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Hace pocos días recibí la visita de mi hermana y mi cuñado, radicados en Mánchester hace más de 15 años , y quienes llevaban más de un quinquenio sin visitar Bogotá.

Al margen de la alegría del reencuentro con la familia y los amigos, y de la maravillosa experiencia de reconexión con las raíces -siempre tan necesaria y revitalizadora-, el reconocimiento de la ciudad natal no resultó tan grato.

Embotellamientos de horas; red vial que parece más la superficie lunar por los cráteres que se abren a su paso, que la infraestructura de una de las más importantes ciudades de latinoamérica; contaminación ambiental que genera de inmediato alergias de todo tipo; percepción ampliada de inseguridad que limita el libre desplazamiento a unos cinturones reducidos; insuficiente oferta turística y de esparcimiento que obliga a quemar el tiempo en el interminable tour por los centros comerciales…son algunas de las perlas de la experiencia por la ´Atenas Suramericana del siglo XXI´.

¿Qué le pasó a Bogotá?, parecía ser la pregunta silente de mi hermana, mientras permanecíamos por horas -y con la rinitis alérgica agudizada- esperando a que se resolviera uno de los atascos de mañana, tarde y noche, que hacen tortuoso todo desplazamiento y que, si son insufribles para un turista que viene con tiempo limitado a empaparse de ‘cultura, naturaleza y arquitectura’, resultan nefastos para los residentes, trabajadores y empresarios, que vemos, a diario, afectar nuestra salud y menguar nuestra competitividad por aspectos que no podemos controlar.

¿Cómo podemos alcanzar los niveles de productividad de ciudades análogas a la nuestra, si tenemos que cargar con múltiples costos ocultos como los de los exagerados tiempos de traslado, o los malestares físicos y psicológicos de una ciudad que nos agrede?

Si de señalar a responsables se trata, el deterioro de la ciudad lleva años, por lo que hay tela que cortar tanto en las administraciones de izquierda como de derecha. No se trata de ideologías. La corrupción (que no tiene color político), unida a la mala gestión -tanto por improvisación como por inacción- han generado un atraso enorme en el desarrollo urbanístico, social y ambiental de la ciudad, al punto que hoy la luz del túnel si acaso la disfrutará la próxima generación… eso si realizamos los cambios que se requieren en este momento.

¿De qué cambios se trata? En mi opinión, uno de los cambios necesarios tiene que ver con el comportamiento del electorado y de la organización de los partidos.

No podemos seguir llevando al poder a personas cuyos principales méritos son el conocimiento generalista, la simpatía, el don de gentes, o la ´apariencia de honestidad´. La gestión pública debe dejar de ser ´el arte de lo posible´ parafraseando a Weber, para posicionarse como una disciplina especializada, como lo es en efecto, y que requiere de una formación específica, y no sólo de buena voluntad o militancia política.

Buenas ideas las tiene cualquiera. El punto es tener la formación y la experiencia específica en gestión pública, con resultados comprobados, para llevar esas ideas a la práctica. Una revisión de los requisitos para acceder a los cargos públicos en todos los niveles, no limitaría el ejercicio democrático sino que, por el contrario, sería garante de la protección de los intereses colectivos que es una de las principales premisas de la democracia.

De otro lado, está el rol que deben jugar los partidos políticos en la ejecución de los planes de gobierno. El protagonismo de los partidos no puede limitarse al momento de la votación ´y de la distribución non sancta de puestos públicos´. Dado el ´riesgo de contagio´ de las organizaciones políticas con la gestión del funcionario electo, resulta natural y necesario que se ejerza un mayor control y seguimiento desde adentro, lo cual no sólo tiene implicaciones sancionatorias, sino también de apoyo y colaboración, pues está claro que administrar una ciudad, un departamento o un país no es cualquier cosa.

Reformas de fondo se requieren para que la ciudad se oriente por el camino correcto del crecimiento y la competitividad.

Mientras esto ocurre, es inevitable que cada vez que mi vehículo cae en uno de los tantos huecos de las trochas bogotanas o que veo afectada una reunión de trabajo por los obstáculos interminables de la movilidad, piense en el destino de los altos impuestos que pago cada año y en cómo, por justicia, debería cruzarlos con indemnizaciones que debería pagar el gobierno por las externalidades causadas por su mala gestión.

Epílogo: Cómo la recuperación de la ciudad no sólo requiere de cambios administrativos, sino también de aspectos financieros, resultaría interesante explorar la opción de los Bonos de Impacto Social, con los que ya se ha aventurado el gobierno nacional para el tema de la paz.  Atar el pago de dividendos a los resultados, tiene el atractivo de activar el control ciudadano para garantizar el uso eficiente de los recursos. La innovación responsable en la gestión pública, debe permitir rescatar a nuestra ciudad.

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