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Por: Fabián Salazar Guerrero. PhD. Doctor en Teología. Asesor en Belleza Espiritual

En estos días en Colombia son tradicionales las salidas a elevar cometas. Al ver las cometas en el aire me es imposible no hacer comparaciones con lo que significaba estas jornadas en mi niñez. Las cometas de hoy, de variados colores y tamaños con diseños aerodinámicos y precios al gusto de consumidor, distan mucho de nuestras rústicas cometas de palitos, plástico y, en ocasiones, de papel periódico que elaborábamos en el patio de la casa.

Disfrutaba mucho viendo a mis tíos hacer sus cometas y salir a campo abierto en los potreros para elevarlas en medio de gritos de euforia y el “dele cuerda… dele cuerda…” que celebraba el arribo del viento. En mi inocencia, mientras corría, me parecía el máximo logro del ingenio humano. Sabíamos disfrutar de las cosas pequeñas y de las sonrisas de esos espacios de compartir familiar.

De la construcción de cometas, el momento decisivo era conseguir una buena cola, hecha de retazos de trapo, camisetas, calcetines (y hasta corbatas). Si la cola era muy pequeña daría vueltas sin control, si era muy pesada no se elevaba, si era muy débil se la llevaría el viento. No era importante la estética pues en realidad eran unas colas muy pero muy feas, lo importante era lo útil y que anclara la cometa en su vuelo.

Con los años, pude comprender que las cometas son una metáfora de la vida, ya que para poder volar se necesita de una buena estructura constituida por los valores que dan forma a la existencia; de un material que nos recubra y este material es el amor de la familia y los amigos. Una cuerda que son los sueños, metas y objetivos que nos llevarán lejos, y el viento que son las oportunidades y el trabajo dedicado para elevarnos en las alturas.

Volviendo a la cola de la cometa, es ésta el símbolo de la memoria y de las raíces, pues se puede volar con la cuerda que dé la vida; pero si no tiene la herencia de los ancestros y de la cultura, olvidaremos quien somos y comenzaremos a dar vueltas sin sentido. Esa cola puede tener nudos, remiendos, puede mezclar lo nuevo con lo viejo, lo bello con lo que no es tanto, pero siempre ayudará a sostenernos y nos permitirá elevarnos en busca de nuevos horizontes.

Finalmente, la cometa se eleva cuando existe una mano confiable que la sostiene, una mano llena de sabiduría para ayudarla a subir, una mano generosa para darle más cuerda y alegrarse de que alcance el horizonte, una mano amorosa que la espera, y llegado el momento, la devolverá junto a ella. Esa mano es la Divinidad.

Disfruten de estos recuerdos y ojalá puedan sacar un momento para elevar cometas al viento, invitando a los más pequeños de sus hogares.

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