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Libros ilegales

Seguramente todos tenemos libros ilegales entre las repisas de nuestra biblioteca personal. Yo tengo el Libro del cielo y del infierno, una recopilación por Borges y Bioy Casares que contiene textos de Swedenborg, de Víctor Hugo, anónimos, de Bertrand Russell, de Voltaire o de Virgilio, entre otros, que hablan del Cielo y el Infierno desde variados puntos de vista.

Los libros ilegales

También tengo, en fotocopias, Juego de niños y otros ensayos, el libro de Robert Louis Stevenson. Después de leer Apología al ocio, por recomendación de alguien, seguí con los demás textos del libro y no me detuve hasta que los leí todos. Entre otros, Stevenson aborda las caminatas, la muerte, los amigos, los libros, la pereza o los niños como tema central en cada uno de sus ensayos. Llama la atención cada uno de éstos; pero recomiendo una potente reflexión en torno al tema de la muerte que tiene por título Aes Triplex y que está en ese libro.

También tengo la Carta al padre, de Franz Kafka. Es un relato en primera persona donde, a manera de carta, un hijo le reprocha a su padre un resto de cosas. No la terminé de leer, lo confieso, porque por entonces estaba devorando todo lo que encontraba de Cortázar y alguien se tomó la molestia de fotocopiar Un tal Lucas y Bestiario, empastarlos y regalármelos. También tengo Caja negra, de Álvaro Bisama. Nunca me reí tanto leyendo un libro. Es un libro raro, al principio provee confianza y uno se ríe con él, después el libro se ríe de uno. Es pasar de la risa a la preocupación y el estrés.

Otros libros llegan a uno de una manera menos misteriosa, uno los compra porque le han dicho “lea esta novela de Murakami”, “esta de Palahniuk” (esa platica se perdió), “o esta otra de Welsh”

Nada más qué días un amigo me prestó, en fotocopias, empastado, bien bonito, La rata de Andrzej Zaniewski, una narración en primera persona donde el personaje protagonista —que de cierto modo es uno, el lector— es una rata, así que ahora caminamos por caños y tuberías; nos reproducimos con nuestra madre, matamos a nuestro padre y, entre otras aventuras, devoramos hambrientos a nuestros hijos rosados.

Y tengo otros, las Iluminaciones de Rimbaud (pero en español); Cartas a un joven novelista, de Vargas LLosa; una biografía de Albert Einstein o La cárcel, de Jesús Zárate Moreno.

No hay como leer lo que se dice libros, eso está claro; por eso pienso que uno le saca copia a un libro cuando éste (en Bucaramanga) es difícil de conseguir. Varios de los que he nombrado aquí han sido prestados de la Biblioteca Luis Ángel Arango y reproducidos ilegalmente.

Uno tampoco le saca copia a un Ulises, a un Rayuela o a un Madame Bovary. Es mejor fotocopiar los libros cortos, un Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers o un Metamorfosis. Pero el de Kafka se consigue barato y original en cualquier librería de segunda. La ventaja de un libro en fotocopias es que uno lo puede rayar, hacer marcas y doblar las hojas sin remordimiento. Porque a los otros uno los cuida mucho.

En Twitter @Vuelodeverdad

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