Soy mamá de un niño de 2 años, se llama Cristóbal. Nada me preparó para afrontar los retos de la crianza. Jamás imaginé que fuera tan difícil. Es un ser humano que me observa como ningún otro, espera mis reacciones para él formar una opinión sobre la vida. De sus padres aprenderá lo que es seguro y lo que no, conocerá sus limites y también forjará sus alas. Es el reto de los retos, sin duda.
Creo que la crianza es tan difícil porque estos niños no son ningunos bobos. Es decir, puedes decirles todas las maravillas del mundo, pero ellos ven más allá de las palabras. Sería conveniente poder convencerlos y argumentar sobre los temas claves, pero ellos están presentes en tu cotidianidad y ponen atención: ven cómo te comportas, cómo eres contigo misma, cómo eres con los demás, cómo gestionas tu vida. Ese es el mensaje que les atraviesa el corazón, el que les habla más fuerte que todas las palabras juntas. Las palabras son importantes, pero ellos son testigos de tu vida, y las acciones construyen mensajes más fuertes. Si les dices una cosa, pero haces otra, ellos sentirán la incoherencia, y habrá unas consecuencias. Nosotros sentiremos también esta incoherencia, y generaremos culpas. Un padre con culpa, como he aprendido recientemente, es vulnerable de la calamidad de sobreproteger a su hijo.
Entonces pues, somos unos adultos que deben crecer a la par con sus hijos. No es fácil, porque traer hijos al mundo no nos hace automáticamente adultos maduros. Seguimos sintiéndonos inseguros, temperamentales, impacientes. Muchas veces no tenemos la capacidad de estar sintonizadas con las necesidades exactas de nuestros hijos, en el segundo en que las expresan. Esto se llama attunement, en inglés. Las teorías que hablan del attunement, también hablan de la reparación. Siempre existe la posibilidad de reparar. Afortunadamente, en la crianza, como en la vida, somos estudiantes; exploramos y creamos nuevos caminos, y siempre hay espacio para el error. Y en la crianza, como en la vida, para reparar, tenemos que crecer y adueñarnos de nuestras propias vidas. Esto quiere decir, si me lo preguntas a mí, comprometerse totalmente con nuestro crecimiento personal.
Para los padres, la belleza de nuestros hijos es transparente, quisiéramos que ellos se vieran como nosotros los vemos: hermosos, capaces, suficientes. Pero la verdad es que si queremos que este mensaje cale, debemos ir adentro, no afuera. La crianza no es algo que pasa exclusivamente para los niños, en donde los padres desde arriba observan, deciden y educan. Para criar, tenemos que enlodarnos también, de tú a tú. Es el proceso de ser una viva expresión de todo aquello que quisiéramos modelar para ellos. Por eso es tan difícil, porque cambiar a veces duele e incomoda, ellos son un duro espejo de nuestras falencias y queremos ignorarlo. Si queremos que aprendan el coraje, pongamos atención a la presencia viva del coraje, todos los días, en las circunstancia pequeñas, y también en las grandes. Como dice Rayya Elias, ex junkie, «si realmente buscas sentimiento, prueba la vida, según sus términos, ahí esta el filo».
Si queremos enseñar sobre amor propio, el primer lugar para mirar, es cómo nos tratamos a nosotras mismas. Si te paras frente al espejo y solo tienes críticas, un comportamiento típico de la mujer últimamente, ¿no será que las palabras sobre amor propio pierden toda credibilidad? Será un reto encontrar el amor propio en ti, dolerá, pero si eres victoriosa y hay alguien que te observa, en tu hogar habitará el amor propio y las palabras sobran.
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