Hay mil historias para contar sobre la chuleta valluna. En Cali, por ejemplo, recuerdo a El Buda, un lugar donde vendían (no sé si aún existe) una chuleta empacada en caja que venía con arroz y papas a la francesa. La gracia de comprar aquí la querida chuleta estaba en el hecho de destapar la caja, desdoblar la carne y, al final, preguntarse: ¿cómo hace esta gente para meter tanta chuleta en una sola caja? Había suficiente cerdo para alimentar a toda mi familia.
El Bochinche es un lugar mal ubicado, con prostitutas y vendedores de drogas alrededor, pero creo yo que aún se jacta de tener una de las mejores o, por lo menos, de las más famosas chuletas del centro de Cali. Es y será el eterno amanecedero donde llegan borrachos, taxistas, pelados de colegio, universitarios y gente de todos los colores.
En Tuluá, de donde son mis padres, están Las chapetas, unas viejas legendarias que se pasaron varias décadas consagradas a la cocina vallecaucana y que lograron tal fama que a la fecha se necesita reservar para conseguir un puesto en la misma casa que hace las veces de restaurante desde hace muchos años. Las chapetas originales ya murieron, pero las recetas, incluido el plato en discusión, han sido heredadas por sus familiares y el sitio no pierde prestigio. Y tan viejo como Las Chapetas es la vieja costumbre tulueña de comerse la jugosa chuleta con Popular, que no es lo mismo que la Colombiana (hablo de gaseosas, para el que no sabe).
Con todos estos cuentos de mi vida en el Valle llegué a la calle 90 con carrera 15 en Bogotá, no a buscar una chuleta, sino a buscar a mi esposa que se hacía cosas en el pelo en un salón de belleza cercano. Y como era hora de almuerzo, en medio del sonido de los secadores, las tijeras, los chorros de agua y demás, empezó el desfile de la chuleta. Chuletas iban y venían para el deleite de los trabajadores del lugar. Ante la curiosidad, y el aroma, los del salón de belleza nos señalaron el local contiguo: Naranja pero limón, antojitos vallunos.
Qué buena chuleta se come en el local de estos tulueños. Fresca, jugosa, bien frita, muy rica. Es un plato sencillo, pero le aseguro que queda bien almorzado. El precio incluye el jugo del día. A mí me tocó de mora, pero podría ser cualquiera. Lo sirven frío, como debe ser, y en un vaso generoso.
Hay otras delicias del Valle: empanadas, aborrajados, champús, en fin, pero ese día me tocó la chuleta, para qué más. Si usted nació comiendo este hermoso plato de cerdo, como yo, seguro tendrá más historias, pero aquí le dejo esta para añadirle a esta extensa, pero sabrosa lista.
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Chuleta valluna: $12.000 (viene con el jugo del día).
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