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Enfrentar la realidad de la muerte en un mundo donde se le rinde culto a la vida es una de las experiencias más duras de superar para una gran cantidad de personas. En efecto, nadie quiere aceptar la finitud de su existencia ni la de sus seres queridos. Conozco el caso de mucha gente que elude, incluso, hablar del tema. No quieren saber nada de la muerte y sus consecuencias para quienes les sobreviven. No obstante, en mi opinión, es un error cerrar los ojos frente a un evento inevitable; sería el equivalente a vivir el día con la esperanza de que la noche no llegara. Por ese motivo es mejor entender qué es la vida, para qué sirve y por qué es preferible ver la muerte con ojos de esperanza y no con una expresión de terror.

La pregunta del millón para muchas personas es: ¿por qué estoy en este mundo? o ¿de dónde vengo? Encontrar la respuesta a esos simples interrogantes ha sido la tarea de muchos sabios, filósofos y científicos. El problema surge cuando el investigador descubre que para un interrogante tan simple existen múltiples respuestas, muchas, incluso, contradictorias.

La posición más fácil, cómoda y descomplicada que muchos prefieren asumir ante el misterio de la vida es la inducida por los genios promotores de la sociedad consumista e individualista: la vida hay que disfrutarla plenamente dando rienda suelta a los placeres que nos ofrece, hay que comprar lo “mejor”, cultivar la apariencia y evitar la vejez porque es un signo de decadencia. La consecuencia obvia de este modus vivendi es una existencia plena de posesiones innecesarias y de muchos temores porque está basada en la creencia de que la valía personal depende de la imagen que se proyecta ante la sociedad y no de la dignidad que el ser humano posee por el solo hecho de existir.

Así las cosas, para quienes piensan de esta manera la muerte es un desastre. No solo es el final de todo su mundo, la pérdida de sus preciadas pertenencias, también es el vacío interior que sienten cuando comprenden, en un momento de lucidez, que solo fueron objeto de explotación por parte de quienes les adularon el ego para obtener ganancias. Nunca se sintieron amados y tratados con respeto. Una vida así, plena de banalidad y carente de fundamento espiritual, desemboca inevitablemente en un mar de temores y desasosiego cuando llega el momento de encarar la verdad de la propia partida.

El temor a la muerte desaparece cuando comprendemos que nuestra presencia en este mundo no es un producto del azar sino una oportunidad que tenemos para crecer espiritualmente. He dicho en reiteradas oportunidades, y lo ratifico ahora, que la experiencia de vida presente de todos los seres humanos es una opción que debemos aprovechar para situarnos en un lugar más cerca de Dios cuando retornemos al mundo espiritual después de atravesar el portal de la muerte. Es decir, después de despojarnos del cuerpo que ocupamos en este momento. Tengamos presente que la vida continúa pero de una manera diferente. Murió el cuerpo pero el espíritu sigue existiendo.

Al llegar al plano espiritual después de cruzar ese umbral, de alguna manera vamos a ser evaluados. Y no nos van a calificar por las riquezas acumuladas durante toda la vida, ni por los títulos adquiridos. Solo nuestras acciones serán tomadas en cuenta. Por eso conviene asumir a plenitud la necesidad de hacer un examen de conciencia y verificar en qué área de nuestra vida estamos fallando. Es posible que descubramos que estamos muy apegados a las cosas materiales y que nos resulta más importante el carro que un hijo. O que somos indiferentes ante una situación difícil de un familiar muy allegado. Tal vez la indolencia es una característica que nos distingue. En fin, para no permanecer en esa línea, debemos asumir el compromiso con nosotros mismos de ser mejores personas cada día. Con estos cambios sacaremos a flote nuestros mejores sentimientos y erradicamos aquellos que atraen malas influencias de naturaleza espiritual como son el odio, la envidia, el resentimiento etc.

Sobra repetir que en ese proceso los sueños juegan un papel importante. A través de ellos Dios siempre nos está mostrando en qué nos estamos equivocando. Es nuestra decisión aceptar sus mensajes e implementar los cambios que necesitamos para mejorar.

A manera de resumen solo deseo puntualizar que la muerte solo es un paso hacia el plano espiritual. Al llegar allá y evaluar lo que fue la vida que dejamos atrás, nos daremos cuenta qué tan cerca o qué tan lejos quedamos de Dios. Esa posición dependerá de nuestras acciones en este mundo. Nacimos para servir a los demás, para ayudarlos en sus emprendimientos y ser solidarios con sus propósitos. “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”, dijo con sabias palabras Jesús de Nazaret. Cuando entendamos esta verdad y la asimilemos, viviremos sin temor alguno y la muerte, lejos de ser una catástrofe, será un acontecimiento natural que esperaremos con serenidad.

Los invito a ver el programa “Los Mensajes de los Sueños” que transmito en vivo por streaming por la página web www.elportaldelossuenos.com de 9:30 P.M. en adelante de domingo a jueves todas las semanas.

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