Las sábanas se retorcían una y otra vez, el colchón que estaba recién reparado daba pequeños tumbos al ritmo de las personas que sobre él vibraban de placer. Era una habitación amplia, iluminada por los rayos del sol que alcanzaban a perforar la tela gruesa de una cortina. En frente, una cama doble de un color negro opaco, una mesa de noche, una cómoda barnizada a la que le hacía falta una pata, pero por obra de la divina providencia y de la virgen María que estaba sobre ella, se mantenía en pie.
Al fondo se escuchaba el tronar de un equipo de sonido que siempre estaría prendido para apaciguar los pensamientos de Gabriel, mientras le hacía el amor a la que sería la mujer de su vida por esa noche.
Subía por su espalda en un camino de besos como si estuviese ascendiendo el monte Everest, al llegar a su cuello le daba un pequeño mordisco que la hacía jadear, sus manos estaban siempre al roce, inquietas como quien acaba de descubrir un tesoro, sintiendo brevemente su vientre hasta llegar a sus senos que se mantenían de pie y se erizaban al sentir su mano. La tomaba de su cuello y mientras le daba un beso en la oreja entraba a su cuerpo al ritmo de la música, como si el mañana no existiera, como si el pasado se hubiese borrado. Se fundían en un baile sincronizado en donde los 40 grados del licor empañaba los vidrios de la fría habitación. Se unían hasta caer en un profundo sueño, en donde sus brazos y sus piernas hacían un lazo que los juntaría eternamente por una noche. Se habían despedido de un beso, jurando no volverse a ver.
El timbre sonaba tan fuerte que podía despertar a toda la cuadra. Él, que no bajaba sin ponerse su abrigo negro que daba a la altura de sus rodillas, la esperaba con ansias, pero al bajar y abrir la puerta se dio cuenta que no era ella y en su lugar un par de niños ofreciendo incienso y bolsas negras de basura aparecían frente a sus ojos.
-No, gracias.- y cerró la puerta.
Eran las 12 del medio día de un domingo, las campanas de la iglesia ya sonaban para la aclamada misa y en su whastsapp aparecía Teresa en línea.
La noche anterior tenía unas cuantas cervezas, unas copas de vino y una mezcla de Coca-cola y brandy en la cabeza. Teresa, que se sentía plenamente en confianza, bebía con la certeza de terminarse toda una botella. Era tarde y dos amigos que hasta el momento no se habían atraído entraron al sopor del licor, justo en el punto del no retorno, ahí cuando los pies comienzan a estar inquietos y la cintura y los hombros se mueven al compás de la música, donde la pupila se dilata y el corazón se agita, el resto ya ustedes lo saben.
Era su primera vez, no con una mujer, era la primera vez que sentía que estaba con una mujer y lo que debió haber quedado en una noche de tragos, trascendió para Gabriel y aunque la había mirado a los ojos, que no eran comparables con nada que existiese en el universo, había jurado, que no la volvería a buscar, sin embargo, daba rondas cerca a su casa, la husmeaba constantemente en su instagram y su perfil de whatsapp se ponía en línea con la frecuencia que palpita un corazón enamorado.
Dejaba girasoles y canastas de frutas en la portería de su edificio y aunque sus manos sudaban y temblaban de miedo al imaginarse que sus detalles los entregarán a la persona que no era, se repetía una y otra vez: Calma que lo rico es eso, sentir el miedo.
Gabriel entendía que cada cosa que hiciera con su corazón traería consecuencias para él y todo el universo. Sin embargo, no tenía idea de lo que estaba pasando por la mente de la mujer que le había cambiado la forma de ver cómo nacía el amor, de sentir el roce de la piel. No estaba obsesionado, estaba anonadado, sorprendido con tanta belleza junta y le costaba entender cómo una amistad que pudo dar frutos se había ido por la borda.
Pasaban los días, el sol salía y se volvía a esconder sin ningún reparo, sin ningún cargo de conciencia. El timbre volvía a sonar cada domingo a las 12 del mediodía, las campanas de la iglesia retumbaban invitando a la comunidad a elevar su alma hacia al santísimo. Mientras tanto, Gabriel con osadía se sentaba en su cama con el computador en sus piernas, dispuesto a romper su promesa y escribirle lo que sentía y con los dones que no tenía de poeta, le escribió lo siguiente:
Reconozco que la vista me falla,
pero me falla más el corazón cuando te veo en todas partes.
No se cómo describir lo que siento,
tampoco lo que quiero.
Sin embargo no concuerdo
con la idea de abandonarnos en el desierto.
Cómo te despides con un beso
cuando en el fondo sabes que no fue solo eso
cómo te despides de un abrazo
y te subes a un taxi
rogando al universo
que lo que pasó sea solo de un rato.
Quizá no valga yo la pena
pero nada me ayudará
a huir de esta condena
de sentir que solo fui una luna llena.
Gabriel…
Y justo antes de presionar la tecla enviar, el timbre sonó y él, que ya no esperaba saber quién timbraba, se asomó por la ventana y vio sus ojos asomarse. Bajó las escaleras y al introducir la llave en la cerradura sonó tan fuerte el candado que despertó a todos los vecinos…
@1albarracin
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