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“Dame una vida sana”, es lo que posiblemente tu cuerpo, tu mente y tu alma te están queriendo decir de distintas maneras; manifestándose quizás con síntomas, alergias, dolores y molestias físicas que permanentemente te invitan a frenar el curso de tu agitada vida para que te sientes a sanar definitivamente, y no seguir curando.

Tu puedes pensar que curas con pastillas tu migraña, tu colon inflamado o esa gripa que te repite una y otra vez.

Podrás ir las veces que sea a los especialistas en desordenes emocionales para que te traten la depresión y te mediquen para poder dormir.

Pero te anuncio que nunca te sanarás hasta que no empieces por tu alma; y eso seguirá siendo así, hasta que aprendas a sanar desde adentro; a neutralizar el estrés, equilibrar tu vida y lograr un balance en tus áreas espiritual, física, profesional y personal.

No te pases toda tu preciada vida engañando a tu cuerpo y a tu mente, curándolos temporalmente de sus dolencias. Sánalos de una vez por todas para que puedas disfrutarla en estado de felicidad.

¿Qué cuál es la diferencia entre sanar y curar?

Te lo voy a explicar: Curar es lo que hacen los médicos, sanar es lo que haces tú.

Sí. Recurres a la ciencia, luego de haberte puesto unos pañitos de agua tibia, tomado unas aguas aromáticas y haberlo intentado con medicinas de farmacia de barrio. Vas a la clínica cuando ya tienes fiebre o el dolor físico es insoportable.

Vas a que te curen con una máscara de oxígeno que te abrirá los bronquios y saldrás caminando cojo con una inyección de “benzetacil” (antibiótico) porque ya el “voltaren” (analgésico) no te produce efecto.

Piensas que si estás en casa por tres días hidratándote y dejando que te pase el virus te habrás curado.

Deseas que te cures pronto para volver a la normalidad e introducirte de nuevo en el caos de un mundo que te acorrala, te exige y te presiona.

Entonces pasas tu vida viendo como la materia física se marchita y se colma de dolencias y aflicciones que vas “curando” con la ayuda de la ciencia; llenando tu cuerpo de químicos y fármacos sobre los cuales creas todo tipo de expectativas y dependencias acusando tu alivio a sus efectos.

Dices en voz alta en primera persona: “Gracias a Dios me curé”.

Pero nunca se te pasa por la mente decir la palabra mágica: “Dios, ven y me sanas”.

Es que SANAR en cambio, es limpiar esa parte de ti que ha sufrido un trastorno y necesita restaurar su condición natural.  Y eso no lo hace la ciencia.

Te repito, eso lo haces tú y solo tú. Inicialmente con la ayuda de un maestro de vida, pero no con doctores.

Debes ir hacia lo mas profundo de tu ser para encontrar ese punto de quiebre que fracturó tu vida y se incrustó en tu subconsciente y que poco a poco te vuelve inconsciente de una verdad del pasado que te aterra confrontar en el presente.

Allí, a ese lugar, con esa persona, en ese momento cuando te rechazaron, te engañaron, te ofendieron, te maltrataron, te abandonaron, se burlaron de ti. Allí cuando experimentaste el dolor, sufriste por una injusticia de la vida o una frustración causó un impacto en tu etapa de crecimiento.

Visita con humildad las malas decisiones que te llevaron a convivir con el exceso y a cometer una y otra vez el mismo error durante años.

No temas ir al interior de tu ser. No viajes con temor o miedo a ese momento de dolor, de angustia o de pena que marcó tu vida y hoy quiere que le prestes atención. Que le sanes.

Viaja con amor; con la dulzura e inocencia de tu niño interior. Ve con alegría, porque te recuerdo que allá adentro de ti, es donde está esa fuente de amor llamada Dios. Ese que puede pasar su mano (la misma tuya) para SANAR ese episodio de tu vida.

Cuando Dios toca a una persona caída en lo más profundo del fango y la rescata de las tinieblas del oscuro mundo de la maldad o del vicio, quiere decir que le ha sanado. Pero para que esto ocurra, ha debido se la persona misma quien haya viajado a lo más profundo de su ser para provocar el milagro.

Hazlo; pero lleva contigo a esa experiencia una palabra que no te gusta; lleva el perdón.

No te alarmes, ni salgas espantado.

Perdonar no es esforzarse por olvidar, negar la ofensa y dejar que el tiempo borre el dolor, apartar de tu vida a quien te agredió e ignorar lo que pasó. Perdonar es algo mas profundo; Es cancelar la deuda pendiente, liberar a la persona, tener compasión, tomar las decisiones como acto de voluntad y ser como ese hijo de Dios que desde la cruz le pidió al Padre el perdón para sus verdugos.

Perdonar produce liberación y paz. Esto hace que Dios perdone y sane a las dos partes.

Es así como sanas una herida y eliminas de tu vida esos visitantes molestos de tu mente y de tu cuerpo.

La primera forma de comenzar a comprender qué hay detrás este gran regalo de Dios, es procurar empezar por SANAR nuestros hábitos de vida y con ello purificar nuestros pensamientos.

Alimentar nuestra mente con deseos positivos y anhelos sanos, libres de cualquier contaminación egocéntrica. Allí, en una mente rica en sabiduría y enriquecimiento espiritual, se cultivan ideas edificantes y constructivas.

Todo ello conduce a desarrollar motivaciones que conllevan a la felicidad.

Y en esa persona donde habita la paz y reina la armonía como forma de vida, hay liberación de serotonina para su cerebro.

La serotonina es la hormona de la felicidad. Cuando se produce por la alegría constante y la satisfacción del bienestar de vida, aparece la alegría, la serenidad, el gozo, la sabiduría, la creatividad y las sonrisas.

Con todo ello, se multiplican las células de defensa y se fortalece el sistema inmunológico.

Procura llevar una vida sana, mas que santa y entrena tu alma para que sane tu cuerpo.

Recuerda que la sanación es como tener la oportunidad de volver a empezar un juego se va perdiendo.

Conéctate con tu Yo interior y dile a Dios que ahora vives sanamente.

 

Juan Manuel Correal

Hakuna Matata

Twitter: @juanpapuchis

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