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Lo políticamente correcto coartó nuestro derecho a pensar y a opinar libremente, delimitó la creatividad, mató el humor negro, uniformó el pensamiento, eliminó el disenso y anuló el criterio propio.

Sacrificios que valdrían la pena asumir si al  habernos sometido a su dictadura se hubieran mejorado en algo  las relaciones interpersonales, si lo políticamente correcto hubiera hecho de este un mundo mejor.

Pero no fue así, la corrección política no solo no mejoró nuestras relaciones, sino que las empeoró, no pensar y no opinar de la forma “debida” se convirtió en la mayor causa de conflicto. A las desavenencias de antaño sumémosle ahora los insultos y peleas por este motivo. En conclusión, hizo de este un mundo más conflictivo, y aburrido.

Antes la gente se dejaba oír con sus apuntes, osaba pensar diferente, expresar y defender su propio punto de vista. Hoy temen hacerlo. Y todo porque si tu opinión no se ajusta a la filosofía “open mind” te atienes a la ira santa de los bienopinantes*, quienes no tendrán reparo en pegarte una señora solfa virtual y hacerte papita en las redes sociales. Las redes no toleran a los intolerantes, o eres tolerante e inclusivo o te vuelven tolerante e inclusivo a las malas, a punta de madrazos, insultos y amenazas.

¿Lo políticamente correcto hizo de nosotros mejores personas? Nada de eso. En esencia, los humanos seguimos siendo las mismas porquerías, solo que ahora juzgamos al otro desde un pedestal moral (pedestal desde el que, ¡ojo!, juzgamos,  no actuamos), y llevamos la máscara de la inclusión puesta, ah, y usamos ese ridículo lenguaje inclusivo al hablar.

¿Mejoró en algo nuestro comportamiento, nos convirtió en seres menos crueles, más conscientes del dolor ajeno? Nada, los humanos seguimos comportándonos pésimo, lo políticamente correcto simplemente se convirtió en la excusa perfecta para juzgar al otro, caerle encima, cobrarle con creces cualquier descache, y darle palo. Procurando tu despedido del trabajo, y por ende arruinándote la vida, así suele cobrarte hoy esta sociedad la osadía de pensar distinto.

Como si fuera poco, nos hizo más susceptibles, y por ende, más problemáticos. Cada vez es más la gente que se delica e indigna por todo.

Lo políticamente correcto convirtió a mucha gente en intocable. Gente que, por lo menos desde el discurso, es sagrada, y contra quienes no puedes discutir, ni opinar distinto porque de inmediato te acusan de tenerle fobia (a él y a todos los que son como él), te chantan tu hastag, te boletean, y te linchan en redes. Ejemplo, si no es para defender sus causas, halagarlas, o repetirles que son seres maravillosos, no puedes referirte a las personas de determinado género, raza o tendencia sexual.

Hoy casi toda opinión es tildada de misógina, discriminatoria, machista, racista, xenófoba, homófoba… Así, sin más ni más, te van endilgando fobias que ni siquiera sabías que tenías, que ni por enterado que existían.

No importa que seas pobre y un don nadie, se supone que ser mestizo, hombre, adulto no mayor, y heterosexual, te ubica dentro del grupo de privilegio, perteneces a la raza superior de este país, y por lo tanto estás obligado a ser inclusivo.

¿Lo políticamente hizo de esta una sociedad más justa, incluyente, más tolerante, menos conflictiva? Nada de eso, la autodenominada gente buena de este país, es decir toda – todo el mundo se jura bueno-, sigue siendo igual de estirada, alzada, y jetona, la única diferencia es que hoy graba sus conflictos y los sube a redes sociales.

Y es que para imponer su ley, el políticamente correcto cuenta con el arma más letal de estos tiempos: un teléfono celular.

Si lo del florero hubiera sucedido hoy de seguro el criollo De Rubio hubiera grabado al chapetón Llorente, y subido el vídeo a redes. El hashtag #noprestarelfloreroes hubiera sido tendencia, y mejor ni hablar de la matoneada virtual que le hubieran pegado. Más temprano que tarde, nuestro antepasado hubiera tenido que salir a pedir disculpas públicas y a esgrimir la única excusa que todo bien pensante acepta: “me sacaron de contexto”.

Twitter es la tiranía de los humildes, justos, y bondadosos, pero si no piensas como ellos te masacran sin piedad. Es más, si el pensar de Twitter fuera el reflejo de la realidad, este país sería maravilloso, pues a juzgar por sus opiniones allí nadie discrimina, todo el mundo es sencillo, culto, inteligente, siempre está a favor de los más débiles y apoya sus causas.

Con todo y lo anterior, aún son muchos los que se atreven a afirmar que vivimos en una sociedad libre. Ninguna sociedad que se precie de ser libre le impone a su gente una determinada forma de pensar, la obliga a estar a favor, o en contra de determinadas causas. ¿Quién dijo que una sociedad que se precia de ser  libre le exige a su gente retractarse u ofrecer disculpas públicas por sus posturas ideológicas?

La verdadera libertad de expresión continúa siendo una entelequia. A falta de guillotina y horca, buenas son hoy las redes sociales.

* Persona que se siente con el derecho y la autoridad moral de juzgar a todo el mundo.

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