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Hermano, le cuento que aquí la cosa está muy mal, pero muy muy mal. Hay mucho desempleo y la gente anda quejándose siempre. Todo el mundo habla de la crisis y lo peor es que nadie sabe muy bien qué hacer.

¿Le cuento qué pasó? Pues fue cosa de unos bancos, que se pusieron a hacer inversiones arriesgadas y a dar créditos a todo el mundo. Parecía que no era tan grave, porque la economía iba más o menos bien, pero de pronto resulta que se empezaron a caer todas las entidades financieras que tenían problemas, empezando por las pequeñas y terminando con unas realmente grandes.

Hasta ahí la cosa parecía que no era sino el asunto de esos bancos, que eso no tenía que ver con uno. Y de repente resultó que muchos de esos créditos eran de casas y oficinas y edificios y apartamentos y negocios que habían pedido créditos que se les estaban encareciendo más de lo que pensaban. Las deudas se dispararon y no había con qué pagarlas. Y el sistema de crédito inmobiliario se desplomó. Se cayó. La construcción, que venía empujando el crecimiento de todo el país, se apagó. Al gobierno le tocó empezar a rescatar, con plata de todos, a esas entidades que se habían arriesgado tanto y que habían botado tanta plata. Incluso empezaron a poner impuestos dedicados  únicamente a rescatar a esos bancos. Unos impuestos que terminamos pagando todos: ¡un descaro! Lo grave fue cuando la crisis se extendió del sistema financiero y la construcción al resto de actividades económicas: el comercio, los servicios, la salud, la educación. Yo me quedé sin trabajo, porque la crisis llegó también a los medios de comunicación. Qué le vamos a hacer, así es la vida.

Yo estoy buscando opciones, porque no hay trabajo. ¿Vio las noticias? El desempleo está por encima del veinte por ciento. ¡La cifra más alta en más de las últimas décadas! La pobreza está aumentando. Y el nuevo presidente es un tipo de derechas muy pendejo que no sabe ni dónde está parado. La crisis no sólo es económica: también es política. Pero la peor parte siempre se la lleva la gente común, los que no tienen ni poder ni plata. Muchos aguantan, otros se van, pero hay quienes no pueden hacer ni lo uno ni lo otro. Me asusta pensar que están aumentando los suicidios, porque la gente está desesperada. No sé dónde vamos a parar si esto sigue así.

De pronto tocará ir a otra parte, ir a buscarse la vida a otro país. No me entusiasma la idea, porque implica empezar de nuevo. Vender los muebles, empacar maletas. Dejar la gente a la que uno quiere, y todo lo que uno ha construido alrededor en los últimos años. Es muy duro, pero yo creo que es la mejor solución.

De pronto España es una buena idea. Parece que les está yendo bien por allá, y la gente cuenta que hay trabajo. Y seguro que en esos países europeos hay más seguridad, y no dejan que los bancos se pongan a jugar con la plata de la gente. Esto de la crisis del Upac es una cosa muy seria, y es muy grave el impuesto ese del «dos por mil» que se inventaron para salvar a los mismos bancos que nos tienen  jodidos. Además, por allá tienen eso de la Unión Europea, y van dizque a sacar una moneda nueva que se va a llamar el euro y va a competir con el dólar. Los alemanes están impulsando eso: ¡ellos son serios y no se van a poner a jugar con la economía, como aquí!

Entre más lo pienso, más convencido estoy: me voy para España. Seguro que estando allá, en unos añitos puedo volver con la vida más organizada. Yo le deseo a todos mucha suerte aquí con los políticos ladrones, con los bancos corruptos, con toda esa incertidumbre en el
futuro. Allá la cosa será diferente: estoy seguro.

Bogotá, diciembre de 1999

 

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