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Ayer me dispuse a revisar las redes sociales y me sorprendí al comprobar que una elevada cantidad de personas las utilizó como tribuna pública para proclamar a los cuatro vientos el acendrado y profundo amor que sentían por sus madres. La vena poética de muchos quedó expuesta de manera muy dramática y conmovedora. Estoy segura de que los lectores más sensibles sintieron humedecer sus ojos ante la vehemencia y “transparencia” de tales manifestaciones de amor filial.

Superado el impacto inicial producido por tanta palabrería lo primero que se me ocurrió fue preguntarme si las destinatarias de esos mensajes los leyeron. Y después de meditar unos segundos concluí que no, al menos la mayoría no los leyó por la simple razón de que no tienen redes sociales.

Un viejo refrán dice: “dime de qué presumes y te diré de qué adoleces”. Y no me cabe duda de que todos esos hijos e hijas que se desbordaron en elogios para sus madres y se dieron golpes de pecho ante los demás para agradecer el sacrificio y la entrega incondicional de sus progenitoras, son los mismos que no les dedican un minuto para preguntarles cómo están, que no las visitan si ya no viven a su lado, que las insultan si reciben un llamado de atención por todo aquello que no están haciendo bien o por llegar en la madrugada sin que ellas supieran dónde estaban ni con quién.

El amor se demuestra con hechos y no con palabras. Antes se decía que “el papel aguanta todo” y hoy, con el desarrollo tecnológico, habría que decir lo mismo de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea.

No me cabe duda de que todos esos hijos e hijas que se desbordaron en elogios para sus madres, son los mismos que no les dedican un minuto para preguntarles cómo están, que no las visitan…»

Una madre valora más una llamada telefónica que un simple mensaje acompañado de los consabidos emoticones de caritas sonrientes y besitos con corazones. Pero la tendencia actual en las relaciones es la de convertir en virtual aquello que por su naturaleza debe ser presencial.

Un abrazo cariñoso, un beso en la mejilla, un “te quiero madre” dicho de frente jamás podrá ser reemplazado por unas líneas escritas y un emoticón. A una madre tampoco la conmueve lo que un hijo publica en sus redes para que lean quienes le siguen. Esa sensiblería solo tiene como fin impresionar a los demás mediante palabras huecas. Como bien lo dice refrán, presumen de lo que carecen.

 La tendencia actual en las relaciones es la de convertir en virtual aquello que por su naturaleza debe ser presencial».

A quienes son hijos les recuerdo que las madres los queremos “de gratis” como le decía a su público el fallecido cantante salsero Héctor Lavoe. Los llevamos nueve meses en el vientre, los parimos con dolor (aunque ahora la cesárea ha cambiado un poco esa parte), los alimentamos y les ofrecimos nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación para que tuvieran de todo en medio de nuestras posibilidades. Todo eso por el simple mérito de ser nuestros hijos. Así de simple. Y lo que queremos es que triunfen en la vida, que alcancen sus metas y construyan relaciones estables y felices. Las madres lo damos todo por amor y no esperamos recompensas a cambio.

Por todo eso, una madre solo aspira a recibir de sus hijos, como contrapartida, amor y respeto. Los regalos así sean costosos no llenan tanto el corazón de una madre como el sentir que sus hijos la valoran y la aman. Todo lo demás es añadidura.

Para concluir, no olviden que madre solo hay una. Nosotras nunca entraremos en la categoría de las ex porque los lazos que unen a las madres con sus hijos ni la muerte los extingue. Desde el plano espiritual seguiremos pendientes de ustedes para cuidarlos y guiarlos. Por eso se dice que el amor de madre es lo más parecido que hay al amor de Dios.

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