicar”, dijo otra señora en Barranquilla.
La Policía les rindió un hermoso homenaje a la salida de Barranquilla, con una calle de honor y con la escolta hasta Fundación. Y quienes allí iban se debieron empezar a asombrar en los primeros kilómetros, con la cantidad de gente que salió a rendirles tributo a nuestros angelitos.
Pero más adelante, tal vez ya no estaban asombrados, porque por donde quiera que iban había tanta gente, que rápidamente supieron que este “no es el dolor de una familia, sino que es el dolor de un país”, como dijo un colombiano en aquel trayecto.
Sobre un puente, corazones dolidos pusieron una pancarta que decía: «Los niños están en el corazón de Dios».
Las banderas blancas y las de Colombia en las casas, las cintas moradas en las puertas, los letreros que se escribieron con mucho amor, los altares que levantaron, con todo el corazón, decenas de habitantes de Fundación, estaban allí cuando llegó el cortejo fúnebre y miles, miles de personas, querían entrar al cementerio que bautizaron “Ángeles de luz”, pero no todos cabían.
El dolor desgarra el alma al saber que quedarán allí, que no van a estar más entre nosotros. Fundación jamás será la misma. Colombia nunca lo olvidará. Y donde quiera que haya un corazón colombiano estarán esos 33 angelitos iluminándonos.
Solo hay que decir que Dios los cobije con su gran manto de amor y los guarde con bien por toda la eternidad. Adiós, angelitos, adiós.
@VargasGalvis
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