Cuando extrañamos a alguien nos volvemos conspiradores y relacionamos las pequeñas cotidianidades con esa persona. Es una especie de paranoia de persecución que nos lleva a atar canciones y lugares a quienes despedimos de nuestras vidas.
Algo que daría tranquilidad es saber exactamente cuál es la mejor forma de extrañar. Una vez recibí un correo electrónico de una ex novia en el que confesaba que desde que terminamos no volvió a ir acompañada los miércoles al cine: “Voy sola porque era nuestro día. Así comienzo a extrañarte justo desde el momento en que el vendedor pregunta cuántas entradas necesito. Y cuando se sienta un desconocido en la silla al lado, me gusta imaginar que podría ser tú”.
No supe qué contestar, es el mejor ritual de nostalgia que me han descrito. Por lo general los dramáticos – a veces entro en el grupo-, nos llenamos de canciones, películas y fotografías para llorar como un bebé hambriento al que nadie comprende. Ojalá supiéramos extrañar de una forma saludable, pero nos acostumbramos a relacionar el pasado con la muerte de lo mejor de nosotros -aunque en algunos casos es así-.
Por eso hay gente que cuando termina una relación y comienza otra, sufre por un largo tiempo de alexitimia, que es la incapacidad de demostrar las emociones y expresar los sentimientos. Y esto hace daño a quienes están alrededor porque lo confunden con insensibilidad. Ignoran que no hay nada más expresivo que el miedo arrinconado al fondo del silencio.
Uno quisiera tener varias vidas para no renunciar a los lugares y personas que han marcado su historia. Yo nunca estoy tranquilo en una sola parte, me desespero si no visito a mis amigos en otras ciudades y a veces regreso a la universidad de donde me gradué, solo para sentir un ‘flashback’ a las etapas en que hubo un presente perfecto. Y por perfección me refiero a las buenas compañías que coinciden en un tiempo y espacio determinado, por eso al viajar no solo se disfruta de conocer nuevos lugares, también gozamos con la nostalgia de lo que dejamos atrás, pues alimenta de alguna forma lo bueno que sería regresar. Es una especie de esperanza en lo que fue, una proyección del futuro en el pasado. Nos convertimos en soldados que avanzan en el frente con la ilusión de volver sanos y salvos algún día a casa.
Volviendo al punto, cada cual adquiere distintas formas de echar de menos a alguien. Yo tengo la manía de extrañarte al mejor estilo de un superhéroe –cosas ridículas que solo el amor nos lleva a hacer-. Me gusta abrir WhatsApp y ver que estás ahí, “en línea”. Imagino que soy Spiderman en el pico de un edificio y te observo como a Mary Jane sin que lo sepas, sin involucrarme. Así te extraño en dosis de tres o cinco minutos por semana, y por más ridículo que suene: me gusta. Es mejor que andar llorando los domingos con canciones de Zoé.
Me gusta porque me cambia la idea de que extrañar es algo doloroso o sinónimo de que aun se ama a esa persona, cuando no siempre tiene que ser así. Extrañar también puede ser sinónimo de dar el valor que se merece a algo que ya paso sin que signifique que queramos volver a eso.
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Pensé que era el único que hacia lo del whatsapp, jaja
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Muy cierto!
Es difícil aprender a extrañar de manera sana, quizá sea un duelo más de la vida como la muerte, por ejemplo… algo inevitable; sin embargo se sobrevive.
Por ejemplo yo escribo un libro llamado historias inverosímiles, me preocupa el día en que pueda terminarlo, porque no sé cuando deje de extrañarle (para ser sincera quiero que sea pronto).
y gracias! me has inspirado un capítulo llamado Ritual de Nostalgia.
Saludos.
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