Se acerca época de elecciones y como siempre entre los votantes sale a relucir el siguiente comentario: “el problema de este país es que la gente no sabe elegir, que vende su voto por un tamal”.
A esto es a lo que se conoce popularmente como la teoría del tamal y enuncia que: sin importar su índole, a todo cargo de elección popular siempre se presentan dos candidatos, uno bueno y el otro malo, y el malo siempre regala tamal. No importa que el bueno tenga excelentes propuestas, y que vaya a salvar el país, tampoco que el malo lo vaya a terminar de hundir, el votante siempre elige al que regala tamal. El haber tomado este atajo culinario y ofrecido tamal a sus electores es lo que en últimas determina su triunfo y lo lleva a ganar las elecciones. Y esto es lo que tiene al país jodido.
Según los defensores de esta tesis, nuestro subdesarrollo no obedece a causas históricas, económicas, políticas, sociales, tampoco está ligado a la falta de infraestructura, ni al lugar que como nación ocupamos en el mundo, sino a un asunto netamente culinario, la culpa es del tamal.
Nuestros problemas como nación se reducen al gusto desmedido que sentimos por esa masa de harina de maíz envuelta en hoja de plátano y rellena con tocino y gallina, ella ha sido la responsable de todas nuestras desgracias, de nuestro atraso. Por su culpa es que estamos como estamos, que nuestro desarrollo ha sido truncado, y que como nación no hemos podido despuntar.
Del lado contrario estamos los escépticos, los que tras décadas de estar esperando el tan anhelado cambio, perdimos toda esperanza. Los que suponemos que elija a quien se elija las cosas van a seguir igual. Desde que tengo uso de razón escuchando que este candidato sí va a arreglar las cosas, sí va a cumplir sus promesas, ¿qué me hace pensar que esta vez sí va a ser cierto?, absolutamente nada.
Escépticos a los que nos surgen algunos interrogantes respecto a esta teoría: ¿Tan trascendental ha sido el tamal en nuestra democracia? ¿Cuántos tamales son suficientes para doblegar la voluntad de un votante?, ¿es necesario que lleve tocino? En el caso de que, para saciar nuestro apetito democrático, ambos ofrezcan tamal, ¿cómo hace uno para saber cuál es el candidato bueno y cuál el malo? ¿Por qué tamal y no otra cosa? ¿La masa, la zanahoria, la arveja, cuál es el ingrediente que nubla la conciencia democrática, doblega el raciocinio electoral y nos lleva a tomar la decisión errada?
Y que incluso acusamos las falencias de un sistema político a su propia esencia y atribuimos la falta de buenos gobernantes a lo deplorable de la condición humana. No importa su origen ni si sus intenciones primeras son buenas, cuando un alguien llega al poder se corrompe. Ningún político busca el beneficio de su pueblo sino llegar al poder. Poder elegir y cambiar cada 4 años de gobernante no representa ningún avance ni cambio significativo, optar por uno u otro candidato no marca la diferencia.
La “tamal theory” desestima estas apreciaciones, las califican de antidemocráticas y absurdas. Ellos opinan todo lo contrario y sus esperanzas de cambio siguen intactas. “Esto sí puede mejorar”, “sí hay buenos candidatos”, y aún están a la espera de un salvador – la teoría del tamal está ligada a la de “toda nación necesita un salvador”, algo así como un mesías- pero su llegada ha sido dilatada por nuestra culpa, por elegir siempre guiados por la barriga. “Somos nosotros mismos los que, por garosos, nos hemos privado de unos excelentes gobernantes”. “Si en cada una de las anteriores elecciones hubiéramos elegido al otro y no al candidato del tamal, este país sería poco menos que un largo y caudaloso río de leche y miel, así de simple”.
Ninguna teoría puede ser descartada ni avalada sin antes haber sido llevada a la práctica, por esto mi invitación cordial es a que le demos una oportunidad, y a que la próxima vez que veamos a una candidato o al asesor espiritual de una campaña aproximarse con ese ollado jotos humeantes, nos contengamos. Así se nos haga agua la boca vamos a decirle “no queremos”, y a pedirle que se devuelva por donde vino. Vamos a dejarle claro que nuestra conciencia vale más que un buen pedazo de tocino. No podemos permitir que ese antojo culinario continúe dictando los designios de esta nación.
Se las voy a poner más fácil todavía, si el caso es de hambre, comámonos el tamal, degustémoslo, chupémosle bien el hueso a la presa del pollo y demos buena cuenta de todo lo demás que trae, pero eso sí, después, cuando estemos allá metidos en ese cubículo de cartón, cojamos el esfero y rayémosle la cara al otro, y no al que nos calmó la gorobeta. Si el asunto es tan simple como eso por qué no lo hacemos. Y así cambiamos este país ¿les parece?
Sobra decir que entre el gobierno, y los medios de comunicación esta teoría encuentra bastante eco y aceptación, y todo porque les permite lavarse las manos, y que la culpa recaiga directamente sobre nosotros. Una forma muy efectiva de mantenernos inmersos en ese eterno ciclo de ilusión y desilusión al que asistimos cada 4 años. El mensaje que nos envían al avalarla es claro, esto sí puede cambiar, la oportunidad está en sus manos, pero como ustedes siempre eligen mal, ahí sí no podemos hacer nada.
Por mi parte me aparto de esta apreciación y me ratifico en que los problemas de un país, o una ciudad, son tan complejos que su solución no puede reducirse a votar por x o y candidato, y para sustentarlo, me remito a dos hechos concretos en la historia de este país, las elecciones presidenciales de los años 1994 y 1998.
Vamos a suponer que ese año (1994) el candidato de todo fue a mis espaldas regaló tamal, y que por eso ganó, lo que, según esta teoría, implica que el otro candidato, el vencido, era el hombre, el que iba a arreglar este país. Qué pasó, pues bien, que a los cuatro años este mismo personaje se presentó de nuevo a comicios y ganó. ¿Cambió?, ¿mejoró esto en algo?, creo que todos conocemos de sobra la respuesta. Ante esto sólo quedan dos opciones, una, que efectivamente la teoría del tamal no sea cierta, otra, que en esos 4 años en los que estuvo relamiéndose las heridas por la derrota, el tipo aquel hubiera reconsiderado las cosas y durante esas últimas elecciones él también hubiera decidido regalar tamal, por lo tanto el candidato bueno era el otro, el que perdió en esa oportunidad. Esa es la única explicación, por lo menos la única que encuentro yo.
Han sido innumerables las elecciones en las que he votado, en las que he visto pasar de un candidato a otro y jamás, pero jamás me han ofrecido un tamal. Yo sí quisiera saber en dónde los sirven, quien quiera que sepa que me diga, a ver si esta vez vuelvo y voto mal pero por lo menos como tamal.
ya lo digo el bloguero, y estoy completamente de acuerdo reciba el tamal , vaya a donde dan lechona, recina las tejs y los ladrillos volvamonos igual que ellos diciendoles a todos que si , PERO, a la hora de votar alli solos en el cubiculo votemos por la opcion que nos ofrezca mas esperanza de cambio, informemonos que porponen de donde viene quienes son, que contratos han tendio quienes son sus familiares y como han actuado en politica y socialmente, y escogamos el mejor aunque le recibamos los regalos a todos.
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La gallina y su sancocho por ser más solicitado en nuestras regiones y fácil preparación, diría yo que es el poder que influye en esos votos.
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