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17 de abril de 2014

Lo mató la granizada de la noche anterior.

Había sobrevivido a la hospitalización una semana atrás, acaso gracias a los fuertes calores registrados, pero el frente frío número 50, lanzado como un vaho desde del Golfo-Monstruo de México, enfrió de nuevo la ciudad, ocasionó lluvias y hasta una fuerte granizada cuyo humedad helada penetró los resquicios de su casa en la colonia Paseos del Pedregal entrando a su cuarto, desordenando su biblioteca, perjudicando sus pulmones para siempre.

A nosotros nos sorprendió a medianoche. Veníamos rodando desde Guadalajara –donde Dianis había tomado un avión a Chicago– cuando un embotellamiento cortazariano de más de diez kilómetros nos detuvo sobre la llanura lunar de Toluca, cerca a la sierra de las Cruces, a punto de bajar por Santa Fe. Pasamos la madrugada al lado de un camión de Bimbo, mientras las grúas removían la nieve allá en la sierra.

Acaso lo mató también el efecto del eclipse lunar: esa luz rojiza sin vida, luz secundaria, reflejo de un mundo muerto. Mi aplicación astronómica me notificó que un día como hoy, en 1967, se lanzó el Surveyor 3 con el fin de estudiar la superficie lunar. Ese mismo día de ese mismo año se encuadernaban en Buenos Aires los primeros ejemplares de Cien años de soledad.

Lo mató, según dicen, un largo cáncer linfático. La imagen de que fumaba como un murciélago la dibujó Vargas Llosa en Historia de un deicidio (1971), ese estudio insuperable sobre la saga de Macondo. A mí la metáfora me es muy familiar: de niño, los muchachos de mi barrio Los Colores en Medellín, le ponían cigarrillos en la boca a los murciélagos que se estrellaban contra el borde la piscina, y el quiróptero fumaba y fumaba como un anciano poseso. A otra gente se le hace inverosímil: ¿un murciélago fumando? ¿Cosas de realismo mágico? Unamuno, en Amor y pedagogía, también se acordaba cuando de niño vio a otros niños coger un murciélago, clavarlo a la pared por las alas y hacerlo fumar, «y cómo se gozaban con ello».

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Lo cierto es que en varias fotografías aparece con cajetillas de Marlboro rojo sobre su escritorio de periodista – aunque dudo que él haya sido periodista en el sentido neto del término: fue un escritor, siempre, desde sus columnas de juventud para el diario El Universal de Cartagena nunca escribió como periodista, de manera informal o impersonal, sin estilo, sino todo lo contrario; lo de periodista se lo inventó astutamente: no de otra forma los periodistas lo celebrarían; lo mismo su ideología política –que no se advierte en sus novelas–; lo mismo quizás su amistad con Fidel Castro, de quien dudo haya sido su «gran amigo».

Quizás ha evolucionado o cambiado mi visión política del mundo, la inculcada  por mi papá de los 60’s que de niño me leía Cien años de soledad, pero nunca mi admiración por tres o cuatro de sus sus obras imprescindibles:  1) El coronel no tiene quien le escriba. 2) Cien años; 3) el cuento «El último viaje del buque fantasma», y 4) algunas páginas de El otoño del patriarca, el comienzo de Crónica de una muerte anunciada y la descripción del río Magdalena en El amor en los tiempos del cólera.

Hubo un tiempo, por allá en la adolescencia, en que devoraba todo lo que saliera de García Márquez. No era difícil: en 1997 los medios colombianos se volcaron a celebrar los treinta años de Cien años de soledad y sus setenta años de vida; y en 1999 otro tanto hicieron al considerarlo el colombiano del siglo. La celebración a nuestro Patriarca Literario era frecuente desde 1982…

Me pregunto cuántos no quisieron seguir el camino de la literatura para alcanzar semejante fama…

Pero los caminos del Señor son inescrutables.

Coda:

Es posible que criticar la obra de García Márquez provoque algún malestar al mundo intelectual latinoamericano. Yo sospecho que la obra de este escritor está sobrevalorada, mitificada.
Cuando mitificamos algo, ponemos entre ello y nuestra intimidad una pared de concreto. Impedimos la crítica. Todo en el universo vive en conexión. La inconexión es el aniquilamiento. Aísla y desliga, atomiza el orbe y pulveriza la individualidad.
Yo desconfío de la mistificación -tanto más de la admiración- hacia García Márquez cuando no veo un esfuerzo en comprender lo que representa su vivencia en México y su silencio al respecto.
Exceptuando periodos en Barcelona, La Habana, Cartagena y Bogotá y quién sabe en qué otro lugar más, desde 1962 hasta abril de 2014, cuando murió, básicamente García Márquez residió en Ciudad de México. Sin embargo, no dejó una novela, un cuento, un ensayo, un artículo en donde nos ofreciera su visión de México. ¿Por qué? La respuesta es materia para otro ensayo.

@motivodepineda

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