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El tiempoAntes de pensar en pagar horas extras es sustancial pensar en educar al trabajador, porque en Colombia los trabajadores son perezosos y no son proactivos. Los colombianos en el exterior nos hemos ganado la fama de ser buenos obreros, eso gracias a todos los compatriotas que escapan de esta tierra fértil y bondadosa, buscando mejores oportunidades, mejores sueldos, buscando plata. En ese camino de aventuras se le miden a lo que sea. En Argentina, por ejemplo,  los jóvenes colombianos son meseros, encargados de quioscos y ayudantes de cocina, además de intermediarios en el cambio de dólares y unos cuantos que se dedican a la vida delictiva. El panorama no cambia en España ni en Canadá o Los Estados Unidos, aunque en los dos últimos países el número de colombianos que se dedican a la construcción y a oficios ligados con la mano de obra básica, que no exige mayor preparación académica ni experiencia ni referencias, representan un número significativo. Que el colombiano se le mida a lo que sea, trabaje como burro largas jornadas y lo haga por unos cuantos dólares, no quiere decir que sea un buen empleado. Y no lo es porque el colombiano trabaja obligado, no por gusto, no por placer, no por satisfacción personal, lastimosamente el colombiano trabaja porque le toca.

Las metas de mis compatriotas son tan pobres como sus mentes. En Colombia las personas honradas y trabajadoras se entregan al horario laboral durante toda la vida con la única meta de lograr al final del largo camino, la casita propia, el carrito propio y la pensioncita. Si estos tres logros están chuleados, se dan por bien servidos y viven sus vejez en tranquilidad. Los que no están dispuestos a caminar por ese largo trecho de la vida laboral, delinquen pero con el mismo objetivo, dicen permanecer en la vida fácil hasta que le compren una casita a la mamá, hasta que logren capitalizar un ahorro o hasta que resulten presos o muertos en el intento. También hay colombianos emprendedores, que se alejan de las filas laborales de las grandes empresas y se avientan al mundo del empresariado, instalando restaurantes, bares, venta de minutos o ‘putiaderos’. Todos ellos con una esperanza que alimentan al caer la noche, comprando la lotería o haciendo el chance en las esquinas. Esta es una ilusión más que acompaña los días de los colombianos; ganarse la lotería. Que cuento de trabajar, que cuento ese de exigirle la cabeza esfuerzos colosales para innovar, si resulta mucho más fácil y esperanzador comprar la suerte impresa en un billete de lotería, y entregarle todos los sueños al azar. Y si se ganan el premio gordo todos ya tienen claro lo que van a comprar y lo que a hacer. Por supuesto comprarán, la casita, el carrito y montarán el restaurantico. Con esta mentalidad no hay político, ni Dios, ni chaman que logre sacar adelante este país.

En Colombia lo que hay son obreros. Un raudal de personas que les cuesta madrugar, que odian los lunes porque ese día representa volver a la rutina laboral, rutina que les da para comer lentejas con arroz y para andar en bus. A los colombianos les gusta mucho los días festivos, les encanta cuando en la oficina el trabajo es débil y pasan el día esperando con devoción la hora de salir a la calle y volver a su casas a dormir, no sin antes ver la novela más taquillera. Uno de los tantos problemas en Colombia es la forma como los colombianos pensamos, actuamos y vivimos. No se les puede pedir mucho a personas que trabajan netamente por el dinero, y que rinden proporcionalmente a lo que ganan.

Se necesita formar y perfilar a los trabajadores colombianos desde los primeros años del bachillerato. Es importante que las nuevas generaciones, por lo menos gran parte de ellas, vean en la innovación, la tecnología y la creación de empresas, posibilidades reales a la hora de decidir que quieren ser cuando ya sean grandes. Unos cuantos que se dediquen a darle patadas a las pelotas, eso está muy bien para los que disfrutan del futbol, otros tantos deberán seguir en la mano de obra básica, sin duda son necesarios, pero el porcentaje de colombianos que se dediquen a innovar, a desarrollar nuevas tecnologías y a crear empresas debe ser significativo.

Mientras eso no cambie, y en los colegios nos sigan enseñando los colores, el ave maría y a llevar la camisa siempre dentro del pantalón, este país seguirá siendo lo que ha sido desde que nuestra historia comenzó a escribirse.

No puede seguir siendo relevante en la educación colegial la manera de llevar el pelo, o la forma como se combinan los colores a la hora de escribir en los cuadernos, ni las márgenes ni las venias a los profesores. La educación debe cambiar, debe ser progresista y debe visionar empresarios, inventores, médicos especializados, cantantes, actores, artistas, modelos, futbolistas, desarrolladores de nuevas tecnologías.

La educación debe cambiar radicalmente.

 

Giovanni Acevedo

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