Los ángeles del cielo tienen hoy entre sí a un nuevo habitante, Carlos Muñoz, que si tuviéramos allí a un corresponsal, nos estaría informando que llegó sonriente, con su cabeza cana y su barba elegante, contándole un chiste a San Pedro.
Elegido el actor del siglo XX en Colombia, Muñoz seguramente no llegó actuando a la corte celestial. Debió haber llegado como es él, jovial, sereno, muy humano, sabio y con un costalado de amor a sus espaldas.
Si hubiera llegado actuando, seguramente lo habría hecho como el padre Pío V, de la telenovela San Tropel, por si acaso le servía de palanca con Dios para que se olvidara del pecadito que cometió cuando se dejó seducir por la política y se convirtió en Senador en 1994, de ‘pura chiripa’, porque era el quinto renglón de la lista de José Blackburn.
El hecho es que en la tierra Carlos Muñoz fue mucho mejor actor que senador. Es más: en estos momentos no deberíamos ni siquiera mencionar lo de su paso por la política, para concentrarnos en la grandeza de este hombre que llenó a generaciones de risas y de lágrimas a través de centenares de personajes que lo hacían vibrar a uno.
Él preferiría que narráramos, por ejemplo, aquella escena de ¿Dónde carajos está Umaña? en la que, persiguiendo lo que su corazón le dictaba, llegó hasta un desconocido barrio bogotano, con un estuche convertido en flor y un anillo de compromiso adentro, tomó sus dos manos, casi a manera de ruego, abrió aquellos ojos e hizo aquella sonrisa mientras decía ‘Señorita Lore, ¿se quiere usted casá conmigo?’’.
Corría el año 1988 cuando Colombia vio en sus pantallas a un viejo con mucho dinero, mujeriego como el que más, pero en ese momento solitario. Se llamaba Epifanio del Cristo Martínez y su vida cambió aquel día que llegó su sobrina y le robó el corazón. Carlos Muñoz era ese hombre. Y con Silvia de Dios, hermosa ella, hicieron que los colombianos aguardaran cada noche un capítulo más.
Y de la mano de la diva María Eugenia Dávila, Carlos Muñoz fue Adán Corona, en Pero sigo siendo el Rey, el gobernador que cayó en las garras de Chavela Rosales, una mujer que solo buscaba vengarse de los hombres y que pagó con su vida aquel desprecio, registrado en la novela del también inolvidable David Sánchez Juliao.
“Los actores les prestamos a los personajes el cuerpo, la voz y el físico, quizá con algunos trucos de maquillaje, pero sobre todo les prestamos la sensibilidad”, dijo en una ocasión Muñoz, y esa frase empezó a ser retransmitida el lunes por Señal Colombia como un homenaje.
Esa sensibilidad la tenía a flor de piel Carlos Muñoz, demostrada desde antes de que apareciera la televisión, a través de la Radiodifusora Nacional de Colombia, en aquellas épocas en las que los artistas tenían que hacer volar la imaginación de los oyentes y cada uno de estos tenía su propia visión del físico del personaje.
Muy poco después de que el general Rojas Pinilla inaugurara la televisión, Carlos Muñoz ya estaba en ella con Alicia del Carpio, en la era de los programas en directo, en los que no se repite escena, en donde el personaje se transmite al televidente tal como salió del corazón.
Y con muy poquitos años, Muñoz se convirtió en el Carlitos de Yo y Tu, iniciando una carrera que 47 años después le mereció el título del mejor actor colombiano del siglo.
Pero más que ese título, su carrera fue algo así como si se estuviera ganando por donde quiera que pasara el corazón de cada colombiano, para ser hoy el gran poseedor de un inmenso amor que es el que lo abraza en su viaje al lado de Dios, a quien seguramente ya tendrá tiempo de contarle las anécdotas del Padre Pio V o de confesarle cómo era que se le movía el corazón a Epifanio del Cristo Martínez cuando veía a su sobrina Nora, quien le hizo olvidar a Yadira, la viuda a la que llamaban ‘La ardiente’ y le hizo revivir lo que es en verdad el amor.
Nota: Esta nota la escribí inicialmente para el periódico Q’hubo de Cúcuta.
@VargasGalvis
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Carlitos, ¡seguirás siendo por siempre EL REY! Blog de giovanniagudelomancera
Fotos del archivo de El Tiempo
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