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Hay gente que un día despierta, prepara el desayuno y luego decide renunciar a todo y resetear su vida. Para eso hay que tener coraje. Se trata de personas comunes y corrientes que se hartan de sí mismas. Yo los considero héroes y los admiro en silencio en las redes sociales. Valientes.

Mi amiga de la universidad se separó después de ocho años de casada. Tenía un hijo, un esposo que la adoraba y un hogar perfecto. Un apartamento de lujo, dos carros y un par de bicicletas junto con otras cosas lindas que están de moda. Pero se cansó y se fue. En menos de un mes hizo los papeles del divorcio y echó al aire la última década de su vida. No sé qué sucedió, solo me mamé de todo un día, dice.

En el fondo la entiendo. Para crecer hay que soltar. Pero esas cosas dan miedo. Yo estoy lleno de inseguridades, soy de esos que sienten pánico a la hora de cambiar de peluquero, comprar un celular de otra marca o viajar por una aerolínea distinta. Pienso que todo va a salir mal, que no debo retar al destino y que si las cosas están bien así no tengo porqué alterar el orden. Hasta imagino que se puede caer el avión por mis caprichos.

Tengo muchos conocidos como mi amiga que de un momento a otro cambiaron de profesión, renunciaron a sus trabajos o se fueron a vivir a otro país. Así, sin más ni más. Como si mientras durmieran hubiesen tenido una revelación divina diciéndoles que marchaban por el camino equivocado. Y está bien hacerlo, mucha gente se muere a los 80 años sin vivir cinco minutos de esa vida que soñaban en la niñez y esas cosas lastiman.

No niego que todo esto me llena de cierta envidia con quienes postean en Facebook e Instagram diciendo que encontraron el camino de la luz y la prosperidad. No sé si estén engañando al mundo pero todas esas fotos hablando del secreto para ser felices o de lo poderosas que son sus mentes me confunden. Todo luce tan fácil que a veces me dan ganas de llorar porque estoy acostumbrado a complicarme la vida y entonces vienen los ataques de angustia.

Por eso hay mañanas en las que mientras uno se ducha comienza a pensar en renunciar al trabajo y viajar por todo el mundo o ser un coach de felicidad y facturar en una hora lo que hace en un mes sentado en la oficina. A veces pienso en ser comediante o jugador profesional de ajedrez. También me imagino haciendo porno o estudiando otra carrera, algo relacionado con el medio ambiente que me haga sentir que estoy salvando al mundo o alguien. Así conseguiría algo de paz interior, que es lo que necesitamos.

Suena bien: liberarnos y salvar a alguien. Aunque sería mejor salvarnos a nosotros mismos.

 

Jorge Jiménez

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