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Voté por él, pero no soy “petrista” ni “progresista”. Lo hice por las mismas razones que ahora defiendo en este blog: porque es una opción valiente, renovadora y de alta sensibilidad social. Petro –lo recordó ayer en su discurso en la Plaza de Bolívar- fue uno de los combatientes armados que desistió de esa vía violenta y optó por el camino desarmado de la política. Un guerrillero que hizo la paz y cumplió su promesa.

Discurso desde el balcón de la Alcaldía en la Plaza de Bolivar
Discurso desde el balcón de la Alcaldía en la Plaza de Bolívar

Mi voto, entonces, fue también un reconocimiento. Así mismo un agradecimiento: Gustavo Petro fue quien realizó la denuncia de la para-política en el Congreso. Y lo hizo delante de los propios parapolíticos. Algo así como meterse inerme en la cueva del león. Eso, además de respeto por su investidura, es valentía. Por mucho menos matan en este país y Petro es así no sólo un milagro político, sino un milagro de la vida: Pizarro, Jaramillo Ossa, Pardo Leal y el propio Galán son los botines ensangrentados que cobraron los detentores del régimen. De aquellos que ven peligro en todo aquel que piense diferente. De los verdaderos violentos. 

Por ser, en clave Mandela, un símbolo en sí mismo de lo que es la reconciliación (como Navarro Wolf y León Valencia) y porque trascendió esa representatividad traduciéndola en fiscalización al ejecutivo siendo senador y –después- en ejecutor mismo de políticas públicas en su papel de alcalde de Bogotá, creo que Petro es un estupendo ejemplo de lo que es la ciudadanía responsable y la ética política.

Y aquí debo mencionar a quien pretende convertirlo en un cadáver político: Alejandro Ordoñez. Me abstengo de llamarlo Procurador. Me rehúso ¿Cómo confiar en alguien que confunde defender el estatus quo con preservar el régimen? Ordoñez ha dado una y mil pruebas de radicalismo moral e intolerancia política. Tiene todo el derecho a pensar y sentir como quiera, pero no a traspasar eso a sus actuaciones como alto funcionario del Estado. Y es allí cuando la perplejidad aparece para preguntar: si el encargado de la defensa de las libertades civiles y democráticas no lo hace ¿qué clase de país somos?

Responderé esa pregunta con el dolor y la vergüenza que me produce hacerlo: somos una sociedad que se piensa blanca, rica, heterosexual, machista, católica, urbana, capitalista y de derecha. Cualquier otro proyecto es acallado. Cualquier otra expresión es borrada. La “Bogotá humana” de Petro distaba mucho de ser perfecta, pero era un intento honesto de cambiar el modelo de ciudad que ya había iniciado Lucho Garzón. Además: beneficiaba a los más desposeídos.

Digámoslo sin rodeos: Petro se pudo haber equivocado con la puesta en marcha del modelo de basuras, pero –a diferencia de lo corriente- lo hizo de buena fe y en aras de un fin superior ¿Qué fue lo grave que hizo? Ya antes Nápoles y recientemente Madrid (lo que aquí llamamos Primer Mundo) tuvieron crisis peores y ninguna cabeza rodó ¿Es malo volver público lo privado? O lo que le cobran es acabar con las corridas de toros, crear una secretaría de la mujer, desarrollar políticas de inclusión en materia de género, acceso a derechos en educación, salud, vivienda y alimentación ¿O todavía no le perdonan que fuera del M-19? ¿O es acaso una jugada para eliminar un futuro rival en las presidenciales?

El mensaje está claro: lo diferente no tiene derecho a existir. Sólo sirve y es deseable lo que siempre hubo y siempre habrá. La tradición como ley. La monarquización de la aristocracia y la burguesía. La naturalización de la injusticia. El pendón de los regeneradores “Una nación, una raza, un Dios” vuelve a ondear y las trompetas de los heraldos de la Inquisición y la guerra ululan por campos y ciudades de Colombia.

Con la salida de Petro del Palacio de Liévano no sólo ganan los que sabemos: los que sabotean las conversaciones de La Habana que aplauden esto; sino que perdemos todos, incluso ellos. Así no tengan la capacidad de comprenderlo.

@quitiman

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