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Si lo más importante en el mundo de los grandes negocios es el talento, el mérito y la experiencia, si es cierto eso de que puedes empezar de abajo y, a punta de disciplina, conocimiento, trabajo duro y esfuerzo, ir escalando hasta llegar a lo más alto de una compañía, o del sector en el que te has desempeñado toda tu vida, ¿por qué los tres medios de comunicación más grandes e importantes del país no son propiedad de los tres periodistas con más trayectoria y renombre sino de los tres hombres más ricos?
Y es que, aun con todo lo arrogante y amarillista que es, Vicky Dávila debería ser la dueña de Semana; un Cano, el de El Espectador; un Pombo, o un Santos, el de El Tiempo; y Caracol debería ser propiedad de Jorge Alfredo Vargas. Así mismo, el propietario de la cadena más grande de hoteles no debería ser uno de los 5 hombres más ricos del país sino una otrora mucama; y el líder del sector de la infraestructura vial debió haber empezado como operador de un rodillo compactador o de una fresadora.
¿La razón?, contrario a la idea que nos han pretendido inculcar, la economía a muy alto nivel es todo menos competitiva. Mientras los ámbitos realmente competitivos, como el deporte o el mundo laboral se caracterizan por un número infinito y plural de competidores – lo que eleva considerablemente el nivel y calidad de la competencia -, los grandes negocios están reservados para unos pocos. 4 o 5 personas -ni siquiera conglomerados- se disputan y arrasan con todo. Aberrante, en un país con 1.800.000 empresas registradas y con una fuerza laboral de 22 millones de empleados.
Mientras que en los ámbitos realmente competitivos es más difícil sobresalir – se triunfa poco, y por poco, y ganar cuesta -, allá arriba la competencia es casi inexistente y el nivel de concentración de riqueza y de poder es absoluto. Esto explica el por qué hoy el gran empresario que construye tu casa es el mismo que te emborracha, te asegura, te pensiona, te informa, te entretiene, te alimenta, te enferma, te cura, te presta plata, etc. etc., etc., etc.
Extrapolar lo anterior a ámbitos realmente competitivos, como a nivel técnico, operativo o profesional, equivaldría a que el piloto del avión fuera a su vez el carnicero, el peluquero, el celador, el todero, el panadero, el que asa el pollo, el que te opera si te enfermas, el profesor, el mecánico, y el que, como abogado, te saca del embrollo en el que estás metido. Literalmente te lo encontrarías hasta en la sopa – a medio día siempre verías su reflejo en ella, sí, efectivamente sería también el mesero del corrientazo -. Imagina el desempleo que generaría, la gran cantidad de profesionales, técnicos, con mucho más talento y experiencia que él, a los que le negaría la posibilidad de acceder a un oficio, o a un puesto de trabajo. Pues bien, esto mismo pasa con miles de empresarios de clase media, disciplinados, inteligentes y talentosos excluidos, sin la más mínima posibilidad de acceder a los grandes negocios por falta de músculo financiero, por no contar con relaciones al más alto nivel, y no pertenecer a los círculos de poder.
En ámbitos realmente competitivos, tomo como referencia otra vez al deporte, las fuerzas están más equilibradas, un competidor no le toma tanta ventaja al resto, no se sostiene tanto tiempo en la cima, ni llega a ser el mejor en todas las disciplinas . El mejor futbolista nunca va a ser a su vez el mejor corredor o el mejor nadador. No es que Nairo arranque hoy a practicar tenis y mañana ya le esté dando sopa y seco a todo el mundo. O que James se suba a un cuadrilátero y mañana ya esté noqueando al campeón del peso pesado en unos juegos nacionales.
¿Cómo explicar entonces que a nivel empresarial una sola persona concentre tanto poder, y llegue a liderar, poseer, y a dominar tantas áreas tan disímiles entre sí? Sencillo, porque la disputa no se libra dentro del terreno del talento, el mérito y la experiencia, sino del capital. Para llegar a liderar, dominar y controlar cualquier sector -financiero, alimentos, infraestructura, salud, pensiones, minería – no necesitas ser el mejor en cada sector, sino comprar la empresa líder en ese determinado sector, ser el empresario que más dinero oferte e invierta. Mientras que en el deporte debes vencer a la competencia , en el ámbito empresarial te basta con comprarla. Facebook no compitió contra wasap o Instagram…
Para llegar a ser el mejor en una profesión, o siquiera ejercerla, necesitas, obviamente, tiempo – estudiarla, mínimo 5 años, adquirir experiencia, especializarte… -. Que una sola persona llegue a ser la mejor en todo, eso era posible antes, hace siglos: Leonardo da Vinci: filósofo, anatomista, arquitecto, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, físico, científico, pintor, matemático… hoy, sin importar lo inteligente y talentoso que seas, el grado de profundización y especialización solamente te deja tiempo y espacio para ser el mejor en una sola cosa. El mejor neurofisiólogo del país no va a ser a su vez el mejor ingeniero mecatrónico. “Poseer a” quita menos tiempo que “trabajar en”.
Ahora pueda que, así como las habilidades y destrezas que adquiriste practicando algún deporte a alto nivel ( resistencia, fuerza física, reflejos, elasticidad…) te permiten sobresalir en otros deportes, tu talento para los negocios te permita destacarte en muchos otros. Pero de ahí a ser el mejor en todos, lo dudo.
Muchos, quizás, abriguen la esperanza de que quienes venden estas empresas a los grandes privados se esmeren en dejarlas en las mejores manos, en las más idóneas, y, así mismo, restrinjan la oferta a quienes planeen adquirirlas con un fin social y altruista. No nos hagamos ilusiones, cuando de dinero se trata, este modelo no funciona así, a ningún nivel: Al vendedor del almacén no le importa si la ropa que vas a llevar te luce; al dueño del bar no le importa si eres un experto bailarín; a la trabajadora sexual no le importa si eres atractivo o buen amante, sino que, y esto aplica para todos los casos anteriores, tengas con qué pagar. Pues bien, este mismo principio rige a nivel empresarial.