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Hace un par de meses visité Chechenia, una República semi-independiente del sur de Rusia. Es una región mayoritariamente musulmana que desde hace años lucha por conseguir su independencia de la Rusia controlada por Moscú. Desafortunadamente su lucha ha tomado las banderas del terrorismo islámico y ha dado “combatientes” tan famosos como los hermanos Tsarnaev (autores de los atentados de Boston), las Viudas Negras (responsables de los pasados atentados en la ciudad de Volgogrado y de varios atentados en Moscú incluidos los sangrientos atentados a la red de metro de la capital), o el comando liderado por Movsar Barayev (conocidos por el cruel ataque en 2002 a un teatro en Moscú – operación que dejó alrededor de 130 rehenes y 40 terroristas muertos por envenenamiento por gas tóxico). También eran chechenos los terroristas que en 2004 asesinaron a casi 200 niños en la toma de la escuela de Beslán.

Pero como suele suceder, Chechenia, y en particular la capital Grozny, no son nada como los esperaba.

Grozny es una pequeña ciudad en medio de la gran estepa rusa. Pensé que encontraría una ciudad en guerra y en ruinas, tomada por el ejército, que vería tanques en la calle y gente deambulando en busca de no sé muy bien qué. Claro, tal como lo había visto mil veces en las películas.

Grozny en el año 2000

Por el contrario, cuando llegué a Grozny (después de pasar por al menos cinco retenes del ejército y explicar que efectivamente sí era un turista, que sí quería ir a Grozny y que no estaba perdido) me encontré con una ciudad moderna, grande, limpia, con amplias avenidas, altos edificios y una reluciente y soberbia mezquita – la más grande en Europa, según me dijeron –. Parecía más una de las modernas urbes chinas que una capital devastada por la guerra y que hace solo diez años fue considerada por la ONU como la ciudad más destruida del mundo.

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Grozny hoy

Chechenia vivió dos guerras. La primera entre 1994 y 1995 y la segunda entre 1999 y 2000. La peor para la ciudad y sus habitantes fue la segunda, en el año 2000. En ese año el gobierno de Vladimir Putin mostró su mano más dura cuando ordenó a sus fuerzas retomar el control de la ciudad sin importar el costo. Algunas personas con las que hablé me dijeron que después del ataque final no había en la ciudad una sola casa en pie. Putin había ordenado machacar todos los edificios, las casas del millón de habitantes, sus bazares, sus mercados, sus hospitales, todo. El resultado fue la destrucción total de la ciudad. Cuando las tropas rusas entraron a Grozny, esta parecía Hiroshima o Nagasaki.Pero después de demoler su capital, Putin quiso congraciarse con los chechenos y se propuso a reconstruirla. Esta es la ciudad que vemos hoy.

Mi guía improvisado por la ciudad fue Aslan, un joven que trabajaba en la estación de trenes y que según él (solo él), hablaba inglés. Aunque no le entendí nada de lo que me dijo en todo el día, hizo gala de la hospitalidad musulmana; me mostró la ciudad, me presentó a sus amigos, a su familia, y hasta su profesora de inglés. Al principio no quería que me sacara una foto con él porque, según me dijo, quería ingresar a la Academia de Policía, y si lo veían en alguna foto con un extranjero, podrían pensar que era terrorista… o eso entendí.

A Chechenia no van turistas y eso se traduce en que cuando caminas por la calle, todo el mundo se queda perplejo mirándote. Además, los comentarios de la gente a la que en días anteriores le había dicho que iba hacia allá, tampoco ayudaban a relajar el ambiente. Muchas de estas personas me habían suplicado que no fuera; decían que la ciudad estaba llena de extremistas musulmanes a los que seguramente no les haría ninguna gracia ver a un extranjero caminando por sus calles. “Seguro te van a secuestrar”, me decían. Nada como una pizquita de miedo para hacer más excitante un viaje.

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Haciendo amigos

Si bien Grozny no va a ganar ningún premio al mejor destino turístico de ninguna parte, los días que pasé allí fueron fascinantes. Viajar “off the beaten track”, allá a donde no van turistas, siempre te deja experiencias nuevas y muy gratificantes. La hospitalidad musulmana, sea en Chechenia, Irán, Mali, India, Kenia, o San Andrés, siempre es abrumadora y es un buen punto de partida para empezar a romper tabúes.

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