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¿Sepultureros o verdugos de Colombia?

 

Sórdido y decadente (como nunca antes, quizá) panorama de cara a los comicios de segunda vuelta. La campaña limpia y del mutuo respeto entre los aspirantes a la presidencia, definitivamente es cosa del remoto, muy remoto pasado.

Grotescos señalamientos recíprocos, e imputaciones criminales que van y vienen, enlutan y enlodan la ya de por sí turbada realidad nacional y la deshecha imagen de la nación ante el mundo, que no deja de sorprenderse con el candente y decadente ambiente democrático y lo retorcida y estrangulada que puede llegar a estar la intención de voto en Colombia en medio de tan insondable carnicería moral.

Adhesiones van y vienen, unas más repugnantes y oportunistas que otras, unas cuantas suman, pero la mayoría resta. Los candidatos sufren cada vez que alguien hace pública su intención de voto, porque si se trata de “reconocidos” politiqueros, empezando por congresistas, ex candidatos, expresidentes, o figuras públicas venidas de más a menos del ámbito que sea, el apoyo manifiesto pringa de aún más ignominia la deslucida y guarra campaña.

Por un lado, la imagen del ingeniero Rodolfo Hernández no puede estar más desgastada y golpeada con los últimos señalamientos, muchos presuntamente injuriosos y calumniadores en grado superlativo y otros, evidentemente rastreros y enfermos hasta más no poder. El concepto de gran empresario, nutrido y experimentado septuagenario, enemigo declarado y virtuoso de los corruptos, de recio carácter y adalid extraordinario del impulso y avance institucional e industrial en el departamento de Santander, ha venido inexorablemente desdibujándose paulatinamente.

Ataques a granel, contra su nombre, honra, imagen, bienes, familia y peculio han desbordado la “crisis” al interior de su movimiento, hasta hace menos de 20 días, un verdadero fenómeno en ascenso, extraordinario y contagioso.

Muchos no creen, otros prefieren pasar por alto o simplemente ignorar las polémicas en las que el ingeniero se ha visto envuelto, desechan de plano cualquier señalamiento o responden encolerizados ante el más mínimo evento o indicio que pueda llegar a afectar el buen nombre del “buenazo, tierno, resuelto y berraco Rodolfo Hernández”, el mismo que tuvo que ir a atrincherarse en USA, por fraticidas e inminentes amenazas contra su vida.

Por otro lado, está el siempre controvertido Gustavo Petro. Para unos, “el heredero al solio de Bolívar” (Simón, no Gustavo), y elegido para sostener la adarga y vestir con pundonor los ribetes de aquel “omnisciente”, capaz de liberar al país de todos sus males; para otros, el “paria” que alguna vez fue cuando decidió armarse en contra del Estado (y sus ciudadanos) y el rebelde que siempre será, capaz de hundir en desgracia (todavía más) a Colombia.

A Petro los escándalos en su campaña, no le son ajenos y el desprestigio del que viene siendo objeto data de tiempos inmemoriales, así que, como en efecto es su caso, puede tener alfiles y lugartenientes muy cuestionados y repudiados hasta decir no más, con salidas reprochables y odiosas actitudes, vituperados como ninguno (caso Roy Barreras y Armando Benedetti, entre otros), pero conserva aparentemente intacto su electorado.

A esta instancia de la contienda, definitivamente, es a la campaña “Rodolfo Hernández presidente” a la que a mi modo de ver, le afecta más el descubrimiento de hechos transversalmente opuestos al decoro, la virtud y los buenos principios que desde un comienzo ha pretendido hacer valer.

Simplemente porque, siendo un fenómeno político tan noble y virgen, cuyo ascenso súbito y vertiginoso parecía no tener freno, las investigaciones judiciales, salidas en falso y demás dardos venenosos o no, lanzados por sus adversarios, han empezado a frustrar gran parte de su en principio, robusto y imperturbable electorado.

(Quisiera estar equivocado y ojalá los resultados del próximo 19 de junio me desmientan.)

Corolario de lo anterior, vuelve y juega, el pueblo de Colombia llega estresado y muy intrigado e inseguro, a votar en segunda vuelta por el próximo presidente de Colombia, en medio de un pulso hirviente que ganará no el mejor, sino el menos peor.

¿Cuál de los dos merece llegar al denostado, orgulloso y desdeñoso Palacio de Nariño?

Ya lo he dicho en otros escenarios, el que menos daño le haya hecho al país y menos daño esté en potenciales y reales condiciones de seguir haciéndole.

Solo así, creo, podría definirse de manera serena una intención de voto, que para muchos, sé, se encuentra como nunca, en el más desesperante limbo.

(.)

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