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La verdad es que soy un perezoso y lo que menos busco es complicarme la vida. Por eso vivo en Bucaramanga, que era hasta hace unos años un buen vividero porque todo quedaba cerca, no hacía calor y se podían encontrar hamburguesas a precios decentes -no como ahora que hicieron de la comida chatarra una cuestión de lujo-.  El caso es que poco a poco el tráfico de la ciudad ha comenzado a colapsar y eso despierta nuestro lado más oscuro y violento. Tenemos que estar listos para lo que viene.

No sé qué sucede, pero aquí en lugar de parecernos a Medellín nos acercamos cada vez más a Bogotá. Implementaron un sistema de transporte masivo, construyeron intercambiadores, ampliaron las autopistas y levantaron puentes con luces, venta de helados y hasta una llama para la foto turística, pero el trancón sigue igual. El otro día gasté 30 minutos recorriendo cuatro cuadras en el centro de la ciudad y hay días en los que se necesita una hora para ir de Cabecera a Cañaveral, que no son más de 6 kilómetros. No hay que hacer un estudio con Datexco para saber que algo anda mal. Venimos cagándola hace años.

Hay situaciones de Bucaramanga que comienzan a deprimirme. Yo, que sufro de nostalgia excesiva, comparo todo lo que está jodido con lo bueno que era antes. Es una cuestión personal, no lo hago solo con las relaciones sino con los centros comerciales, la música, los bares, las discotecas… Voy por ahí mirando con angustia todo lo que se transforma. Acá me sucede con las casas que están tumbando en los barrios residenciales para montar edificios de 20 pisos. Quizá uno le tiene miedo al cambio, pero esto también ha hecho que el tráfico se joda en calles en las que se podía trotar sin tragar tanto humo.

Estar en un trancón es aburrido. Es harto. Todo lo que indique perder el tiempo afecta la razón. Los bancos, las salas de abordaje o las colas para comprar la comida en el cine nos llevan a enfrentarnos en silencio con nosotros mismos y a nadie le gusta eso. Además, no solo se trata de llegar tarde a casa o a algún otro lugar, es también aguantar al colombiano que cree que pitando y gritando las cosas van a solucionarse. Lo único peor que los problemas de Colombia es cómo reaccionamos los colombianos a ellos. Es triste, pero cuando estamos jodidos nos esmeramos para tocar fondo.

Algunos pueden decir que lo mejor para la espera es escuchar música, leer un libro o reflexionar, pero nada de eso me hace bien metido en la 27 avanzando a cuatro kilómetros por hora: la vida es muy corta como para gastarla en un trancón en un pueblo como Bucaramanga. Sé que hay que dejar el afán, el estrés y disfrutar del momento, pero de pronto el amor de mi vida me espera al otro lado de la autopista y en lo único que pienso es en llegar a verla. Aunque a veces solo quiero cogerme a la demente del carro de atrás que comienza a pitar cada vez que la fila avanza medio metro. A ver si nos calmamos todos.

 

Jorge Jiménez

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