Una de las cosas que me gusta de la comida colombiana es que siempre es bastante. Es casi imposible quedar hambriento luego de una bandeja paisa, un sancocho, un ajiaco y, así, con muchos otros platos. Y lo digo porque hace poco visité un restaurante francés muy rico, pero cojo con el tema de las cantidades.
Sant Just está en La Candelaria, en Bogotá. Hacen una maravillosa combinación de vegetales con carne, todo servido sobre una base de puré de papa. Yo me fui por el cordero, que estaba jugoso, tierno y, en general, muy sabroso, pero me faltó un poco más para ser totalmente feliz.
En el postre aterrizó una crème brûlée, que apenas si llegaba a la mitad de la tacita. Y aunque estaba un poco líquida para mi gusto, tenía algo que no me habían servido en otras partes: almendras y unos granitos blancos que, según les oí a los del restaurante, eran mágicos.
Mi amigo, el que me lo recomendó, me dijo que era la primera vez que le pasaba esto de las porciones, y yo le creo, porque el restaurante cada vez lo veo más cotizado. Pero bueno, a la larga, esto no es un problema, sino un tema de gustos, aunque ser generoso siempre es un buen estímulo para meterse la mano al bolsillo.
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