Fabián Salazar Guerrero PhD. Doctor en Teología. Asesor en Belleza Espiritual.
Una de las alegrías de la existencia es danzar, dejar que el cuerpo se entregue al vaivén de la música y no sólo la externa sino la del corazón. Permitir que el ritmo nos guíe en ondas de movimientos ondulantes de bienestar y gozo, mientras el tiempo parece detenerse entre giros, saltos y revoloteos. En ocasiones es tan profunda la experiencia, que invita a cerrar los ojos y dejarse atrapar por hilos invisibles que nos mueven alegres, espontáneos y libres.
La creación misma es una hermosa danza donde todo se mueve. Desde las olas del océano, el viento en la montaña, las entrañas del volcán, hasta las alas de las mariposas, la caída de las hojas y los latidos internos. Entramos en comunión para sentir la melodía silenciosa de la armonía, el gozo de la felicidad profunda y la vibración de los maravillosos instrumentos de la vida.
La danza, muy posiblemente ha estado desde el inicio de la humanidad acompañando sus momentos más especiales, sean estos los nacimientos, las uniones de amor, los ritos de paso, los instantes previos a las batallas y las partidas finales. Su capacidad de curar, de entusiasmar, de comunicar emociones, la han hecho Sagrada en muchas culturas de profunda sensibilidad humana y divina. Danzar es también una forma de orar.
Cuánto bien haría en estos días la danza como una acción sanadora en medio de un mundo agitado, desubicado y enajenado por el odioso ruido, el vertiginoso estrés y el agotador cansancio de la tristeza. Que fantástico sería encontrar en la danza una alternativa a la violencia, al aislamiento y a las enfermedades del cuerpo, la mente y el alma.
Los danzantes profesionales merecen toda nuestra admiración por embellecer el mundo, los danzantes sagrados por ser canales místicos de amor, los danzantes populares por alegrar las fiestas y celebraciones, y así mismo merecen nuestro agradecimiento los danzantes de la vida cotidiana que enamoran, disfrutan y llenan de sabor la casas, las fiestas y los salones.
Atrévete entonces a danzar la existencia y mirar que cambios puede producir en ti. Las siguientes recomendaciones te podrían ayudar:
– Deja el miedo y la vergüenza y permítete flotar, fluir y gozar.
– Busca una música que te guste y si eres curioso busca entonces ritmos de otras partes del mundo y déjate sorprender.
– Aparta los juicios sobre ti y permite salir a tu niño interior para que disfrutes de la danza y el movimiento.
– Convierte actividades de tu vida cotidiana en pequeños momentos para bailar, eso te quitaré mucho de estrés.
– Invita a otros a danzar y juntos disfruten en espontaneidad, en inocencia y en dicha por estar vivos, por estar juntos y por estar presentes.
– Asiste a eventos de danza y regocíjate viendo a los artistas danzar con sus vestidos, sus colores, sus sonrisas y su energía para que te contagies de su entusiasmo y encanto.
– Cuando tengas una situación difícil en la que te sientes cansado, enfermo o triste, encuentra refugio en la danza y permite que el movimiento del cuerpo te ayude a mover tu mente y tu corazón.
– Y finalmente recuerda que una forma de meditación (y oración) activa es danzar, para esto selecciona una canción que te resuene espiritualmente, cierra los ojos y deja que tu ser se conecte con la divinidad dentro de ti. Deja que la danza se convierta en agradecimiento, en ternura, en compasión, en poder transformador y en libertad
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