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A nadie le gusta perder, y menos que le quiten lo que tiene. Izquierda y derecha, pobres y ricos, jóvenes y viejos estarán fácilmente de acuerdo en esto.

Ecuador anuncia la eliminación del subsidio a los combustibles y Chile anuncia el aumento del precio del pasaje del metro de Santiago meses después de que Venezuela informó que le pondría un mayor precio a la gasolina. En Colombia se debatió la eliminación de parte del subsidio a la energía y comienza a darse el debate sobre el tema de la solidaridad pensional. Lo que nos lleva a la pregunta, ¿por qué tantos gobiernos latinoamericanos están reduciendo los subsidios?

Es fácil caer en la tentación de hablar de un movimiento regional que se alza orquestado por alguien, cuando en realidad es un oportunismo de algunos que comprendieron el fenómeno como tal, que no es otra cosa que un problema económico aprovechado en populismo político.

Durante 2002 y 2014 los precios de los productos básicos (carbón, plata, petróleo, níquel, cobre, solla entre otros) aumentaron mucho como consecuencia del aumento de la demanda China y las guerras en el medio oriente, causando un enorme flujo de dólares a la región que entraron a las urnas gubernamentales, permitiendo que diversas formas de gobiernos de turno cedieran a la tentación del populismo para mantenerse en el poder. Venezuela es el ejemplo más vistoso, pero Colombia, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Nicaragua y Chile no deben ser excluidos de este proceso.

precio de los productos basicos

Fuente: Indexmundi; Cálculos míos.

Ese mayor ingreso de divisas generó algo parecido a una “enfermedad holandesa”, que causó que las personas, las empresas y sobre todo los gobiernos, sintieran que sus ingresos habían aumentado significativamente, y se gestó un importante crecimiento en la región, que en poco más de 10 años redujo la pobreza a la mitad, desarrolló vías, puertos y aeropuertos, expandió las multilatinas y el mundo vio a Latinoamérica como un foco de desarrollo y por lo tanto de inversión, aumentando la entrada de dólares, yenes, yuanes y hasta rublos.

Al ajustarse en el mercado, en diversos momentos entre 2013 y 2015, las devaluaciones fueron presentándose país por país, haciendo que las monedas locales volvieran al nivel que les correspondía, como fueran barquitos de papel después de una gran marea causada por una enorme luna llena roja.

Esta caída en los ingresos generó un enorme problema porque Latinoamérica entró en un serio déficit comercial importando mucho más que lo que exporta y causando no sólo la salida de dólares, sino de los inversionistas que se quedaron durante la fiesta.

De este proceso se ganó mucho porque millones de personas en la región, más de 30 millones, salieron de la pobreza. Pero los gobiernos quedaron con enormes gastos e insostenibles costos, que lentamente han comenzado a generar decisiones difíciles. Si un gobierno tiene altos ingresos, puede subsidiar muchas cosas como la gasolina o dar exenciones tributarias a sectores que quieren desarrollar, pero, si esos ingresos caen, no sólo no pueden mantenerlos porque no tienen como financiarlos, sino que el pago de las deudas en dólares se vuelve más cara por la devaluación.

¿Qué hacer en un escenario así? Inicialmente, es fácil caer en la tentación de culpar a quien “irresponsablemente” dio estos subsidios y que ahora deben ser quitados, causando uno de los dolores e indignaciones más grandes para los ciudadanos: les están quitando algo a lo que se acostumbraron, algo a lo que hoy sienten que tienen derecho y que en muchos casos se les presentó como un logro social, progresismo e incluso como conquistas sindicales.

Así, quienes dieron los subsidios serán vistos como héroes y quienes los quitan como villanos, pese a que en el análisis posterior, es fácil comprender que es todo lo contrario. Más cabe anotar, que esos “técnicos” que hoy dicen que fue un error haber entregado esos subsidios, probablemente hubiesen caído en la misma tentación, si en su gobierno los ingresos hubiesen subido de esa manera.

Esto no es un tema de izquierda ni de derecha, ni de pobres y ricos, sino de una región que tenía y tiene enormes deudas con sus ciudadanos, que aún no ha vencido a la pobreza y que culturalmente los hemos acostumbrado a modelos paternalistas que no fomentan ni la competencia ni la productividad, eliminando el bello derecho al logro, que nos permite obtener más, si nos esforzamos más.

Sería muy grato ver en América Latina un debate entre izquierda y derecha sólido, entre empleados y empresarios, entre el “pueblo” y sus mandatarios, pero lo que hemos vivido es una serie de manifestaciones de indignados según el tema del momento: medio ambiente, eliminación de subsidios, equidad de género, movilidad, corrupción y otros fenómenos en los que nuestras sociedades tienen enormes deudas y que nos falta mucho por saldar.

Estos alzamientos que vemos desde hace dos años y que a finales de 2019 se están profundizando, no son otra cosa que la manifestación de personas a quienes se les está quitando lo que les prometieron.

Es como si fuera una familia, donde el padre tiene un buen puesto con un gran salario y gracias a esto puede pagarles los arriendos a sus hijos y gracias a esto, sus nietos pueden ir a mejores colegios; más cuando se acaba el empleo, el padre no puede seguir ayudando a sus hijos y éstos, deben ver como hacen para mantener el pago del colegio de los niños. Causando que la “generosidad” de un momento se convierta en una expropiación de un “derecho” que se tenía y que se esperaba fuera para siempre.

Hoy, los latinoamericanos debemos analizar lo que está pasando mirando el pasado, el presente y el futuro para tomar las mejores decisiones posibles, porque la tentación de castigar a los gobiernos de turno por hacer el ajuste y clamar por el ascenso de los gobernantes anteriores, nos puede llevar a un escenario aún más complejo: que las reelecciones de los que aprovecharon la bonanza, no puedan administrar la sequía y todos perdamos, como le ha ocurrido a la gran Venezuela.

No estamos ante el fin de los subsidios, pero si estamos ante un ajuste que nos pide que seamos conscientes que no todo puede ser dado por el gobierno y que el estado no puede adormecer el deseo de ser mejores con nuestro propio esfuerzo.

Estos momentos nos recuerdan, que las fuerzas económicas, no son leyes, son fuertes flujos de agua, de mareas altas y bajas, de sequías no siempre predecibles ni manejables de la misma manera y con un solo manual, y que las fuerzas políticas, en vez de ser el manejo adecuado del poder, se convierte en la creación y administración de creencias que hacen que las personas actúen más por sus emociones que por sus realidades, aprovechando el dolor del arrebatamiento y la promesa de una vida más fácil.

@consumiendo

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