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@Climateate

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Son muchos los investigadores y profesionales que adjudican el término “cambio ambiental” a lo que está sucediendo actualmente en nuestro mundo: aumentos de la temperatura, eventos meteorológicos extremos, pérdidas agrícolas, destrucción de hábitats, pérdida de biodiversidad, entre otros. Y es que si nos ponemos a reflexionar en toda la supra-relación que poseen los problemas socio-ambientales, llegaremos a la conclusión que, para resolverlos necesitamos un cambio global de actitudes, aptitudes, conocimientos y paradigmas.

No se puede ser indiferente al tema del cambio climático, pero tampoco al resto de los temas que están íntimamente relacionados a él como la fósil-dependencia o la tala de árboles en el Amazonas, (inclusive temas que parecen tan remotos como epidemias o hambrunas, que a la final se relacionan entre si mucho más de lo que uno cree).

Hace días leía una entrevista a un reconocido meteorólogo argentino, quien estuvo por casi 15 años trabajando en la OMM (Organización Meteorológica Mundial) y el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), y en la misma el manifestaba que como la naturaleza no era respetada,  debía ser vista y tratada como un sujeto de derecho para que de esta forma, se comenzará a respetar.

Pero, muy particularmente pienso que si somos realmente honestos con nosotros mismos y con la sociedad que conformamos, no necesitamos un policía al lado que nos diga que hacer o no. Estamos atentando contra la vida al seguir promocionando y ejecutando acciones que son ambientalmente insostenibles (y que a la larga serán también económicamente inviables).

He aquí cuando entra en juego una palabra que cambiaría el rumbo de toda esta historia: ética. Este movimiento se inicia en la Universidad de Oxford y básicamente denuncia que si uno realiza una acción sabiendo que perjudicará a otras personas (en este caso a las generaciones futuras), uno debería parar.

Pero, ¿Por qué no lo hacemos?. ¿Por qué no frenamos si sabemos que vamos mal?. Buscar respuesta a esto, para mí es frenéticamente imposible, sin embargo mi confianza se incrementa al compartir y conocer maravillosas experiencias comunitarias, juveniles y hasta políticas  que incentivan la reducción de emisiones y generan accesibilidad para financiar proyectos de energías limpias, promueven conciencia y educación en la población y desarrollan ideas sostenibles para lograr un “mundo más verde y equilibrado”.

Desde hace mucho tiempo he compartido el criterio de que el cambio ambiental global es un desafío ético, más que científico y por ende, un cambio de hábitos y una modificación en las costumbres humanas, basadas en políticas sociales y económicas, serán las bases fundamentales para que el planeta pueda enfrentar esta crisis de la cual solo hemos podido comprobar hasta ahora la punta del iceberg.

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